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Créditos: En Positivo
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Marielos Monzon

El 30 de noviembre se celebró el Día del Periodista. La fecha y el contexto que atraviesa nuestro país amerita reflexionar respecto del ejercicio del periodismo y el rol que cumplen los medios en nuestra imperfecta y débil democracia.

En realidad, el tema no es nuevo. Los medios han jugado un papel definitorio a lo largo de nuestra historia política —para bien y para mal— y han sido factores centrales en el tablero de juego. Lo fueron durante los años del conflicto y lo continúan siendo desde la apertura democrática. En la crisis política de 2015 y en los años que le siguieron —este 2019 incluido— su peso se ha hecho sentir.

Y es que en el imaginario de la gente pesa tanto la información que se transmite y se recibe como la que no se publica, ya sea porque se oculta deliberadamente o porque, para “vender”, los medios priorizan temas banales por encima de los que realmente importan. Si no, veamos el lugar que ocupan en el horario “prime” las telenovelas o los programas de “entretenimiento” que, por lo general, están plagados de contenidos basura; o la propaganda disfrazada de noticias que se transmite en las franjas informativas de mayor audiencia.

La penetración casi total de la televisión abierta, a lo largo y ancho del territorio nacional, que para el caso guatemalteco es monopólica, y los oligopolios radiales —a los que se suma la proliferación de radios vinculadas a iglesias neopentecostales o a caudillos locales— tienen una influencia permanente en el sistema político, que no termina con la campaña electoral, sino que continúa durante todo el ejercicio del gobierno nacional, los gobiernos locales y del periodo legislativo. Esto implica una incidencia permanente en la construcción de escenarios y en la generación de corrientes de opinión pública que favorecen los intereses de las élites y, peor aún, de los grupos corruptos dentro de las élites.

A esto es a lo que nos referimos cuando planteamos que hay algunos medios que son cajas de resonancia del poder, ya sea porque sus dueños son parte de ese poder o porque sus intereses coinciden. Y que no se me malentienda. Con lo anterior no estoy cuestionando que la agenda informativa de un medio refleje la realidad a partir de la visión o ideología que los propietarios del medio o su consejo editorial tienen, porque es obvio que es desde ahí que se construye la línea noticiosa y editorial del medio, que, dicho sea de paso, y como un imperativo ético, debiera ser explicitada para que la gente sepa lo que hay detrás de lo que lee, ve o escucha.

A lo que me refiero es a la perversa práctica, que no es exclusiva de Guatemala, de utilizar a los medios para generar campañas de desinformación basadas en mentiras o en medias verdades y transformarlos en instrumentos comunicacionales de propaganda y manipulación. Sea cual sea su inclinación, un medio y sus periodistas no deben mentir, calumniar, promover mensajes de odio, distorsionar hechos y, menos aún, generar narrativas para construir al “enemigo” y destruirlo. El reconocido escritor Juan Carlos Onetti resume muy bien en esta frase lo que trato de explicar: “Hay muchas formas de mentir, la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, y ocultar el alma de los hechos”.

Los esfuerzos por generar desde plataformas digitales medios independientes, con contenidos alternativos a los de los medios corporativos, son importantes y necesarios, pero no sustituyen el debate de fondo sobre el acceso a la propiedad de los medios, los mecanismos de adjudicación de frecuencias de radio, televisión y telefonía móvil, o la existencia de medios públicos y autónomos que garanticen pluralidad. Porque, al final, de todo esto depende, en buena medida, la calidad de nuestra democracia.

Publicada originalmente en Prensa Libre el 3 de diciembre 2019

Fuente: https://www.prensalibre.com/opinion/columnasdiarias/a-proposito-de-periodismo-y-democracia/

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