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Créditos: Internet.
Tiempo de lectura: 4 minutos

 

[Nota del editor: esta es una carta abierta de un usuario de Facebook ofendido, que, para fortuna de Prensa Comunitaria, despachó una generosa respuesta a la excelsa disertación de estulticia que anduvo circulando por las desenfadadas pero infamantes redes sociales que versaba sobre los peligros de las lecturas de teoría feminista en la universidad de San Carlos. Al parecer, la clase media guatemalteca está estancada en el siglo XIX, y así es difícil que lleguemos a alguna parte.]

Por Marco Valerio Reyes Cifuentes

El pasado lunes (15 de octubre), en un medio electrónico de la Escuela de Ciencias de la comunicación de la Universidad de San Carlos, apareció la nota de opinión titulada “Otra enfermedad no cura el problema”, acerca de lo que el autor considera una imposición ideológica del feminismo en las aulas universitarias. Leí, con sorpresa cercana a la alarma, cómo un estudiante universitario esgrime argumentos y afirmaciones falaces para descalificar al feminismo, afirmaciones de uso común en conversaciones cotidianas. Esta es mi respuesta al columnista y a quien opine sobre esta ideología desde la ignorancia.

A diferencia de lo que usted sugiere en su columna de opinión, me parece un error considerar como imposición ideológica del feminismo la asignación de una lectura. En cualquier carrera se asigna diversas lecturas sin corte feminista y no son calificadas de “imposición del machismo”. Como estudiante universitario responsable, es su tarea y derecho asimilar lo que le parezca bien y desechar lo que no.

Distinto a lo que usted asegura, el feminismo sí tiene fundamento y son los siglos de exclusión, violencia, sometimiento y desprecio que el patriarcado en la sociedad ha dirigido hacia la mujer, y más aún, hacia lo femenino. ¿Desea teoría escrita? Le sugiero leer El segundo sexo de Simone de Beauvoirl. ¿Más? En Wikipedia hay definiciones de términos y bastante material al respecto.

Nada tiene que ver que una mujer sea o no “santa”, como sus jefas. ¿Quién se atribuye la potestad de calificar la “santidad” de una mujer? ¿Usted? ¿Los hombres? ¿Quién? Por favor, no me diga que usted es de quienes piensan que las mujeres se dividen en “putas” o “santas”, ni, muchísimo menos, que es de quienes aseguran que una mujer tiene que “darse a respetar”; cualquier persona, nacida hombre, mujer o intergénero merece respeto por el hecho de serlo.

La violencia la padecemos hombres y mujeres, es verdad, pero ¿ha notado la carga de relación de poder de género que registran los feminicidios? ¿Ha notado que un altísimo porcentaje de mujeres asesinadas son víctimas de parejas o exparejas? Esos asesinos ven a la mujer como “su propiedad”. Sí, creen que son “sus mujeres”, como usted escribió en su nota de opinión. Pero veamos otras formas de violencia. ¿Cree usted que son los hombres quienes sienten miedo de caminar en horas de la noche y encontrarse con una mujer, quien lo agreda verbalmente, primero, y luego física y/o sexualmente? Y cuando una mujer se atreve a denunciar un caso de violación, por ejemplo, las primeras preguntas que le hacen son “¿cómo iba vestida?, ¿por qué caminó por ahí?, ¿por qué iba sola?”. Siempre se trata de culpar a la víctima y disculpar al agresor, como si la agresión fuera el merecido de la víctima. Si usted no ve misoginia colectiva en todos esos actos, ni encuentra la diferencia entre las relaciones hombre-mujer y madre-hijo, a las que usted equipara en relación a la violencia física (injustificable bajo cualquier perspectiva), yo no soy oftalmólogo, no puedo hacer nada por su miopía.

Las mujeres cometen actos y actitudes sexistas, sí… Número uno, eso no va en detrimento del feminismo; número dos, es el resultado de la herencia patriarcal que les enseña a competir con el resto de mujeres y a verlas como contrincantes y no como aliadas. ¿Conoce el término sororidad? Si no lo conoce, lo invito a usar el internet para algo útil.

Usted afirma que la naturaleza define los papeles de los individuos. Por el contrario, la naturaleza otorga genitales masculinos, femeninos o ambos. El papel de los individuos, su masculinidad o femineidad y la forma en la que deberían conducirse, sentir o pensar, es una construcción social estructurada a partir de lo que nos enseña la cultura, y así, aprendemos a no llorar, a que nos gusten los carros, el boxeo y el color azul, a mandar y poseer, si somos “hombres”; o a ser dramáticas, gustarnos el rosado, las muñecas y la cocina, depender de alguien, creer que valemos exclusivamente por nuestra apariencia, si somos “mujeres”. El feminismo no alega igualdad biológica, exige igualdad de oportunidades, de libertades, de reconocimiento, de respeto, de derechos.

Sí, la educación es pilar para el bienestar de toda sociedad, y por eso es urgente la educación obligatoria, gratuita, laica e integral para niños y niñas, incluida la educación sexual para que desde la infancia se tenga consciencia del propio cuerpo, conocimiento sobre su función y los cuidados que requiere, capacidad de reconocer una situación de abuso, etc. La educación responsable permitirá abrir los horizontes de la niñez y modificar la forma en la que se ve al “otro”; que una niña no sufra bullying por gustarle las “actividades de niños”, ni que un niño lo padezca por preferir la poesía sobre el futbol.

Tengo una curiosidad: ¿qué habría sucedido si la lectura “feminista” que originó su nota hubiera sido propuesta por un catedrático y no una catedrática?

17 de octubre de 2018.

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