Por: Jimena Minaya. Publicado en (Casi) literal
«Este cuerpo es mío: no se toca, no se viola, no se quema, no se mata».
Son 30 o 36. No: hay 38. Aunque parece que son 43, pero no está confirmado. Son 40 pero aún falta el resultado de la prueba de ADN de un cuerpo. Si son 39 o 42, no se sabe. ¿Cuáles son los nombres? ¿Están confirmadas sus identidades? No, no, no lo sabemos, no estamos seguros, es posible o no. Durante las últimas semanas hemos tachado y vuelto a colocar un número sobre otro. Hoy tenemos el dato de 41 cuerpos de niñas y jóvenes muertas, calcinadas en las llamas, ya identificadas con nombres y apellidos.
Guatemala es uno de los países con mayores índices de desigualdad. Las élites dominantes en el país se conformaron en diferentes momentos de la historia nacional, recibiendo o provocando la obtención de tierra, fuerza de trabajo, carreteras, puertos y en general cuanto insumo y elemento fuera necesario para desarrollar su propuesta de «progreso» y «civilización» de formas poco lícitas y oscuras, basadas en la explotación, el robo y el saqueo de recursos mediante el engaño, el endeudamiento y la manipulación política y legal.
Este lugar que habitamos ha sido despojado y estratégicamente desarticulado, y a la población se le ha bloqueado de casi cualquier oportunidad de crecimiento y mejoras en calidad de vida.
Actualmente, el proyecto neoliberal impulsado por las grandes potencias mundiales a través de transnacionales y mega-corporaciones utiliza a países como el nuestro como pequeños elementos dentro del gran engranaje que les permite un funcionamiento de buenos resultados para su población, a cambio, a nosotros nos dejan una serie de problemas sociales, económicos y políticos que van desde el rompimiento del tejido social, la criminalización, el despojo y, sobre todo, la manutención de un sistema oligárquico interno que, en sus asociaciones con el capital extranjero, ve la manera de echar a andar novedosas formas de generar riquezas y mantener el status quo.
La dinámica sostenida por la élite local se logra identificar por ser una de las más torpes e ineficientes y son el resultado de las malas decisiones estrechamente ligadas al racismo, a la idea de «blanquitud» que por casi dos siglos se ha mantenido presente en nuestra sociedad excluyente. Son las dinámicas que han llevado a Guatemala al límite de la miseria.
Pareciera que en lo que han tenido su mayor éxito ha sido en la conquista del mundo subjetivo, sobre todo el de las capas medias que ven de forma aspiracional a quienes únicamente los voltean a ver de reojo, como la simple mano de obra barata pero calificada que sirve para ejercer pequeñas gerencias y secretarías, y para seguir transmitiendo los valores, prejuicios e ideas que puedan justificar la existencia misma de la oligarquía local.
La muerte de cada una de las 41 niñas es responsabilidad del país semifeudal con aspiraciones capitalistas neoliberales del que, como vil lacayo, se constituyó el Estado, manteniéndose servil a los intereses de los pocos por sobre su deber de preservar el bien común.
Justicia por las niñas de Guatemala, por cada uno y cada una de las personas que fallecen víctimas de la corrupción, pero sobre todo como víctimas del sistema mismo, que mantiene toda una red compleja de relaciones entre crimen organizado, oligarquía local, transnacionales, latifundistas dueños de la tierra, empresarios y demás figuras y elementos que necesitan mantener un ambiente de temor y horror, de inseguridad y deshonestidad, y de individualismo y egoísmo, para así seguir haciendo lo que les plazca, dirigiendo la riqueza limitada de nuestra tierra a sus bolsillos.
Son 30 o 36. No: hay 38. Aunque parece que son 43, pero no está confirmado. Son 40 pero aún falta el resultado de la prueba de ADN de un cuerpo. Si son 39 o 42, no se sabe. ¿Cuáles son los nombres? ¿Están confirmadas sus identidades? No, no, no lo sabemos, no estamos seguros, es posible o no. Pero no queremos, no deseamos y no podemos permitir que esto siga siendo posible.
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