Créditos: crnnoticias.com
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Por: Francisco Rodas

Supongamos que el antejuicio a Jimmy prospera. Lógicamente Jafeth pasa a sustituirlo.

Como el cargo de vicepresidente quedaría vacante, Jafeth como nuevo presidente, propone una terna de candidatos para que el Congreso elija al idóneo.

La correlación de fuerzas en el Congreso no es exactamente la misma que cuando Baldetti renunció al cargo, no obstante el transfuguismo ha permitido que los intereses de los hegemónicos en el gobierno anterior sigan teniendo peso. En otras palabras, pueden determinar la elección del nuevo vicepresidente.

Para los diputados, por tanto sus partidos políticos, el Congreso es prácticamente su última trinchera. Así, se forma una amalgama de intereses zurcidos con el hilo de defender sus prerrogativas que le brindan la corrupción y la impunidad.

Dentro de este escenario, Jafeth, al igual que como ocurrió en el anterior gobierno, podría presentar una y otra vez ternas sin que los diputados den su beneplácito, hasta que se proponga alguien que les sirva de sombrilla para la tormenta que se avecina y que, además, Jafeth se sienta seguro que no le va a pasar lo del comediante.

Fotografía crnnoticias.com

No hay sorpresas, todo es un reciclado del mismo material del ripio político. Pasó antes con el furibundo y senil Maldonado.

Ya cómodo Jafeth como presidente, luego de desocupar la casa de zona 14 y el camión de mudanzas poniendo su mobiliario en casa presidencial, la Contraloría General de Cuentas pide que se investigue a Jafeth por malos manejos administrativos en la época que fue rector de la USAC.

Se repite entonces el ciclo de antejuicio y al calabozo.

El, no sabemos cómo se llama –como si eso importara–, vicepresidente hace el relevo y volvemos otra vez a las ternas vicepresidenciales.

A estas alturas, digamos que a diciembre de este año, todos los parques centrales de los 340 municipios están hasta el tope de ciudadanos exigiendo que se barra con todo el sistema de partidos políticos. Ya ni la reforma a la LEPP importa. Es más, el sector privado ofrece llegar al paro y brindarles una pieza de pollo frito a los manifestantes de la plaza.

Los diputados temen retornar a sus casas porque estas están sitiadas por ciudadanos que no les van a linchar, pero le van hacer la vida trocitos. Ya no concilian el sueño y, cada vez que suena un cuete, canchinflín o silbador se sobresaltan delirando que ese olor a pólvora sabe a revolución.

Como se obstinan a no perder sus prerrogativas, encuentran dos salidas. La primera, convocar a nuevas elecciones lo más pronto posible, antes que arda la pradera. La segunda, elegir a un nuevo vicepresidente que sea convincente, goce de simpatía y respeto de la población.

La primera opción la desechan porque no tienen ni la más remota oportunidad de ganar. La segunda es la más viable para tranquilizar al pueblo. En este momento llegan a la conclusión que ya sólo les queda intentar frenar las investigaciones sobre financiamiento electoral ilícito, así que la opción es jalarse a la presidenta del Tribunal Supremo Electoral, María Eugenia Mijangos, con el plus de representar a las mujeres dentro del gobierno.

El presidente, ese solemne desconocido, no le cae en gracia el asunto porque le han recortado su poder, así que prefiere renunciar.

Sheny Mijangos sube y jaque mate.

Pero todos estos retumbos se pueden evitar si tan sólo se diera un simple golpe de estado.

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