Por Eva Cantón
31 de enero 2019
El pasado deja un rastro –y no siempre honorable– en la memoria colectiva de los pueblos. Tarde o temprano reaparece perpetuando patrones que imaginábamos desaparecidos. A veces, lo que creíamos secundario o anecdótico no lo es tanto y la historia revela que ciertos fenómenos han sido esenciales en la creación de estereotipos sobre los que reposan muchos sistemas de dominación. El relato de los imperios coloniales no escapa a ese principio. El terreno conquistado lo era también a través de los cuerpos y la sexualidad, un elemento fundamental de las relaciones de poder que, como la violencia contra las mujeres, está lejos de ser cosa del pasado.
En ‘Sexe, race et colonies’ (‘Sexo, raza y colonias’) publicado recientemente en Francia por La Découverte, un grupo de 97 investigadores internacionales –historiadores, antropólogos y sociólogos– analiza un total de 1.200 imágenes –grabados, pinturas, fotografías, carteles, ilustraciones y tarjetas postales– generados en seis siglos de historia colonial, desde 1490 hasta los procesos de descolonización de los años setenta.
Bajo la dirección de Pascal Blanchard, Nicolas Bancel, Gilles Boëtsch, Christelle Taraud y Dominic Thomas, su tesis es que esta vasta iconografía muestra que hubo una suerte de depredación sexual a escala mundial en los territorios colonizados por las potencias imperiales y en las prácticas esclavistas de EEUU.
Mirada sesgada
Las huellas de esa historia, a menudo tabú, son hoy reconocibles en las relaciones con las antiguas colonias, los flujos migratorios o los problemas de identidad en las sociedades multiculturales. La voluminosa obra sorprende por la rotundidad con la que aborda la violencia y la fascinación que trasluce la mirada sesgada de Occidente sobre el cuerpo del otro, y reabre el debate sobre la superioridad del mundo occidental 40 años después de que Edward Said denunciara en ‘Orientalismo’ los clichés ideológicos que alimentan las estrategias del poder.
‘Sexe, race et colonies’ defiende que la sexualidad en el contexto esclavista o colonial «no se pueden considerar como un asunto privado, individual o grupal, sino como un gran objetivo de la dominación tanto del pasado como del presente». La historia colonial es un acto de virilidad. Las mujeres se poseen, son objetos de intercambio y de rivalidad masculina.
De Gauguin a Man Ray
La literatura, la prensa, las artes, la radio, el cine, el vídeo y la televisión sirvieron para que los imperios coloniales construyeran una idea del otro. Los principales artistas del XIX y principios del XX beben de esta pasión por las colonias, como Paul Gauguin y sus ‘Désirs troubles’, Auguste Rodin y sus bailarinas camboyanas, Pablo Picasso y sus artes negras o Man Ray y su mítica fotografía ‘Negro y blanco’.
Las imágenes alimentaron las fantasías sexuales de la metrópoli y comercializaron un erotismo y una pornografía muy rentables. «Esta inmensa producción se convierte en un auténtico género que irriga Occidente y aproxima a la metrópoli de estos paraísos sexuales que se supone que son los espacios colonizados». Los coordinadores de la obra, Pascal Blanchard y Christelle Taraud, han respondido telefónicamente a las preguntas de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA.
¿Actuaron todos los imperios de la misma manera?
Pascal Blanchard: No. Cada uno desarrolló una matriz y unas prácticas específicas. En los primeros conquistadores portugueses y españoles en América hay una verdadera fascinación por el cuerpo del otro que se refleja en grabados y pinturas. Los británicos tienen una parte moralista y prohíben a los oficiales casarse con mujeres indias, mientras que italianos o portugueses promueven el mestizaje. Los franceses y los holandeses, por ejemplo, organizaron bien la prostitución. Cuando el Ejército francés llega a Argel en 1830 una de las primeras cosas que crea son los burdeles. Las mujeres jóvenes necesitaban el permiso de los servicios de higiene franceses para ejercer la prostitución. En el caso de los japoneses, su sistema fue el más brutal de todo el sudeste asiático.
¿Cuál fue el papel de la Iglesia?
P. B.: Fue particularmente paradójico, porque, por un lado, tiene un discurso teórico muy moralista de rechazo a la libertad sexual pero, por otro, cierra los ojos ante las prácticas de ultramar, que se conciben como el reposo del guerrero. Esta doble moral también se da en los imperios coloniales del siglo XIX que prohíben la mezcla interracial mientras paralelamente organizan la prostitución. Se admite el principio de una segunda esposa y se autoriza tácitamente la relación sexual. Esa ambigüedad, ese juego de ida y vuelta entre el discurso oficial y la práctica real es lo que se ve en el libro.
¿Qué cambia cuando a mediados del siglo XIX la mujer blanca llega a las colonias?
Christelle Taraud: Si antes la sexualidad mixta estaba tolerada e incluso las esposas y los hijos eran reconocidos como tales –por ejemplo, en las primeras fases de la colonización portuguesa los exploradores llevaban a sus hijos mestizos a Lisboa y Oporto–, ese modelo se rompe al fijarse la llamada ‘color line’. Las mujeres blancas defienden sus derechos y exigen la expulsión de las primeras familias, marginándolas. Habrá una esposa legítima para la reproducción y una categoría de mujeres cada vez más próximas de la prostitución. Hay un rechazo social hacia las primeras esposas con el objetivo de estigmatizarlas e impedir que sus hijos se consideran legítimos. Hay una doble sociedad, una doble moral y una doble familia. Los hombres tenían una en la casa colonial y otra en la plantación o en os barrios pobres de la ciudad.
P. B.: Un segundo elemento importante es que tocar a la mujer blanca se convierte en una prohibición absoluta porque está ligado a la superioridad racial. Su cuerpo es puro y no puede ser tocado por el hombre indígena
¿En el espacio colonial estaba todo permitido?
P. B.: Los límites a la dominación masculina –y había pocos– no existían. Para quienes iban a las colonias aquello era un paraíso sexual y lo sabían. Había una doble amoralidad. Allí no era condenable ser un pedófilo, como el pintor Gauguin. El concepto de violación no existía porque se consideraba que el hombre blanco tenía derecho a poseer el cuerpo de la mujer, como podía usar el del hombre como fuerza de trabajo. No hubo un sistema organizado de violación, pero sí de prostitución.
Si ves los carteles militares españoles, portugueses, alemanes y franceses para reclutar soldados siempre hay lo mismo: paisaje, aventura, cactus, cocoteros y una mujer con los pechos descubiertos.
Los grandes pintores orientalistas del XIX y los africanistas del principio del XX o el cine colonial ofrecen una visión exótica del cuerpo de la mujer. Hoy empezamos a entender su impacto en el debate sobre la sexualidad y las relaciones interraciales, especialmente en sociedades mestizas.
¿Qué rastro ha dejado la historia colonial en el presente?
C. T.: Hay varios espacios donde se observa la reproducción de estos estereotipos. El primero en el llamado mercado matrimonial globalizado, es decir hombres –y no solo blancos occidentales– de países ricos que buscan mujeres en función de clichés de la época colonial. Por ejemplo, a las magrebís se las representa como lascivas, a las negras con una sexualidad salvaje y a las asiáticas sumisas.
El segundo es el turismo sexual y el tercero es la industria pornográfica. Pero el árbol no deja ver el bosque porque el estereotipo de la dominación masculina nos influye individual y colectivamente a través del cine, las exposiciones, la publicidad, los libros, el cómic… Es inquietante porque, cuando vemos una imagen violenta nos damos cuenta enseguida de que es violenta, pero cuando se trata de una violencia sistémica no vemos el problema.
P.B.: Todos los mercados actuales del turismo sexual están en los países del sur (Haití, Senegal, Kenia, Marruecos, Tailandia, Filipinas). Con alguna evolución, el mapa es el mismo que el de las antiguas colonias. Países que eran encrucijadas militares, Yibuti, por ejemplo, en el imperio otomano o Kenia para los ingleses y Senegal para Francia. Marruecos era el inmenso burdel del imperio colonial francés, como Tailandia y Filipinas, y Cuba una etapa en el viaje de los marines norteamericanos.
Las construcciones simbólicas del Estado colonial se ven también en la producción pornográfica en la web. La fantasía del hombre negro y la mujer rubia perdura en la cultura capitalista. En Francia, las jóvenes con velo eran las más demandadas en internet y en los países musulmanes, unos de los mayores consumidores de pornografía, la imagen de la mujer blanca tomada por los árabes, asiáticos o africanos.
El libro ha recibido duras críticas. Se le reprocha haber caído en la trampa de la fascinación y se cuestiona el uso de las imágenes.
C. T.: Cuando la dominación pasa masivamente por las imágenes hay que mostrarlas y abrir un debate sobre lo que representan en el pasado y su peso en el presente. Rechazo la crítica de que estas imágenes pertenecen a una comunidad particular, porque se trata de una historia común, la de los colonizados y la de los colonizadores. La violencia es compartida, así que debemos trabajar juntos para no reproducir los mecanismos que han producido la segregación.
P. B.: Es normal que la gente se haga preguntas. Eso forma parte del debate científico e intelectual porque es un tema contemporáneo que afecta a lo emocional.
¿El estudio puede alimentar el debate sobre la relación hombre-mujer como lo ha hecho el movimiento #Me Too?
C. T.: Lo creo firmemente. Además de historiadora, soy militante feminista desde hace 30 años y estoy convencida de que una obra como esta aporta su grano de arena a la crítica sobre la violencia del sistema de dominación en las sociedades patriarcales. Afecta a todas las mujeres, aunque no a todas por igual. Algunas sufren una doble pena porque son pobres, sufren discriminación por su pertenencia a una raza o a una minoría o por su confesión religiosa. En este momento, grandes escándalos como el acoso sexual, la violencia doméstica, el maltrato y la violación están íntimamente relacionados con la dominación sexual. El núcleo de la dominación patriarcal es la sexualidad.
El epílogo
Las 544 páginas que contiene el libro se cierran con una reflexión en el epílogo de la escritora marroquí Leila Slimani, premio Goncourt 2016 por Canción dulce y autora de Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos (2017): «No se debería hablar del velo, de Trump, del turismo sexual en los países del sur, del gran remplazo, de la violencia policial hacia los negros, de los migrantes o del día de Año Nuevo en Colonia sin haber leído el texto precedente».
Fuente: www.elperiodico.com/es/mas-periodico/20181110/violacion-colonial-seis-siglos-abusos-sexuales-7132168?fbclid=IwAR3xnN8SBWm0S-JXdnXWifJvhhcY-0nskP2EGQfiJzDQywLdbkArx-mYez8