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Créditos: Caravana de  Madres de Migrantes Desaparacidos
Tiempo de lectura: 16 minutos

Texto: Manuela Camus y Bernie Eguía

Fotografía: Caravana de  Madres de Migrantes Desaparacidos

La intención de este escrito es rescatar parte de la información que se maneja sobre el paso por México de las mujeres centroamericanas sin documentos migratorios en la intención de llegar a Estados Unidos, y detenernos en aquellas mujeres que pasaron por el Centro de Atención a migrantes de FM4 Paso Libre en la ciudad de Guadalajara.

La Zona Metropolitana de Guadalajara es parte del Corredor Occidental del trayecto hacia el Norte situándose a mitad del camino. Desde que se exacerbó la violencia en la parte este de México: Tabasco, Veracruz, Tamaulipas, que era un trayecto más corto, aumentaron los flujos que vienen por el oeste buscando una ruta más segura. Como otras ciudades del Bajío mexicano es una zona industrial con ciertas oportunidades laborales y hasta ahora relativamente amable con los migrantes.

La observación de la investigación empírica se dio en el Centro de Atención al Migrantes de FM4. Esta organización reclama el fin de la clandestinidad y que se facilite el paso documentado. A lo largo del 2016 puso en marcha un programa específico de atención a las mujeres. Aunque la cifra de estas sea menor entre el enorme volumen de hombres, apenas alcanzan el 5%, se hacen relevantes porque nos destapan historias y problemáticas invisibilizadas. Hay que entender que a este espacio entran de personas que están de paso y que, al no encontrar el servicio de albergue, hace que su presencia sea más fugaz, de ahí que son seguimientos breves e intensivos.

La mirada está entonces en las experiencias de las mujeres dentro de esta diáspora masiva hacia, simple y gravemente, el sobrevivir. Cada año atraviesan el territorio mexicano entre 200 y 400 mil migrantes centroamericanos cuyo destino es Estados Unidos. Según diferentes fuentes las mujeres pueden ser entre el 15 y el 30%.

Las y los centroamericanos huyen de la violencia del mercado neoliberal y sus políticas que penetran en todos los ámbitos de su vida cotidiana precarizándola y generalizando la violencia como intermediaria en las relaciones sociales. Los motivos del migrar de las mujeres tienden a ocultarse en los documentos sobre migración, se hace parecer que responden a problemas estructurales en los países de origen pero se observa una violencia sistemática que “en las mujeres tiene una particularidad: es una violencia sistemática de género que existe tanto en su comunidad como en su hogar, tanto en su país como en sus relaciones sociales” (COAMI 2015). Así la salida de las mujeres se produce no solo por los precarios empleos en las industrias maquiladoras, en el comercio o en el servicio doméstico, si es que pueden alcanzarlos, sino también por violencias acumuladas. Huyen de una “muerte en vida” en un contexto criminal de violencia machista y patriarcal que usa sus cuerpos como territorio de escritura para venganzas o demostración de fuerzas: las mujeres se ven expuestas a dramáticas condiciones dentro de una violencia feminicida como epílogo de un continuum de terror (Varela 2016).

Mujeres migrantes1

Las violencias son de carácter físico, emocional, sexual, material o simbólico y se producen también en el tránsito hacia el Norte donde se encuentran expuestas a riesgos y amenazas. La especificidad del cuerpo de mujer como terreno de riesgo pone a la migrante a una situación constante de acoso, agresiones, violaciones y al mismo tiempo el cuerpo femenino representa un recurso potencial para la sobrevivencia y para el cumplimiento de su proyecto de vida (Castro Soto coord. 2010: 39).

Las estructuras desiguales de poder y género se agravan en el viaje ya que al alejarse del ámbito doméstico facilitan que el cuerpo de la mujer se vulnerabilice al romper los esquemas sociales de protección/control por los varones y la jerarquía familiar. Las mujeres que migran transgreden el mandato sobre el cuidado de las familias que pesa sobre ellas y se les disciplina por ello. Es importante observar y dimensionar la incidencia de la violencia sexual sobre las migrantes quienes resultan hasta para los vecinos del camino “una diversión” (Martínez 2010: 52).

Aquella que viola los mandatos de género y los códigos establecidos se expone a un “castigo” que puede ser anónimo ya que cualquier hombre puede atribuirse el papel de encarnar la autoridad cuestionada: “Todos los hombres son acosadores potenciales, los compañeros de viaje, el personal del tren, las autoridades, los asaltantes, los secuestradores, los polleros” (Castro Soto coord.. 2010: 125). La violación como apropiación del cuerpo de la mujer ha sido un castigo socialmente aceptado. Las mujeres sufren el acoso en las vías del tren, las terminales de autobuses, o en las casetas telefónicas, incluso en las casas del migrante donde la delincuencia organizada las ha puesto hace años en estado de sitio. Los compañeros de viaje son parte de las amenazas de las mujeres en tránsito. Es grave y paradójico que los propios hombres transmigrantes no capten como violencia el daño que hacen a mujeres en el mismo camino de acechos que ellos.

CONDICIONES DEL PASO

Las mujeres viajan de forma más clandestina que los hombres, como los niños/as, tienen un guía, coyote, traficante, que les acompaña y que, por tratarse de sujetos más “vulnerables”, les cobra más por el “trabajo”. Se estima que más del 65% de las mujeres migrantes contratan a un traficante para pasar México, ello supone que pasan más desapercibidas pero que son un blanco más factible para las violencias múltiples y el abuso, su viaje resulta más caro en todos los sentidos. Cruzan México combinando: camiones, tráileres, carros, a veces cargando documentación falsa. Ellas apenas viajan en el ferrocarril y por ello llegan en menor número a los albergues de migrantes.

El pagar un coyote o guía no es garantía, hace tiempo que el tráfico de personas se ha visto simbiotizado con las bandas criminales y los cárteles de la droga que imponen sus violentos y necropolíticos códigos y condiciones con su poder de dar o no muerte al controlar los territorios de paso –de personas migrantes y de droga- y ampliar sus negocios sobre los cuerpos con los secuestros, la trata o el esclavismo laboral. El coyote local ya no puede atravesar otros territorios sin hacer su pago y finalmente se ha visto fagocitado.

Algunas mujeres escogen un hombre como pareja coyuntural que la “proteja” en el camino, o bien a algún trailero, a cambio de sus servicios sexuales y “domésticos”: les prepararan la comida, lavaran sus ropas, los cuidaran. En el proceso migratorio se acentúa en las mujeres sus roles de servicio y cuidado.

Ante la dificultad del viaje o por el hecho mismo de huir por sobrevivencia, las mujeres tienden más que los hombres a tratar de asentarse en el camino ante una oportunidad laboral o al encontrar una pareja, aun cuando pueda tratarse de un proceso no concluso. Las mujeres en su necesidad se introducen en los segmentos del mercado del trabajo segregado por sexo más marginales, estigmatizados y con condiciones de explotación extrema. Algunas se ven atrapadas en el comercio del sexo u lo toman como empleo, o en el trabajo doméstico, en talleres y maquilas.

Las mujeres asumen y naturalizan la criminalización de su condición migrante: “las mujeres no identificaron la extorsión como un tipo de delito, como resultado de la corrupción y la impunidad imperante, sino como pagos necesarios para adquirir su derecho de paso” (Díaz Prieto y Kuhner 2016: 77). Así como no podemos extrañarnos de la fuerza de la violencia sistemática cuando las mujeres se enfrentan al trayecto mexicano con inyecciones anticonceptivas o cuando se ocultan tras el disfraz masculino como Lupita, una mujer hondureña que salió con 16 años y terminó quedándose en Guadalajara: “Ey, por Tapachula pasé, venía con tres primos. A ellos los agarró migración y los regresaron. A mí no me agarraron porque me metí debajo de una caseta… Cuando venía en el tren ahí fue cuando ya me vestí de hombre para que no quisieran nada, que me vayan a violar o algo, para que no me vieran nada: ‘deja me visto como hombre’. Venía con un gorro y el pantalón así guango, bien chola, nada más cuando, ya ves, la vocecita…”. Se hace complejo documentar los casos y además las mujeres no se detienen a denunciar, entre otras cosas porque es más importante cumplir con el envío de remesas que buscar justicia.

Es impactante que la gran mayoría de ellas son madres que dependen de otras mujeres para ponerse en camino y dejar a sus hijos encargados. Se supone que se insertarían en las cadenas globales de cuidado que reflejan la persistencia, ahora en términos más extensos, de la desigualdad del cuido: son las mujeres del Sur global quienes cubren el déficit de cuidado para los hogares del Norte global.

MUJERES EN EL CENTRO DE ATENCIÓN AL MIGRANTE

Son pocas las mujeres que llegan a Guadalajara, su arribo suelen hacerlo en camión o en tren, éste último es un escenario masculino donde la violencia sexual o las extorsiones están a la orden en el trayecto.

Los datos que ofrecemos se refieren a un registro sistemático sobre 77 mujeres que fueron atendidas de forma especial entre abril y noviembre de 2016. Como los migrantes masculinos, las mujeres que llegan al CAM son hondureñas en tres cuartas partes y después mexicanas en un 18%. Antes de aventarse a salir al camino rumbo al Norte, en sus países de origen muchas de ellas tenían pequeñas ventas: de pan, churritos, tortillas, café, ropa,…, otras trabajaban en casas, en fábrica de puros, como guardia de seguridad, y hay quienes se identifican como amas de casa.

El abanico de edades es grande, pero el grupo de 18 a 29 años supone el 58%; las menores de edad son 5 –una de ellas apenas tiene 14 años-, después treintañeras son la cuarta parte. Con más de 40 años son 7 casos que alcanzan hasta los 64 años.

Llama la atención que tienen pocas experiencias de deportaciones y de tránsitos por México. Son personas en este sentido como novatas en un elevado 84%. La llegada de las mujeres hasta Guadalajara al Centro de Atención al Migrante supone que ya han pasado un largo y peligroso recorrido pero por ser el primer viaje aún conservan cierta inocencia y mucha esperanza.

La gran mayoría se encuentra en tránsito hacia Estados Unidos, pero hay un 30% que están tratando de obtener refugio o asilo; otras que están de retorno; y unas menos que son mujeres en situación de calle o en migración interna en el país.

Las mujeres manejan muy fuerte la ideología del retorno: su objetivo es mandar dinero y conseguir una casa para regresar y tratan de obtener dinero para mandar cuanto antes. Aunque pueda haber casos de mujeres que están huyendo por violencia, la mayoría juran que van a regresar.

Prácticamente todas ellas son madres. Con ellas vienen ocho bebés y/o niños/as, las implicaciones de ello lo veremos más adelante. Embarazadas son ocho, y entre ellas tres tienen hijos/as acompañándolas en el viaje. Es importante seguir estos rastros de familias más o menos completas porque podrían estar indicando precarizaciones generalizadas en origen. En las noticias se abunda en la estrategia de mujeres y niños/as de entregarse a los agentes de migración norteamericanos en la esperanza de obtener el permiso de quedarse; pocas veces se reflexiona las condiciones extremas que empujan a realizar un viaje con menores con tantos peligros. Se trata de una salida que no se realiza por una razón de aprovechamiento de las hendiduras del sistema legal del país del norte, sino por desesperación.

A veces viajan en el tren, otras en autobús, algunas reciben apoyo de familiares y viajan con coyote. En este último caso no resulta fácil distinguir cuando se trata de servicio contratado o de un traslado forzado pues no siempre están dispuestas a denunciar a los agresores que las llevan por amenaza. En el CAM se detectaron unos 4 casos de mujeres que mostraban indicios de ser víctimas de trata e incluso dos jóvenes hondureñas que vivían en el norte de México y parecían enganchadoras por la confusión de sus historias y los acompañantes con los que venían. Una de las embarazadas tenía anemia y se sospechaba víctima de posible trata, venía con una persona que decía que era el papá del niño pero ella no podía hablar, sólo lloraba. El señor la controlaba con la mirada. Era hondureña y estaba muy flaquita, sus 23 años parecían 15. A pesar de su estado, ella decidió irse.

El acompañamiento en el tránsito es algo muy coyuntural y precario, no se viaja seguido con un mismo grupo ni con una misma persona, aquí venían en esta condición tres cuartas partes de las mujeres. Sorprende que poco menos de la mitad lo hacen con parejas, y el resto con cuñados/as, hermanos/hermanas, primos/as. En el caso de esa tercera parte que van con pareja, esto tampoco supone viajar “tranquila”, ellos suelen comportarse celosos y golpeadores. Así, Yonia con apenas 19 años se ve violentada por su pareja porque el bebé que espera no es de él, ella insiste en que quiere darlo en adopción. Ruborizándose algunas reconocen que ‘yo le estoy dando sexo por protección’ y pueden no querer usar condón porqué ellos requieren que se confíen.

Hay varios casos que nos descubren el abandono que pueden sufrir que encontramos entre esa cuarta parte de mujeres que van solas. Juana, de 22 años, es una hondureña cuyo tránsito se ha alargado, primero vivió un tiempo en Chiapas con su pareja, tuvo su bebé allí aunque no la registró, tienen 3-4 días en Guadalajara y su esposo drogadicto no está claro si la ha abandonado o no, pero se la ve flaca, desorientada y angustiada. Mientras a Pati, también hondureña de 26 años, ha sido su hermano quien la ha dejado, aunque ahora se mueve con su primo. Y abandonos son también los que están detrás de casos de mujeres en situación de calle, como el de una guatemalteca ya mayor y establecida en la calle de Guadalajara que expone que al no encontrar apoyo en su familia ya no pudo seguir sus trámites de regularización.

Ya vimos que una de las estrategias de las mujeres para “librarla” en el trayecto es el vestirse como hombres. En el CAM llegó una chica que venía como muchacho acompañada de cuatro hombres que le daban protección, a ella le depositaban dinero y les compraba comida cada parada del tren. Ellos sabían que era mujer, los demás migrantes no.

El registro de modalidades de violencias sufridas por las mujeres atendidas en FM4 desbordan las observaciones sobre cada una de ellas, parecen como un rosario interminable: psicológica, física, intrafamiliar, violaciones, asaltos, abandonos, algunos de ellas en origen, otras en el tránsito. Los resultados de esta atención más sensible a mujeres nos arrojan que dos terceras partes comparten haber sufrido en su vida algún tipo de violencia ya sea física, psicológica o sexual. Entre ellas también se daban experiencias de asaltos, abandono y humillación en el tránsito. Como se mostró anteriormente la violencia que sufren las mujeres centroamericanas que se encuentran en la huida por México  es sistemática y acumulada.

Veintisiete mujeres refirieron explícitamente haber sido violadas en su lugar de origen, en Estados Unidos y/o en el tránsito migratorio. Al menos dos lo fueron por su papá hace ya años, normalmente de niñas a la edad de unos 14 años. Una lo ha perdonado: “ya lo perdoné y pues es mi papá, ¿qué podía hacer?”. Es el muro de silencio en cuestión de la violencia sexual entre familia.

En el tránsito muchas veces se produce violentamiento por el acompañante. Un acompañante que puede ser simplemente el hermano como en el caso de Ofelia, quien a pesar de los 17 años que pasó en Estados Unidos y de los intentos por pasar que ha tenido –sus hijos se encuentran allá-, es objeto de abuso psicológico por él. En el caso de quienes vienen con pareja muchas se refieren a golpes. De nuevo tienen estos hechos naturalizados, ellas no los reconocen como tal, incluso no reconocen ni identifican la violación con una pareja estable como violencia y, como sabemos, las mujeres no denuncian, ante las dificultades de ese proceso prefieren continuar su viaje.

Muchos migrantes se refieren a experiencias traumáticas a su paso por “lugares diabólicos”, como son Tenosique o Chontalpa en Tabasco, que son identificados como espacios de violaciones por garroteros, mareros u otros. Se han dado varios testimonios de violaciones tumultuarias. Una vez llegó al CAM una mujer que no quería estar cerca de los hombres, no quería voltear a ver a nadie. Desde que llegó estaba llorando y pasó a comer en la cocina porque no quería tener contacto con nadie. Se trataba de una joven salvadoreña de 21 años que había sufrido dos violaciones, una de ellas por tres personas. La derivaron a la Casa de Medio Camino para mujeres víctimas de violencia, la dieron terapias, tratamiento para los dientes desechos por la droga y fue sintiéndose más tranquila. También inició su proceso jurídico, pero terminó desistiendo y se regresó a El Salvador donde había dejado a sus hijos con su madre pero su marido exmarero se los había quitado recientemente.

En el caso de los transexuales la violencia es aun más extrema, de los casos atendidos en FM4 no había ninguna que no hubiera tenido experiencias de abusos sexuales, pero en su caso por su larga experiencia de discriminación en todo lugar manifiestan un posicionamiento, conciencia y determinación más fuerte de lo que son. Ellas configuran su autopercepción por el simple hecho de salir de casa, es como un ‘estoy siendo yo’.

MADRES-HIJOS

Prácticamente todas son madres. Ello hace pensar si no están migrando y huyendo por ello, por ser madres. Su gran vinculación con los hijos las hace movilizarse y pasar fronteras hacia uno u otro lado.

La mayoría de las mujeres tienen hijos y han tenido que dejarlos, ellos son claves para la iniciativa de salir. Algunas los traen consigo: como una migrante que venía embarazada y con dos niños y su pareja. De nuevo hay que insistir en las implicaciones de encontrarnos ante un grupo familiar, algo muy grave está ocurriendo para que viajen así.

Los hijos son claves en tomar la iniciativa de salir, pero también en la de volver. Valeria de 18 años, mexicana, regresaba porque se encontraba embarazada. Lupe es una señora de 61 años, ya residiendo en Estados Unidos -13 años en Massachussets-, que arriesgó por llegar a enterrar a su hijo asesinado en El Salvador, los 20 días que pasó allí fueron suficientes para saber que no era su lugar, así que regresa al norte sola y en el tren. Bety, hondureña de 29 años, salió de allí por amenazas de las maras pero decidió volver porque un hijo suyo había enfermado, bien acompañada y atendida por tres primos y pese al peligro que corre, no aguantó separarse de sus cuatro hijos: “me duele dejar a mis hijos”, piensa cambiarse de pueblo. Una salvadoreña también quiso retornar para recuperar a sus hijos que su marido marero había arrebatado a su madre con quien los había dejado.

Encontramos a Heidi que viene embarazada pero también con un hijo de 3 años y con su esposo y a Dolores Guadalupe que venía con su niña de esta edad, ambas se encuentran y interaccionan porque sus niños juegan juntos. Ambas están deprimidas, tristes y desesperadas pese a que los hombres parecían tratarlas amables y serviciales. Mientras, Selena, también embarazada y con un niño, tenía que aguantar un trato humillante de su esposo; su historia era dura: violada por un hermano a los 7 años, su esposo la maltrataba y obligaba a acompañarlo a Estados Unidos.

Hay algunas que tienen tiempos largos de clandestinaje. Quizás esto tiene que ver con el asentamiento por el que las mujeres tienden a optar que es muy precario, estos intentos de generar una nueva vida no necesariamente son exitosos. Por ejemplo Mirta, hondureña de 37 años, trabajó durante un buen tiempo en un bar en Tabasco con su hija. En un momento su hija se enamoró y se fue a la Ciudad de México y ella ahora está probando suerte hacia el Norte con su hermano.

Hay diez mujeres con diferentes estancias en México más o menos largas: porque son solicitantes de asilo y desistieron; porque se sospecha sean víctimas o enganchadoras de trata; o tres mujeres que vivieron y se establecieron en estados de México, incluso tuvieron hijos aquí y por diferentes circunstancias tuvieron que volver al tránsito. Una de ellas, hondureña, vivió en Tabasco por 4 años, su marido era violento y estaba involucrado en el narco, la amenazó de muerte y la hizo huir, mientras, la suegra se ha quedado con las niñas que además están sin registrar. Tiene 24 años y levantó denuncia pero…

La indeterminación de los procesos de las mujeres continua y otro hoyo de desánimo desarticulador y violento se produce si hay deportación y se ven devueltas a su lugar de origen-expulsión. De pronto se ven sumidas de nuevo en un espacio donde el crimen se ha implantado y con él las extorsiones, las amenazas, las ejecuciones o las violaciones en las colonias, donde no hay un mercado laboral accesible sino cercano al esclavismo con las maquilas. Las dificultades y la presión se multiplican hacia migrantes recién regresadas: las Maras piden cuotas tan altas que no pueden cubrir y son forzadas a huir otra vez.

Hoy el proceso de tránsito no se deja describir como un viaje unidireccional en un tiempo definido, sino más bien como un camino que implica varias idas y vueltas, e incluso puede tener fases de asentamiento temporal que a veces se convierte en definitivo (Willers 2016). Y este escape a través de México de los y las sin recursos es como una cacería entre los controles fronterizos y la connivencia con el crimen en todas sus dimensiones, lo que les deja en el “caminando” como futuro.

“NO SOMOS ANIMALES”

A las mujeres les gusta pasar el tiempo coloreando mandales o dibujando, les permite esta capacidad de volver a sí mismas como alguien inocente porque se reconocen tan violentadas que esta manera de expresarse, de una manera tan simple y sencilla les reduce el estrés. Es dejar pensar por un momento que tienen que estar alertas.

Se induce a las mujeres a escribir y algunas se animan a dar conocer quienes son las mujeres migrantes, y anotan: “Díganles que no somos animales, que nos traten bien, que nos apoyen”. Las mujeres adoptan con ello una posición política, quieren socializar su testimonio y es raro que se niegan a compartir la historia. Por otro lado escriben cartas para las futuras migrantes desde una fe genuina llamando a orar y pedir a Dios que es el único que puede ayudarlas. El sentido religioso es una constante básica: “todo se puede lograr luchando y agarrada de la mano de nuestro Señor…”. Pero el contenido de las mismas también es de ánimo y de exaltación de la valentía como mujeres: “Soy una mujer fuerte y este camino no es para andar yo sola”.

Una discusión reiterada entre quienes atienden la situación de las mujeres centroamericanas en tránsito por México se refiere a las ambivalencias del mismo, es decir, si supone o no empoderamiento de parte de las mujeres. Para algunos las mujeres acumulan experiencias que las fortalecen y van adquiriendo grados de autonomía económica, emocional, vital (Castro Soto coord.. 2010: 108). Y este es un tema intrincado porque esta herramienta de autonomía no es definitiva ni total, hay que calibrar las posibilidades que tienen de alcanzar sus aspiraciones en un mundo con todo en contra. Los costos parecen ser muy altos y no contamos con sus propias valoraciones.

Ahora bien, en el acompañamiento desde FM4 son muchas las que refieran episodios críticos por primera vez, quizás es una manera de despejarse de su peso, como si el caminar por México tuviera un efecto liberador de esa tensión que traen. Se puede pensar en un proceso de reconfiguración gracias a la autonomía que van generando en el camino. Haber salido de su lugar de origen es mejor que lo que les podría pasar allí a pesar de los dolores y el duelo que cargan, especialmente la culpa y la ansiedad por dejar a sus hijos, más si es primera vez que están en el trayecto. Habría que afinar más en esto y ver si se relaciona con la presencia y acompañamiento por una pareja masculina. Muchas sienten que son una más entre los hombres y que no tienen un papel protagónico, más cuando vienen acompañadas y el control sobre ellas las anula y atiene a lo que el hombre dice. Cuando vienen solas, hecho que realizan una alta cuarta parte, tienen más agencia y, si es que no están en abandono, se preocupan por tener redes de apoyo, vínculos, estrategias.

Al lado de esta observación, se puede construir otra tesis que habría que comprobar relacionada con el alto número de mujeres en su primera experiencia de cruzar México. Por un lado, ello nos remite a la precarización del tránsito para las mujeres, en una migración más desesperada y expuesta. Pero por otro hay que pensar si no puede estar dándose una reacción-rebelión ante el machismo y masculinidad violenta que viven en sus lugares de origen y que se habría exacerbado en el capitalismo neoliberal entre los miembros que rodean a las mujeres y ante el que ellas reaccionan saliendo y entrando en un proceso de su reconfiguración como mujeres.

Ordenando algunas de las inquietudes que nos dejan estas 77 mujeres como indicios de problemas que hay que atender, nos llaman la atención los siguientes. Uno es que más de la mitad de las mujeres están realizando su primer viaje, es decir, pareciera que se están dando condiciones en origen tan graves que las impulsan a un camino por sus medios pero sin alcanzar a pagar a un coyote, desde el desconocimiento y su exposición, incluso la de sus hijos si van con ellos o embarazadas. Otro es la presencia de familias –más o menos fragmentadas-, si no responde a una expulsión tan grave que no solo afecta ya a los miembros masculinos sino a mujeres y a núcleos familiares aventados al desarraigo y al abandono. También se manifiesta significativo el seguimiento a las mujeres que han intentado asentarse en México y, sin embargo, se ven de vuelta en el camino –alguno de los casos indicaba violencias y abusos de parte de los convivientes mexicanos. Es decir estamos ante asentamientos precarios que pueden derivar en situaciones de calle que hace que estas mujeres queden en la indistinción entre migración-tránsito alargado-calle. Finalmente los niveles de violencias sistemáticas y acumuladas sobre los cuerpos de las mujeres, así como de menores y también sobre hombres, es inaudita y brutal y, como tantos claman, exige posiciones más radicales frente a las necropolíticas migratorias.

BIBLIOGRAFÍA

Colectivo de Apoyo para personas Migrantes, A.C., Coami, 2015, Miradas migrantes. Las mujeres en la migración por México, México.

Kuhner, Gretchen, 2011, La violencia contra las mujeres migrantes en tránsito por México, Instituto para las Mujeres en la Migración A. C.

Castro Soto, Oscar Arturo coord., Mujeres transmigrantes, 2010, Centro de Estudios Sociales y Culturales Antonio de Montesinos e Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Iberoamericana de Puebla

Díaz Prieto, Gabriela y Gretchen Kuhner, 2014, Un viaje sin rastros. Mujeres migrantes que transitan por México en situación irregular. H Cámara de Diputados, LXII Legislatura e Instituto para las Mujeres en la Migración A. C.

Martínez, Óscar, 2010. Los migrantes que no importan, Sur+, Oaxaca, México.

Varela Huerta, Amarela, 2016, La trinidad perversa de la que huyen las fugitivas centroamericanas. La violencia feminicida, la violencia de estado y la violencia de mercado como los principales motivos del éxodo de las mujeres migrantes centroamericanas. Inédito.

Willers, Susanne, 2016, “Migración y violencia: las experiencias de mujeres migrantes centroamericanas en tránsito por México”, Sociológica, año 31, número 89, septiembre-diciembre de 2016, pp. 163-195.

Winton, Ailsa, 2016, Entre fronteras. Un estudio exploratorio sobre diversidad sexual y movilidad en la Frontera Sur de México. ACNUR, ECOSUR, Una mano amiga en lucha contra el SIDA A. C, México.

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