Créditos: Internet.
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por: Patricia Cortez Bendfelt

*alerta de spoiler, vea la película antes por favor*

Hace ya 38 años, en 1979, se estrenó la película “un pequeño romance” en esa época yo era una adolescente que se volvió un poco loca imaginando que yo huía de mi casa a besarme bajo el puente de los suspiros de la mano de algún galán imaginario.

Eran “otros tiempos” y las amigas que se habían atrevido a “tener novio” contaban que las habían dejado “marcadas” con el cincho por tener la osadía de enamorarse tan jóvenes.

Cuando unos años después un enamorado se atrevió a ir a donde mi padre, a su clínica, a pedirle permiso para “ser mi novio” creí que la respuesta de mi padre iba a ser la misma que la de la película: una prohibición tajante y tal vez, un par de “cinchazos” por atreverme a tanto.
Mi enamorado dijo que había sido muy cordial y que lo único que le llamó la atención fue que al terminar de hablar con él salió al patio y se quitó los lentes para limpiarse los ojos.

Nunca me riñó y se limitó a explicarme que consideraba que yo tenía un gran futuro y que debería seguir estudiando y no perder demasiado tiempo con chicos. Pero no me lo prohibió.

Fotografía Internet

Aunque ahora la respuesta de los padres puede ser más abierta y los “obstáculos” que aparecían en las novelas “son de familias diferentes” y cosas igual de ridículas ya no se toman como antes, aún hay tabús como la “raza” y…el sexo.

Muchos chicos temen contarles a sus padres que están enamorados de alguien de su mismo sexo porque saben que la reacción será “te voy a pegar para que se te quiten las ganas” y esa frustración del primer enamoramiento (que pocas veces es el primer amor) los seguirá toda la vida y los marcará.

Entiendo que el gesto de mi padre es el mismo que cualquier padre tendría. La sensación de orgullo de saber que “mi hijo/a ya creció” y al mismo tiempo esa incapacidad para evitarles ese dolor del corazón que no se cura con una sopladita ni con una curita y menos con un beso de mamá. Y que tal vez ya no le daremos un cinchazo por atreverse a enamorarse…o tal vez sí.

Confieso que lloré en la escena del padre, lloré porque sin importar la orientación sexual o de quien se enamoren por primera vez sabemos que van a llorar y que triste que no puedan venir a nosotros a contarnos el dolor, el miedo, la frustración.

Y tengo que admitir que es ese el discurso que deberíamos darle a los hijos “enamórate, enamórate con todo, ama y si, te va a doler un poco pero podrás recordarte de lo bello, de lo que significó, de la vida”.

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