Por Jesus González Pazos
Recientemente se conmemoró el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. A la par de ello, se recordaba y rechazaba, una vez más, el intento de genocidio del pueblo judío a manos del nazismo. La parte negativa es que, una vez más, quedaron ocultos otros genocidios que el régimen nazi pretendió durante esos años, como es el caso del pueblo gitano, la comunidad homosexual o los grupos políticos de izquierda. Posiblemente, el hecho de que estos últimos nunca fueron un lobby político y económico potente está en la base de la explicación de ese olvido continuo a favor del pueblo judío. Pero esa es otra historia.
Lo que ahora nos preguntamos es si dentro de 75 años, quienes entonces caminen por el planeta, tendrán que conmemorar, u olvidarán también, el genocidio de los pueblos indígenas de la Amazonía brasileña. Hay que recordar que son también pueblos sin fuerza política ni económica y, quizás por eso, posiblemente también condenados a la invisibilidad. Sin embargo, la Amazonía se está convirtiendo, con la indiferencia del mundo, en el territorio de un nuevo genocidio. El campo de concentración ahora se llama espacio amazónico y tiene las dimensiones de la inmensa selva que hace de Brasil el quinto país más grande del mundo. El primero en cuanto a la biodiversidad que contiene, que algunos la ven solo como riqueza material. Pero también, el estado que hoy es ya la primera economía de América Latina y la sexta del mundo. Todo ello, ambición económica y potencial biodiversidad hacen que el gobernante ultraderechista Jair Bolsonaro pretenda constituir la selva amazónica como una mezcla de enorme mina a cielo abierto, grandes hidroeléctricas e inmensos campos para la agroindustria (soja, palma…) y ganadería extensiva. Traducido por lo tanto en campo de negocios, luego, campo de exterminio para sus habitantes que no comulgan con esa visión desarrollista.
Los pueblos indígenas son prescindibles en la economía de mercado. Ocupan demasiado espacio, generalmente muy rico en biodiversidad (no solo variedades vegetales y animales, sino también recursos mineros, agua, hidrocarburos, forestales y un largo etc.) y, por lo tanto, obstruyen el desarrollo de un país como Brasil.
Y a esa visión única economicista de la ultraderecha y derecha brasileña se le suma el racismo exacerbado que gran parte de las mismas tienen en su ADN político y social. El presidente Jair Bolsonaro nunca lo ha ocultado y ha llegado a poner públicamente en duda el carácter de seres humanos de los pueblos indígenas. Pero su racismo no solo lo muestra mediante frases inaceptables o insultos sino, lo que es peor aún, lo lleva a la práctica atacando directamente los derechos de estos pueblos en sus territorios reconocidos por la misma legislación brasileña. Entre las últimas medidas que pretende aprobar y desarrollar está el hecho de permitir la minería y la extracción petrolera, así como los cultivos agroindustriales en las llamadas reservas indígenas que no son sino los territorios de estos pueblos, lo que ha empezado con la quema y tala descontrolada del bosque en este pasado verano. Es fácil imaginar el nivel de devastación de la selva amazónica que esto supondrá y que ya avanza mediante la destrucción de la masa forestal, el agotamiento de la tierra, la apertura descontrolada de carreteras, la contaminación (petróleo, mercurio y otros metales pesados) de aguas y tierras, la desaparición de especies animales y vegetales. El grado de destrucción sería tal que en pocos años podríamos hablar no solo de genocidio, sino también de ecocidio, es decir, de la destrucción ambiental del territorio amazónico.
Para completar este panorama de ataques desenfrenados contra la naturaleza y los pueblos que en ella habitan, otra de las últimas medidas del gobierno brasileño tiene que ver con los pueblos indígenas aislados o de reciente contacto. En la enorme extensión que es la Amazonía aún hoy viven pueblos no contactados o en aislamiento voluntario. En el caso de Brasil, la Fundación Nacional del Indio (Funai) que es el organismo oficial que define las políticas hacia los pueblos indígenas, tiene un departamento específico para estos pueblos aislados. Pues bien, Bolsonaro acaba de proponer a un evangelizador de indígenas como responsable coordinador de dicho departamento. Como han denunciado múltiples organizaciones y cualquiera puede entender, es aplicar el famoso dicho popular de poner al zorro al frente del gallinero. Ricardo Lopes Dias ha trabajado durante muchos años con la fundamentalista Misión de Nuevas Tribus, organización evangélica estadounidense tristemente famosa en toda América Latina. Continuamente denunciada por servir a los intereses de la política exterior norteamericana y con graves actuaciones e irrespeto hacia los derechos de los pueblos indígenas, lo que ha conllevado incluso su expulsión de algunos países (Venezuela) o acusaciones internacionales de llevar adelante auténticas ”cacerías humanas” (Bolivia y Paraguay) ocasionando muertes y, desde luego, lo que se puede calificar como auténticos etnocidios (destrucción de la cultura de un pueblo).
Y así, para desgracia de la Amazonía, de Brasil y del mundo reunimos un trío de muerte (genocidio, etnocidio y ecocidio) altamente concentrado en el llamado “pulmón verde del planeta”. Pero mientras todo esto no dañe la economía de mercado las élites políticas y económicas seguirán mirando para otro lado, tal y como hace 75 años hicieron las de la Alemania nazi. Como señalábamos anteriormente el desarrollo económico sigue primando en las políticas neoliberales y, aunque los discursos políticos tratan de convencernos de que hay preocupación por los derechos humanos o por la crisis climática, la realidad nos muestra la falsedad de los mismos. Brasil, junto a otros grandes países, responsables directos de la contaminación y la consiguiente destrucción ambiental que ya sufrimos, dijo que no acudiría a la última COP 25, celebrada en Madrid, y no pasó nada. Incluso a los que acudieron, pese a su retórica, les costó enormemente alcanzar algunos pequeños acuerdos que no enfrentan la emergencia que ya es la crisis climática. Por eso, por hipocresía, asistimos al genocidio de los pueblos indígenas de Brasil que como el intento que fue del pueblo gitano en la Alemania nazi, quedará olvidado, invisibilizado. El ecocidio de la Amazonía, quizás si tendrá alguna declaración grandilocuente más, pero para entonces también para la naturaleza será tarde.