Créditos: Rony Morales
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Andina Ayala

27 de junio del 2019

Eran las 8 de la noche, mi amigo, su compañera de trabajo y yo salimos del Paraninfo Universitario, en la zona 1 capitalina después de escuchar la sentencia del Tribunal de Conciencia. Empezaba a lloviznar, nos metimos al vehículo rumbo a la periferia de la capital. Por suerte, no encontramos congestionamiento vial. En unos 28 minutos yo ya estaba sobre la carretera, para tomar el micro que me llevaría a mi destino final.

Los despedí, y me bajé del auto. Espere unos minutos. Llegó el bus y me subí. Mi cuerpo estaba demasiado agotado por los malestares de una embrionaria gripe.  Como zombi me senté donde pude. De repente, me doy cuenta de que, frente a mí, venía una pareja, ambos como de 45 años. La mujer estaba llorando, llorando amargamente. Yo veía fijamente al hombre para intentar entender si venían juntos. Después la veía a ella. La mujer, de vestimenta indígena, se esforzaba por no hacer ruido con su llanto. La forma en que estaba sentada, volteada completamente hacia el vidrio de la ventana, dándole la espalda a él, me hacía dudar si venían juntos. Me le quedé viendo al señor seriamente. Él la miraba y luego a mí, como si no viniera con ella.

Entretanto a mí se me cruzaba la voz de doña Mariela quien también lloraba –“Sos una basura, estás gorda, ya solo me servís para limpiarme los zapatos”.

Volví a la escena del bus. La señora no paraba de llorar. Al final deduje que sí venían juntos, lastimosamente hasta que se bajaron, mucho antes de mi parada. Él salió primero, luego ella. Noté que la señora traía la mano derecha lastimada porque no pudo apoyarse o agarrarse para poder salir. Le dije “señora, necesita ayuda”. Solo me miró con su rostro mojado y no contestó. Caminó directamente sin voltear, mientras su acompañante pagó los pasajes de bus.

Me dio rabia, me sentí mal por no poder ayudarle, pero no entendí bien, ni siquiera ahora. No me atreví a hablarle porque no paraba de llorar. Llegué a mi casa y saqué mis conclusiones: tal vez forcejearon, tal vez él le dobló los dedos, tal vez él la maltrata siempre, tal vez nada de eso.

Desee que ojalá ella, tenga quien la escuche y quién le brinde una palabra de aliento, una palabra poderosa de solidaridad. Así como les sucedió a las mujeres que dieron su testimonio en el Tribunal de Conciencia.

El Tribunal de Conciencia se realizó por primera vez hace nueve años. Ese tribunal además de ser uno de conciencia fue el tribunal de la empatía, de la solidaridad y de la ternura, es un espacio en el que todas lloramos, y no por debilidad, sino porque todas sentíamos a flor de piel la violencia que narraron las testigas detrás de aquel biombo blanco que estaba sobre la tarima, al fondo del salón principal. El testimonio de doña Mariela, originaria de Alta Verapaz y sobreviviente de violencia intrafamiliar, psicológica y sexual, me recuerda que a todas nos ha tocado un pedacito de violencia física o psicológica en distintos tonos y contextos, y por eso surgió allí, una conexión superior. Un llanto no de desconsuelo sino de liberación y también de transformación. 

Después del Tribunal de Conciencia, ya no seremos las mismas. En 2010 se realizó por primera vez Tribunal de Conciencia, fue el primer escalón para que mujeres sobrevivientes de Sepur Zarco[1], en 2011, presentaran una querella penal por violencia sexual perpetrado por miembros del destacamento militar de esa comunidad. En 2016 se dictó la sentencia condenatoria.

Este año, además de la sentencia dada por las magistradas de conciencia, se reiteró el acompañamiento por parte de las organizaciones de mujeres para la demanda, que se encuentra en la etapa intermedia del caso de violencia sexual cometidas, a 36 mujeres Achí, por Patrulleros de Autodefensa Civil en la década de 1980.

Del tribunal de Conciencia aprendí que una palabra de aliento es poderosísima y cada mujer puede florecer de nuevo.

 


[1] Sepur Zarco es una comunidad que se encuentra en el límite entre los departamentos de Alta Verapaz e Izabal, de Guatemala, en esta región se instalaron durante el Conflicto Armado Interno, aproximadamente 6 destacamentos militares, todos en fincas privadas. Para el 25 de agosto de 1982, el destacamento instalado en Sepur Zarco estaba terminado y destinado al “descanso de la tropa”. Fue construido por los lugareños a punta de fusil. El ejército capturó a los hombres de la comunidad (Q’eqchi’). Ellos estaban en trámites de legalización de sus tierras, por lo que fueron considerados insurgentes, capturados, y desaparecidos. Las esposas de dichos hombres, al quedar viudas, fueron consideras “mujeres solas y por lo tanto disponibles”, y fueron sometidas a esclavitud doméstica, violencia sexual y esclavitud sexual. Fuente: UNAMG http://unamg.org/caso-sepur-zarco

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