Texto: Lucrecia Molina Theissen
Desaparición forzada y doctrina de seguridad nacional
9 de septiembre de 2012. La doctrina de la seguridad nacional, la guerra de baja intensidad y las desapariciones forzadas formaron parte de la geopolítica norteamericana en el hemisferio occidental. Según Helio Gallardo “el fenómeno de las desapariciones forzadas se da en el marco de la guerra contrainsurgente que se desata en América Latina en la década del sesenta, guerra contrainsurgente que se inscribe al interior de la guerra fría (conflicto este-oeste) gestada tras la Segunda Guerra Mundial (…) el principal motor de las desapariciones forzadas es la geopolítica norteamericana en el área” según el conferencista. (Conferencia de Helio Gallardo en ACAFADE, 1988).
En esta visión geopolítica (que es asumida como propia por sectores locales en los países latinoamericanos, en particular las fuerzas armadas) se encuentran otros antecedentes, como el totalitarismo, el nazismo, el fascismo y las experiencias contrainsurgentes derivadas de las guerras francesas en Indochina y Argelia.
La doctrina de seguridad nacional, una doctrina guerrerista
La DSN es una doctrina de guerra que parte de la concepción de que existe un enfrentamiento entre el este y el oeste; que la democracia es débil para defender la “seguridad nacional” -la que coloca por encima de los derechos de las personas- y que la seguridad nacional es amenazada no sólo por un enemigo externo sino también por uno interno, separado por una imprecisa y arbitraria frontera ideológica. (S.a. “La Desaparición Forzada en Colombia”, sf, pp. 4)
Otro elemento para comprenderla es que “…en cuanto ideología dominante para un proyecto de Estado y sociedad, reposa en dos vertientes: la imagen de la existencia de una crisis, por una parte, y la afirmación del rol militar como factor de restauración del equilibrio, para que esa restauración abra el paso al nuevo proyecto ajustado a los intereses económicos de la transnacionalización y la concentración del poder y la riqueza. La restauración neoconservadora expresó un objetivo básico: fundar un Nuevo Orden Político, mientras una esmerada operación de cirugía represiva basada en los métodos de la contrainsurgencia, eliminaba a los ‘enemigos del sistema'”. (Simón A. Lázara, “Desaparición forzada de personas, doctrina de la seguridad nacional y la influencia de factores económico-sociales”, en La desaparición, crimen contra la humanidad, del Grupo de Iniciativa por una Convención Internacional sobre la Desaparición Forzada de Personas, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Buenos Aires, octubre 1987, pp. 41).
Ejércitos latinoamericanos, ejércitos de ocupación
En términos muy generales, la doctrina de seguridad nacional fortaleció el proceso de militarización en América Latina, surgido en un marco de crisis de la hegemonía norteamericana al concretarse una alternativa revolucionaria en Cuba. Las condiciones políticas internas en algunos de los países –como Guatemala- también llegaron a niveles de crisis, predominando el descontento popular ante las injusticias prevalecientes, las movilizaciones constantes, la radicalización de sectores de la población que optaron por la lucha armada ante el cierre de los espacios políticos y el incremento de la represión, etc.
En ese contexto los ejércitos (modernizados, profesionales, capacitados en las escuelas militares norteamericanas, como la tristemente célebre Escuela de las Américas) pasaron a ser la única opción para recuperar el orden social, concebido como el mantenimiento del sistema político y económico existente. Dentro de esta lógica, el ejército se situó por encima de la sociedad, como la encarnación de los intereses nacionales, con una contraparte responsable de todos los males sociales, un enemigo subversivo. Esta concepción fue compartida por todos los sectores hegemónicos en el poder y control del Estado. (Lázara, Op. Cit., pp. 41).
La frontera ideológica
Según la doctrina de seguridad nacional, no existe un frente de guerra en el sentido tradicional. El enemigo (la subversión, el comunismo internacional…) se encuentra en cualquier lado, está inmerso en el seno de la población. El conflicto se expresa por parte de la oposición no sólo en el terreno militar, sino también en lo ideológico, político o cultural; de esta manera, el poder configuró las actividades en esos campos tan peligrosas como las acciones militares y las combatió militarmente, utilizando métodos violentos.
Así los ejércitos latinoamericanos rompieron con la concepción tradicional de defensa del territorio y la soberanía, para convertirse en virtuales ejércitos de ocupación en sus propios países, representando y defendiendo intereses ajenos y hasta contrarios a los de sus propios pueblos en un supuesto combate contra el comunismo internacional.
Subordinando la política a la razón de Estado, las personas fueron calificadas de acuerdo con una clasificación maniquea de “amigo” o “enemigo”. Toda la actividad del Estado en función de su seguridad se dirigió contra aquellas calificadas como enemigas con una declaración de guerra total y sin considerar ningún límite legal o ético para su actuación.
La difusión del terror mediante brutales hechos represivos fue acompañada de sucesivas campañas de control ideológico; con ellas se pretendió infundir en la población la creencia en la existencia real de un enemigo, de tal manera que esta lo asuma como suyo también. En distintos ámbitos –la iglesia, los medios de comunicación- expresiones como “los delincuentes subversivos”, “narcoterroristas”, “come niños” y otros temas -como la socialización de la propiedad individual, de las mujeres y la eliminación del matrimonio y la familia, formaron parte de estas campañas. Otra faceta de la campaña terrorista de estado fue la aparición de cadáveres con señas de torturas, en una perversa combinación de sutilezas y hechos atroces.
La perpetración de actos criminales por parte del poder, el temor a un cambio revolucionario en las capas medias, la radicalización de las derechas y la búsqueda de una salida a la crisis, entre otros elementos, contribuyeron a generar un consenso favorable a las actuaciones de los militares. En una mezcla de terror, insensibilidad y complicidad, se llegó a ver en los excesos represivos algo necesario, y amplios sectores sociales legitimaron su accionar.
Fuente: blog cartas a Marco Antonio
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