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Créditos: Archivo
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Edgar Barillas

En la aldea El Rancho, San Agustín Acasaguastlán, hay una tumba vacía. Entre aripines y jícaros, al ras de la tierra yerma hay una tumba que nunca fue ocupada.

 Fue construida para recibir los restos de Oscar Eduardo Barillas Barrientos, según dice una lápida de mármol que muestra la pátina del tiempo.

 La inscripción consigna la fecha de nacimiento: 30 de diciembre de 1948 y marca la de su muerte: 21 de enero de 1984.  1948-1984, una capicúa de la vida y de la muerte. Lo que la lápida  no dice es   que Oscar Eduardo, Tono, como le llamaban sus compañeros militantes, fue secuestrado el 21 de diciembre de 1983 y torturado durante un mes, antes de darle muerte aquel 21 de enero de 1984.

 De su desaparición forzada y de su asesinato no se supo sino hasta 1999, con la aparición del llamado “Diario Militar”, el códice de los señores de la muerte acerca del secuestro de 183 seres humanos.

 La madre esperó aquel regreso día tras día, noche tras noche de vigilias, hasta que una llamada en medio del  insomnio le dio la noticia: el nombre del hijo había aparecido en los diarios como una de las 183 víctimas de los asesinos entonces anónimos pero de reconocida filiación castrense y policiaca.

 Atrás quedaron los recursos de exhibición, las búsquedas en las morgues, en los hospitales, en las cárceles. Atrás quedó el silencio cómplice de los funcionarios y de los jueces. Atrás quedaron las llamadas de alguien que se decía amigo mientras pedía un rescate  que conseguiría liberarlo: “Solo le pido a dios que el engaño no me sea indiferente”, dice la canción.

 Entonces solo quedó la búsqueda de los restos, la esperanza de encontrarlos para cerrar el ciclo de dolor y abrir el camino de la justicia. Los familiares de las víctimas unieron su dolor: Hasta encontrarlos, se prometieron. Pocos de los desaparecidos han sido encontrados en fosas de la más horrenda ignominia; la mayoría aún clama por la aparición de hijos, padres, hermanos, esposos.

Y mientras hay aún quienes se atreven a gritar con ruindad y cinismo: “Reconciliación y olvido”, ahí están  las tumbas  vacías que   esperan, lastiman,   reclaman justicia,  buscan la paz.

Las tumbas vacías,  sin embargo,  tienen mucha fuerza en su voz silenciosa… tienen mucho peso en la gente que ama y que espera…

Y entre aripines y jícaros, permanece a la espera esa tumba vacía.

Demanda internacional contra el Estado de Guatemala por desaparición forzada y la posterior denegación de justicia

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