Me parece oportuno hacer, más allá de estados y comentarios en Facebook, una crítica general de la defensa que se hace de la Huelga de todos los dolores y quienes la defienden (en el campus central). Sobre todo, después del último foro organizado por la agrupación estudiantil RETO, el cual evidenció y condensó algunas de las posturas más habituales en torno al debate[1].
Previo a ello, es oportuno establecer a quién va dirigida la crítica. Por lo tanto, resulta obligatoria una caracterización de estas personas, ya que la orientación del texto tiene mucho que ver con el tipo de perfil que defiende la Huelga, así como las razones por las que lo hace tan enérgicamente.
Tradicionalismo
La tradición que solo lucha por sobrevivir, no es tradición en lo absoluto. La tradición, para mantenerse, no puede justificar su existencia a fuerza de su propio valor en tanto tradición. Esta es una operación circular improcedente. De hecho, al operar de esta manera, entra en confrontación directa con la autonomía en su sentido más general, a saber, la capacidad de darse las propias leyes. Aunque la autonomía en este sentido sea una imposibilidad (nadie se puede dar sus propias leyes cual mónada), sí define el sentido con el cual la autonomía se constituyó como pilar del quehacer universitario.
Ser autónomo también significa comprender y reflexionar que las instituciones que nosotros mismos nos damos pueden ser mejores o pueden dejar de ser. Ninguna institución es inmutable. Por lo tanto, ser autónomo es comprender que la institución puesta en cuestión se formuló a partir de un momento y criterio histórico particular. Es cierto, la tradición y el pasado le dan sentido a nuestras acciones en el presente, pero no se puede justificar la tradición a fuerza de la propia tradición.
Defender la Huelga en tanto tradición crítica es defender un espectro. Esta ya no es eso que muchos defienden. Tampoco podrá ser lo que fue, por muy bien intencionadas que sean las personas o grupos que la quieran rescatar. La historia no se repite dos veces. Cuando lo hace, ya sabemos, la primera vez lo hace tragedia. La segunda, como farsa. Dado el panorama actual, la consolidación de la tradición huelguera como eje de la identidad sancarlista parece más un sueño del fundamentalismo huelguero que de una posibilidad concreta.
Si de respetar tradiciones se trata (que siempre es importante para dar sentido a nuestro entorno), la tradición universitaria, sobre todo la de cuño público y latinoamericano, antecede cualquier otra práctica institucionalizada. En estos debates es común que se tachen posiciones contrarias de “intelectuales” (con la carga negativa que ha adquirido el término por ya bastante tiempo). Pero es que, ¡¿no se enteran acaso que todo el debate gira en torno al ambiente universitario?! ¿Qué sentido tiene, pues, rehuir de esa manera a la crítica de estudiantes y profesionales que cuestionan estos temas? Están en una Universidad, renegar del discurso académico es no tener idea de donde se está parado. Además, es una excusa para la holgazanería intelectual.
Quien no se quiera formar le está quitando un espacio a otra persona que sí lo desea. Gozar del privilegio de la educación superior supone un imperativo moral a la hora de asumir el primer compromiso de un estudiante, a saber, estudiar. Resulta contradictorio que algunas de estas personas, con el discurso huelguero y la defensa de las causas populares, pase años en la universidad sin concretar su proceso académico. ¿Qué moral es la del eterno estudiante que, en nombre de las causas justas (más allá de las situaciones de carácter personal que imposibilitan la continuidad de los procesos) le niega el espacio a otros al tiempo que supone un despilfarro para el erario público?
A fuerza de tradición, el fundamentalismo huelguero busca reducir a todos los estudiantes a su imagen y semejanza. Ser crítico es ser huelguero, no académico. Quizá se puede ser académico, pero solo si antes se es huelguero. El tradicionalista y fundamentalista huelguero contemporáneo es, además, antiintelectual.
Irrelevancia
Esto todos lo sabemos. La Huelga, dentro del campus central, cumple funciones bastante delimitadas. A grandes rasgos, mantiene ocupados y entretenidos a los huelgueros. Además, entretiene a los incautos y curiosos durante la cuaresma con una serie de actividades culturales y artísticas propias del repertorio de huelga. Al Pueblo de Guatemala, que ya supone hacer una abstracción grotesca de los que realmente van al desfile, eso, les ofrece un desfile temático con críticas de diversa índole repartidas a diestra y siniestra a cuanta cosa y persona se les ocurra a los organizadores. En algunas ocasiones, los huelgueros hacen servicio social a comunidades, escuelas, hospitales, casas hogar, etc. Más allá de eso, nada.
Durante este lapso, creer que la Huelga es la voz del pueblo o los estudiantes hablan en nombre de este es metafísica pura. Es no decir nada. Además de una egolatría desmedida, lo cierto es que evidencia que los huelgueros hacen y defienden una Huelga totalmente diferente a la que realmente se lleva a cabo. Esta, durante el desfile, es un espectáculo más. Un espectáculo donde las autoridades y el gobierno son capaces de ver el show desde el Palacio, hacer ademanes mientras son insultados y regresar a sus actividades como si nada hubiera pasado (como sucedió durante el desfile del 2016).
El desfile es una tradición hecha hábito sin contenido. Es un asueto del que no interesa tanto su causa, sino la utilidad concreta que implica suspender las actividades cotidianas. Es ocio, no crítica. La Huelga durante los últimos años ha sido relevante únicamente por los casos de robo, extorsión y violencia que se han cometido en su nombre. De otra forma, pasa inadvertida por la mayor parte de los estudiantes.
Además, todo lo que hace la Huelga, en general, se puede hacer de otra manera. Ello, sin dificultad y, sobre todo, sin que el Pueblo de Guatemala sienta realmente vulnerada la integridad de una representatividad inexistente.
De hecho, todo esto podría seguirse a través de un festival, como han sugerido algunos. Además, sin recurrir a las prácticas huelgueras habituales y, sobre todo, sin depender financieramente de terceros. Lo que se defiende, y no se quiere aceptar, es una forma de entender el movimiento y la política estudiantil,la huelguera. A final de cuentas, por todo lo dicho, estas personas solo se defienden a sí mismos y el lugar que ocupan dentro de la Universidad. Quieren salvaguardar su forma de experimentar la Universidad y ser sancarlistas.
Así, defender la irrelevancia de la Huelga a día de hoy solo se puede hacer desde un fundamentalismo huelguero que, además de egocéntrico, es egoísta. La Huelga realmente existente es interés de un pequeño grupo de estudiantes y profesionales huelgueros que, a fuerza de fundamentalismo y tradicionalismo, sobredimensionan su importancia y la plantean como la panacea universitaria. Que no se engañen, si la Huelga ha sido tema de debate últimamente se debe a los vejámenes que produce. La Huelga realmente existente también se dice de muchas formas, una de ellas es violencia.
Conclusión
Vale la pena insistir que la caracterización y crítica hechas no suponen que estas personas o grupos realmente sean conscientes de lo que dicen y hacen. Es necesario entender que la subjetividad de estas personas, específicamente las que aun son estudiantes, está atravesada por un cúmulo muy particular de experiencias. Sobre todo, la relativa marginalidad con la que han operado durante años, así como las batallas y frustraciones que han tenido que sortear desde la recuperación de la AEU durante el 2016.
Estas son personas que han creído en un proyecto alternativo de Huelga frente a las prácticas de los grupos que la tuvieron cooptada junto a la AEU. Son personas que durante años operaron como grupos alternativos (no es casual que así se autodenominen muchos de ellos). Para su desgracia y la de sus buenas intenciones, parece que han llegado demasiado tarde. Además, no se puede hablar en nombre de una Huelga ideal sin antes haber resuelto sus problemáticas internas, que no son pocas. Sobre todo, sin eliminar el fundamentalismo y contradicciones conceptuales, ideológicas y praxiológicas en las que incurren.
Así, negar la Huelga es negarse a sí mismos. Ellos están defendiendo su ser y estar en una universidad en la que, hasta hace muy poco, eran marginales. Además, se han visto en la necesidad de defender una tradición en la que creen por prácticas en las que no han incurrido (en su mayoría). Dada la imposibilidad de elaborar una defensa a través de argumentos que se deriven de la Huelga realmente existente (que es lo que está en cuestión), deben recurrir a un fundamentalismo que reduce todo a sus categorías y prácticas. Desde estas, tiene sentido defender la tradición huelguera y reducir todo, y a todos, a sus parámetros.
Por estas razones y todo lo expuesto, resultará imposible establecer un debate concreto sobre la naturaleza y función de la Huelga con estos perfiles. Más aun, será imposible convencerles que esta debe o puede desaparecer. Sin ese nicho identitario, el cual defienden, como es natural, a toda costa, perderían el fundamento de su subjetividad. Este es un limbo en el que no están dispuestos a caer.
[1] Sobre este foro y experiencia personal girará la crítica aquí expuesta.