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Créditos: Ilustración El Mundo.
Tiempo de lectura: 10 minutos

Por: Miguel Ángel Sandoval

El Tsunami desencadenado desde hace varios meses tiene un actor de primer orden, los partidos políticos, en silencio absoluto, perplejos, anonadados. Discutir ese tema es el motivo de estas líneas.

-I-

La crisis del sistema de partidos políticos es una verdad del tamaño de la catedral. Ante la coyuntura político-institucional desatada en 2015 con el escándalo de la línea destapado r la cicig y el movimiento social, ni uno solo de los partidos del sistema atina a decir nada, ninguno se pronuncia por nada, nadie se atreve a señalar un rumbo, porque en su gran mayoría tienen la cola machucada y de alguna manera, la crisis actual solo revela su incompetencia real, su mediocridad política. Estamos, ante la urgencia de reinventar-refundar-aggiornar todos los partidos, por supuesto solo los que tengan algo que decir y que no crean que los cambios que hacen falta, sean de naturaleza gatopardiana. O que pretendan sentarse a esperar los tiempos pasados.

Hace falta partidos que sean instituciones de derecho público, con democracia interna, que intermedien ente la sociedad y el estado, que fomenten la ciudadanía, que velen por el respeto del estado de derecho, que tengan códigos éticos, programa político, ideario. Y esto no existe en nuestro país en la actualidad, casi en ninguno de los partidos, sean del signo ideológico o político que sean. Si queremos una democracia fuerte, una economía con sentido social y una sociedad cohesionada, con instituciones que sirvan de algo, el remedio es claro: hace falta construir partidos políticos distintos a los actuales. Punto.

Pues no pienso que pueda existir una democracia en nuestro país sin que existan esos instrumentos que se denominan particos políticos. Salvo que creamos que es posible una sociedad en donde los problemas del país se resuelven por la vía de las decisiones de alguien, un ungido de los dioses, o un ser sobrenatural que todo lo puede. No es el caso, por lo tanto, hace falta esa dimensión que conocemos como partidos políticos. Claro que no en su estado actual. Ni quiera dios como dicen en Nicaragua.

Con ánimo de proponer un debate que tenga sentido, no el de intentar demostrar si hubo mano de mono en el tsunami que no cesa, me parece que hay que advertir que con los actuales partidos políticos y sin las reformas de segunda generación como se les denomina, no hay proceso electoral que sirva de algo. El proceso anterior fue en este sentido muy ilustrador. En lo personal pude aquilatar la urgencia de cambiar el sistema de partidos, a partir de la coalición con la que participe como candidato presidencial.

Ilustración El Mundo.
Ilustración El Mundo.

En verdad hacen falta partidos nuevos. Las tradiciones o la historia acumulada, son solo eso. No sirven para dotar de perspectiva a una sociedad que se encuentra, por decirlo de manera figurada, desesperada, por identificar alternativas políticas, que repito, ni uno solo de los partidos representa.

Uno de los temas más graves en este diagnóstico, es lo ocurrido con los partidos PP y Líder, que fueron cancelados por la vía administrativa en una acción inédita del TSE. En esta dirección se encuentra el FCN de gobierno y la UNE de oposición. No se sabe si el proceso debe culminar con la cancelación, pero ello indica que hay nuevas condiciones para la urgencia de dar paso a la refundación-reinvención, aggiornamento de todos los partidos.

En la coyuntura que se abrió con los escándalos destapados por la Cicig y las movilizaciones sociales subsecuentes, los partidos políticos, lo más que llegan es a decir, casi sin mover los labios: es apoyo al MP y la Cicig, en la lucha contra la corrupción, mientras en el fondo añoran los viejos tiempos, las viejas prácticas, los arreglos bajo la mesa. Es por ello que no proponen nada, ni en sentido táctico ni estratégico. Mantienen  un  silencio que nos haga pensar que son inteligentes, pues al guardarse las opiniones la gente piensa que están elaborando políticas, etc. Pero la realidad es otra: están callados porque están asustados, anonadados, no saben qué hacer.

Propuestas de cambios importantes no existen, iniciativas para encabezar las demandas ciudadanas, menos. Son partidos por gusto. Existen porque tienen unos cuantos diputados que fueron electos por la vía de la inversión en campañas y acarreo, dadivas y corruptelas. Y todo ello con los mecanismos y fórmulas que se adjudican al viejo modo de hacer política, a la vieja manera de abordar los procesos electorales.  El voto legítimo puede existir en algunos pocos casos, el resto es lo que explica el escaso nivel político, cultural, técnico o profesional de la mayoría de pobladores del congreso.

-II-

Es indispensable la reconfiguración de los partidos políticos. No es posible pensar que luego de los acontecimientos desencadenados en abril de 2015 y con la exposición de las vergüenzas del sistema de partidos, alguien en su sano juicio considere que todo puede continuar como siempre. Con asambleas de cartón o casi, con listas de afiliados virtuales o casi, con filiales de mentiritas o casi, y con líderes que  en la gran mayoría, son caciques locales con pisto, o líderes nacionales igualmente con pisto.

Liderazgos reales en verdad no existen. Se puede ver a golpe de ojo en los pasillos del congreso. Diputados van y vienen y en verdad solo el ojo de halcón de los cronistas parlamentarios que saben del color de las corbatas o que distinguen el  pin que utilizan,  permite saber de quién se trata. En su mayoría son perfectos desconocidos, diputados de fortuna pero jamás líderes políticos o sociales, salvo alguna excepción que como siempre confirma la regla.

Es de tal magnitud el drama de la ausencia de calidades en la mayoría de ocupantes de la casona de la novena avenida, que hace unos pocos días un canal de Tv hizo una entrevista a los dos nuevos diputados que llegaron en remplazo de dos titulares que fueron declarados sin derecho de antejuicio y seguramente ya se encuentran ante tribunales. Pues bien, la entrevista en cuestión, jocosa, permitió aquilatar a los televidentes la orfandad política de los ahora nuevos diputados.

Nótese que estoy hablando de liderazgos que si existieran se justificaría, al menos en parte, su presencia en el hemiciclo. Pero si vamos a aspectos de orden profesional, cultural t o técnico, el panorama es desolador.  Una mayoría de políticos saltimbanquis, que ven su transfuguismo como algo normal y que siempre fue así, Juristas que confunden el litigio malicioso con el debate político, una mayoría silenciosa que no opina de nada pues no sabe de nada, salvo de sus negocios o transas,  y para rematar, Indígenas que no saben de sus derechos, mujeres que no se identifican con los propios; en pocas palabras, la mediocridad.

Es por ello que si se quiere abordar cambios significativos en el orden democrático existente, pues parecería lógico abordar la construcción de nuevos partidos políticos, o en su defecto, la refundación-reinvención-reingeniería-aggiornamento, del conjunto de partidos que existen en la actualidad. Otro proceso electoral como el pasado no creo que lo aguante el país, urgido como esta de cambios y de nuevas maneras de vivir.

-III-

En el cuadro descrito no parecería adecuado que la sociedad y sus expresiones más despiertas siguieran a la espera de lo que con la mejor intención presenta el MP y la Cicig. Menos que esperar del sistema de partidos soluciones que por esa vía no van a llegar. Salvo algunas reformas que desde el legislativo se pueden impulsar, por la presencia de un pequeño grupo de diputados que llevan la iniciativa, pero que corresponden a la agenda que la plaza dictó en un momento. Más allá, pues pueden esperar sentados.

Parecería que los sectores más esclarecidos del movimiento social están en el tiempo adecuado para intentar asaltar la política como hace algunos meses asaltaron la plaza. Es una disyuntiva en todo el sentido del término. Si se deja el sistema de partidos sin recambios o sin refresco, pues seguirán las mismas prácticas aún con nuevas leyes. Para poner un ejemplo, no hay ley que insufle un comportamiento ético a los políticos carentes de ella.

Es por ello que la nueva ley de partidos políticos y los cambios que se proponen, si llegan a tiempo, no garantizan un proceso electoral don nuevas prácticas, menos limpia de los personajes impresentables de la política actual. Se trata de un tema toral. De mi parte apuesto por nuevos partidos, nuevas dirigencias, nuevas prácticas. En donde los programas sean determinantes, las ideologías un marco de referencia, y el comportamiento político del día a día, no sea un discurso cantinflesco que finalmente no dice nada a nadie. Para decirlo con claridad, hoy día no es posible por parte de los partidos presentar propuestas ancladas en el más rustico neoliberalismo ni en los esquemas del socialismo incluyendo sus variables socialdemócratas,  pues se trata de dos escuelas de pensamiento que no han dado resultados.

La sociedad debe entender cuáles son las diferencias entre los partidos, que no radica en el color de corbatas a cual más cursis, pero lejanas del discurso político que debería de caracterizar a las diferencias o coincidencias entre la sopa de siglas en la política nacional, que en su variedad no expresan diversidad ideológica o política, pues en efecto esas dos categorías no existen ni se pueden establecer. Esa sopa de letras lo que permite identificar es a las pequeñas o medianas empresas electoreras y no propuestas políticas o ideológicas con algún sustento.

Es un planteamiento meditado pues nos tenemos que rendir a la evidencia que las instituciones de justicia (aún con sus reformas) y  todo el apoyo internacional que gozan,  no pueden sacar adelante la tarea de dar perspectiva a la sociedad guatemalteca. Pueden cumplir la gran tarea de depurar el ambiente, de dar un combate frontal a la corrupción que nos ha mantenido atenazados,  pero no de señalar el rumbo que nos permita salir de la desigualdad, de la marginación, de los abusos permanentes de los grupos tradicionales.

Y desde otra perspectiva no pueden ser los grupos empresariales organizados quienes determinen la política a seguir en lo económico o en lo social pues para ello no están facultados ni es algo que les interese, especialmente si en algo se aparta de sus tasas de rendimiento o ganancia.

                                                         -IV-

En el espectro político si vemos lo que podría denominarse genéricamente como derecha con todos sus matices, el modo de trabajo a que estaban habituados parece que toco fondo. No creo que sea posible continuar haciendo de la actividad política y de los procesos eleccionarios un negocio sin principios ni ética ninguna. O la repetición de los negocios con complicidades empresariales a cambio de futuros favores o peor aún, con los señores del narco que ahora es en nuestro medio por la venalidad de los partidos,  un elector de suma importancia.

Pero tampoco se puede hacer gobiernos sin resultados en un país como el nuestro que demanda con urgencia que dura ya décadas, medidas que busquen alivio a las carencias añejas, reformas en las conductas institucionales, nuevas leyes, practicas diferentes. No es posible, que de gobierno en gobierno las cifras o datos de pobreza o pobreza extrema sigan aumentando, que los niveles de educación o salud sean cada vez más bajos, que los migrantes sigan creciendo en flecha, o que la burocracia siga imponiendo sus condiciones en la administración pública.

En este terreno lo que sí es indudable es que el gobierno que venga, no el actual que parece ya toco fondo y dio suficientes muestras de ineptitud, le hará falta terminar con el flagelo de la corrupción institucionalizada. No tiene alternativa a ello.

No hablo de propuestas que se hacen en dirección a la sociedad pues de hecho no existe mucho que señalar. Alguno que dice pena de muerte como la solución a todo, otro que habla de bolsa solidaria o segura, alguien más que habla de hacer empleos, o de mejor seguridad, pero estos temas no configuran un modelo de sociedad, un modelo económico, una forma de vivir con más opciones para las mayorías. Son apenas aspectos que deberían formar parte de un programa de gobierno, de una visión del rol de éste en la sociedad, de una visión del país y su futuro, pero esas expresiones de medidas o políticas dispersas o casuísticas no ayudan en nada.

En la actualidad algo que parece obvio es que el sistema de partidos tradicionales se encuentra agotado y con él el sistema electoral que existe.  Hay por lo menos dos de los llamados grandes, extintos. Otros con amenazas de desaparecer por la misma vía: la administrativa. No se ve cómo van a buscar votos para próximos eventos pero sobre todo, no se mira por dónde y con cuales estrategias van a ganar de nuevo alguna credibilidad.

Salvo que le apuesten a la poca memoria de la gente que una y otra vez votan por los mismos personajes o denominaciones políticas a cual más arbitrarias, pues finalmente saben que en los procesos electorales no se define el curso de sus vidas. Por ello las denominaciones que parecen aguas gaseosas o pastillas para la gripe, dejan a la gente sin inmutarse, votan pues por la distorsión de la política y las campañas, algo a cambio recibe la gente,  pero no algo que haga pensar en ideología, principios, nada de lo que normalmente puede ser caracterizado como discurso político.

                                                          -V-

Del lado de las expresiones de izquierda, queda a veces la impresión de que se encuentran cómodas con su marginalidad política y su poca o nula incidencia en los temas nacionales. Se les ve como incapaces de remontar sus diferencias reales o supuestas, las pequeñas ambiciones personales, la disputa por algunos espacios, pero en verdad sin propuestas de alcance nacional, o que por lo menos despierten alguna expectativa.

En los últimos años el público de esta corriente ha disminuido, sobre todo si se toma en cuenta los resultados electorales.  Dos o tres por ciento y dos o tres diputados. Un par de alcaldías. No más. La lista de cuadros que abandonan las filas cerradas de esas organizaciones es amplia. No hay explicaciones a esos fenómenos. No se trata de que busquen dar el salto a la derecha como se dice, sino que optan por actuar en medios sociales o en el ámbito reducido de su comunidad. Son los hechos.

Hay fragmentación y ello genera mucha confusión. Se puede identificar una media docena de grupos de izquierda. Con mayor o menor implantación, con dificultades para llenar los requisitos legales y no desaparecer, pero sin mayor fuerza política real. Los resultados electorales son elocuentes, pero también son muy claros los momentos en los que estas agrupaciones deciden marchar en los eventos de calle tradicionales. Primero de Mayo o 20 de octubre. Son marchas raquíticas que en verdad dan tristeza.

Es lo mismo con la opinión pública. No generan debate, no producen planteamientos que atraigan o despierten interés. Es una especie de ausencia de esos medios. Sus cuadros no son buscados como exponentes de su pensamiento político o ideológico. Quizás se les consulta a algunos por su conocimiento en algún tema. En parte se debe a que viven prisioneros de la nostalgia, de los recuerdos de una época que ya no existe.  De manera general no son muy activos en el debate político del país que con sus limitaciones es lo que existe en ese terreno.

Conozco casos de gente que se reivindica de izquierda,  que se encuentra afiliada a un determinado partido pero que no defiende sus tesis de manera pública. Es un poco el hábito heredado de la época del clandestinaje, cuando por seguridad había que mimetizarse o es acaso el temor de verse señalado de extremista o temores inexplicables pero que operan en la práctica más de lo que parece. En determinados casos hay profesionales notables pero que no reivindican su membrecía en cualquiera de las organizaciones que como digo, son todas marginales.

Sin embargo, existe expectativa sobre lo que pueda hacer la izquierda en una coyuntura como la presente. Se le tiene más temor que su capacidad de generarlo. Es una paradoja. Se le teme mucho más que la capacidad que tiene de reinventarse.

Pues si en algo se puede estar de acuerdo, es que la izquierda solo si se reinventa puede tener opciones. Si no lo hace la marginalidad política es el destino inmediato. Hasta que haya una nueva coyuntura mundial y un cambio generacional.

Y esa reinvención que señalo, pasa por dar un giro importante en un discurso que aún  es vigente pues las causas que lo originaron no se han modificado, y muestra de ello o la justificación indudable, se encuentra en el fracaso del modelo económico y político al que asistimos de forma brutal cuando se publican indicadores de salud o educación, de pobreza o de otros indicadores. Pero el discurso tiene ribetes de las ataduras de la guerra fría de ingrata recordación. Se dice fácil, aunque se reconoce la dificultad para impulsar un nuevo discurso que tenga en su base las preocupaciones de un país que en medio de sus limitaciones cambia, a veces de manera insensible o invisible, pero cambia. Y ese es el mayor desafío. Situarse a la altura de ese cambio que es de época y en gran medida generacional.

Nota. La primera versión de este artículo se publicó en la revista de la APG, ahora se hace con  ampliaciones y correcciones.

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