Por: Marta Elena Casaús Arzú[1] y Marisa Ruiz Trejo[2]
Resumen: El artículo aborda el juicio llevado a cabo en Guatemala contra miembros del ejército y comisionados militares sentenciados por crímenes de lesa humanidad por actos de violación, desaparición forzosa y esclavitud sexual sufrida por 15 mujeres mayas q´eqchi´, en el destacamento militar de Sepur Zarco, durante el conflicto armado. A la luz de los testimonios de las víctimas se intenta analizar la correlación existente entre racismo, feminicidio y violación y cómo el ejército estableció una protocolización de las violaciones con el fin de utilizar a las mujeres como armas de guerra y destruir sus vidas, su cultura y su identidad.
Palabras clave: Mujeres, pueblos mayas, Racismo, feminicidio, estado racista, violencia, violación, crímenes de lesa humanidad, esclavitud sexual, esclavitud doméstica.
Fotografías: Quimy de León
Introducción
En 2013, en Guatemala, se llevó a cabo un juicio histórico por genocidio y por delitos contra los deberes de la humanidad perpetrados contra el pueblo maya ixil. Después de un largo proceso, el Tribunal de Alto Riesgo condenó al general Efraín Ríos Montt a ochenta años de cárcel. Este juicio surgió por una exigencia de justicia de los hombres y de las mujeres mayas, sobrevivientes a las masacres cometidas por el ejército en el área ixil y tuvo el fin de dar a conocer sus testimonios así como de exigir que se hiciera justicia. Dicho proceso se realizó con el apoyo de dos ONG de derechos Humanos, CALDH y AJR, y con el apoyo del Ministerio Público, durante el periodo en que Claudia Paz y Paz fue fiscal de Guatemala.
El caso se inició el 19 de marzo de 2013 y concluyó el 10 de mayo del mismo año, con una sentencia ejemplar que, sin embargo, diez días más tarde fue “paralizada” por la Corte de Constitucionalidad, que emitió un dictamen de anulación de la misma, aunque no del juicio. Sin embargo, después de varios intentos, hasta el momento dicho juicio no se ha reiniciado, Por otro lado, recientemente en el mismo Tribunal de Alto Riesgo, se condenaron los crímenes de lesa humanidad, por actos de violencia, violación y esclavitud sexual en contra de las mujeres q´eqchí. Se dictaminó una fuerte condena de 120 y 240 años de prisión para los perpetradores de dichas violaciones, desaparición forzosa y esclavitud sexual. En el caso de las mujeres violadas y sometidas a esclavitud sexual en el destacamento de Sepur Zarco, la acusación de la Fiscalía del Estado, de Mujeres Transformando al Mundo y de Ecap, en contra de teniente coronel Francisco Reyes Girón y el ex comisionado, Heriberto Valdez Asij, la sentencia dictaminó 120 y 240 años para cada uno por crímenes de lesa humanidad, violaciones, desaparición forzosa y esclavitud sexual. Fue una sentencia firme y un ejemplo único para las mujeres en todo el mundo para la justicia universal y especialmente para estas quince mujeres q’eqchi’, que vieron coronadas sus esperanzas de que se hiciera justicia y reparación moral y material. Ambas sentencias de los Tribunales de Alto Riesgo fueron presididas por la jueza Jazmín Barrios.[3]
Al margen de las múltiples causas y coadyuvantes que un genocidio posee tanto para las víctimas como para los perpetradores, y, sin entrar a valorar cuales son las causas que más pesan o son más determinantes, a la hora de cometer un genocidio o un delito de crimen de lesa humanidad, nosotras queremos hacer énfasis en el papel del racismo en la consecución del genocidio y /o de los crímenes contra los deberes de la humanidad. En el caso de Guatemala y especialmente en la violación de las mujeres mayas, el racismo es un detonador y un arma de guerra, de sometimiento y humillación. Por eso en este artículo, queremos ilustrarlo a través de la utilización de los testimonios de estas valientes mujeres que después de 36 años dieron su declaración en los respectivos tribunales y mostraron la prueba más fehaciente del genocidio.
Partimos de varias premisas que ayudan a explicar el papel que tuvo el racismo durante la etapa de genocidio en Guatemala. El racismo ha sido un elemento histórico estructural en la historia social y política de los países latinoamericanos y centroamericanos; este contribuyó a moldear el estado racista, excluyente y autoritario, empleando los aparatos ideológicos y represivos del Estado en contra la población indígena en momentos de crisis y dominación.
A nuestro juicio, la raza desde la Colonia, especialmente desde la formación del estado nacional, se convierte en el elemento articulador de las diferencias y de las desigualdades justificando la existencia de razas inferiores y superiores y utilizando la discriminación como un mecanismo de explotación y de dominación en contra de la población indígena. Más aún la raza fue constitutiva del sistema de género, lo que explica por qué los cuerpos de las mujeres indígenas, negras y pobres han sido los más afectados por las lógicas racistas, clasistas y sexistas.
El discurso racista de las elites de poder, militares y de la clase dominante, es el que va a justificar la eliminación de unos frente a otros al catalogarlos como enemigos, subversivos o prescindibles, con el fin de preservar la vida de unos en base a la seguridad nacional o al peligro de la patria. El discurso sexista de estas élites es el que va a justificar las agresiones sexuales, la tortura y la violación sexual a las mujeres, ya que se les considera como “objeto sexual” cuyos cuerpos pueden ser controlados y poseídos.
Es por ello que en nuestro peritaje (Casaús, 2016)[4] insistimos en que la consolidación del racismo de Estado llegó a su culmen y manifestó su máxima intensidad, con la crisis de dominación militar oligárquica, con la irrupción del movimiento popular y revolucionario y con la aplicación de la contrainsurgencia. Pero estos manuales contrainsurgentes, se aplicaron sin límites ni medida, por el sustrato racista de la sociedad, por el contexto histórico-estructural del racismo y por la profundización e intensificación del estereotipo y estigmatización de los indígenas; en este caso de los/as Ixiles, de los/as Achies y de las mujeres q’eqchi, al equipararlas con enemigos públicos del Estado. Fue entonces cuando el racismo, operó como una ideología de estado como un mecanismo de eliminación como una maquinaria de exterminio en contra de un grupo étnico.
Es por eso que en este trabajo analizaremos el caso de violencia sexual y de conflicto bélico que se dio en Guatemala en los años ochenta y que agudizó e hizo visible las agresiones y asesinatos misóginos con saña y crueldad que históricamente se han producido, desde la época colonial hasta la actualidad, en este país centroamericano. Específicamente queremos abordar los hechos acaecidos durante los años ochenta en el caso «Sepur Zarco», municipio de El Estor, departamento de Izabal, en donde las mujeres q´echi´ vivieron condiciones de violencia no solo por ser mujeres indígenas, sino además mujeres pobres y vulnerabilizadas. Abordaremos el reciente juicio «Sepur Zarco» (2016), realizado en un tribunal nacional guatemalteco, cuya sentencia marcó un paradigma para la jurisprudencia internacional al condenar por violencia, violencia sexual y esclavitud doméstica, en un tribunal nacional, a dos exmilitares y considerar los hechos como crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Relación entre racismo, Estado racista, feminicidio y violación sexual como crímenes de guerra o deberes contra la humanidad.
Pretendemos enfatizar el papel que el racismo ha tenido en la consecución de estos actos de genocidio y crímenes de lesa humanidad en la medida en que fueron un factor coadyuvante y formaron parte de la ideología del ejército a la hora de perpetrar dichos crímenes.
A la luz de las consideraciones expresadas anteriormente sobre las características de un estado racista, resulta evidente, al hilo de las conclusiones de la Comisión de Esclarecimiento Histórico que:
El Estado-Ejército aniquiló y desestructuró los hilos conductores de la vida, arremetió gravemente contra la moral y la estima de los mayas, violentó la vida solidaria de aldeas, caseríos, municipios, comunidades lingüísticas. También erosionó las normas sociales y políticas del pueblo maya, que fue el más agredido durante la guerra[5].
Además la Comisión añade que:
El hecho de haber destruido el tejido social fue una cuestión cometida con premeditación, alevosía y ventaja. Las culturas y los sistemas políticos de los pueblos indígenas, fueron severamente dañados. A lo largo de la guerra se agravó el etnocidio y el genocidio, que el Estado guatemalteco que ya se venía cometiendo contra los indígenas”[6].
Emma Chirix, vincula el estado racista y el etnocidio en la medida en que considera que:
…el genocidio y el etnocidio en Guatemala han sido históricos, así como el odio, la agresividad, la crueldad y la negación de la existencia de la cultura de los indígenas. Ese discurso y práctica de exterminio se han venido manteniendo y reproduciendo de generación en generación y ha sido una práctica utilizada con mayor intensidad por la oligarquía y el Estado[7].
Por último, tenemos que articular el análisis de un Estado racista con las violaciones sistemáticas, la esclavitud sexual y el feminicidio, como crímenes contra la humanidad, en la medida en que el Estado guatemalteco implementó una política destinada a exterminar al pueblo maya. Una de las principales armas empleadas para su aniquilación, fue el asesinato, tortura y violación de las mujeres y niñas mayas, de modo que se generaron crímenes de lesa humanidad, la limpieza étnica y el feminicidio.
Es por ello que hemos señalado en otros artículos[8] al Estado guatemalteco como un estado racista que ejecuta el racismo de estado como un mecanismo de control y exterminio de la población Maya, en coyunturas de crisis de dominación.
A nuestro juicio, la culminación del racismo de Estado coincidió con la crisis de dominación militar oligárquica y con la irrupción del movimiento popular y revolucionario. De 1978 a 1984, cuando se produjo una crisis orgánica, un vacío de poder y una pugna inter-oligárquica por la hegemonía, acompañado de una incorporación masiva de los Pueblos Mayas a distintas formas de lucha política y de reivindicación social[9]. A esto se sumó una fuerte crisis económica por agotamiento del modelo agro-exportador, que dio lugar a reacciones agresivas y virulentas de la élite y a un discurso racista y de exterminio en contra de las poblaciones indígenas.[10] Consideramos que fue entonces cuando el racismo operó como ideología de Estado, porque proporcionó una estrategia política para la acción. Fue durante este período cuando la élite de poder proyectó una estrategia de represión selectiva e indiscriminada, empleó la tortura, la guerra psicológica y todo tipo de métodos represivos contra la población civil, especialmente contra la población indígena, que provocaron un auténtico genocidio, principalmente durante la época de Ríos Montt. Ello explica el porqué de la alianza militar-oligárquica con la tendencia neo-pentecostal basada en la doctrina calvinista del más rancio puritanismo, para quienes se justifica el exterminio de los indios porque consideran que no son sujetos de gracia, que son” idólatras”, “pecadores”, “resentidos” y que representan a “las fuerzas del mal”.
El Estado racista perpetró el genocidio y contribuyó a que se llevara a cabo, por su naturaleza interna y por la utilización de los aparatos represivos e ideológicos en contra de la población indígena. Este ha sido el modelo o modus operandi a lo largo de la historia, en cada crisis de dominación y en la última fase, cobró mayor intensidad al aplicar la política contrainsurgente.
Feminicidio y crímenes de guerra[11]
El término «feminicidio» se retoma del concepto femicide en inglés entendiéndolo como el asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad de las mujeres (Caputi y Rusell, 1990)[12]. En el libro «Femicidio. La política del asesinato de las mujeres» (1992), las autoras referentes de los años noventa entendían este fenómeno como:el extremo de un continuum de terror anti-femenino e incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos, tales como violación, tortura, esclavitud sexual (particularmente por prostitución), abuso sexual infantil incestuoso o extra-familiar, golpizas físicas y emocionales, acoso sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina, y en el aula), mutilación genital (clitoridectomías, escisión, infibulaciones), operaciones ginecológicas desnecesarias (histerectomías gratuitas), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada (por la criminalización de la contracepción y del aborto) (…). Siempre que estas formas de terrorismo resultan en muerte, ellas se transforman en feminicidios (Radford, Jill y Russell, Diana 1992: 15)[13].
En México, Marcela Lagarde (2006) siguió esta noción de femicidio al analizar el caso de las mujeres asesinadas violentamente ende Ciudad Juárez. Durante los años noventa, en este espacio fronterizo, decenas de cuerpos de mujeres asesinadas violentamente comenzaron a ser encontrados en las calles. Lagarde (2006) retomó el concepto de femicide y lo tradujo como feminicidio, ya que traduciéndolo como femicidio se podría entender como un homicidio feminizado; en cambio, el feminicidio, para esta autora:
es la inexistencia del Estado de derecho, bajo la cual se reproducen la violencia sin límite y los asesinatos sin castigo, la impunidad. Por eso, para diferenciar los términos, preferí la voz feminicidio para denominar así el conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros y las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad. Por eso el feminicidio es un crimen de Estado. Es preciso aclarar que el feminicidio existe feminicidio en condiciones de guerra y de paz (Lagarde, 2005:155).
En México, en términos de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007), el feminicidio se entiende como:
La forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres[14].
Desde el análisis lagardiano (2006), el feminicidio sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales agresivas y hostiles que atentan contra la integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. En el feminicidio concurren en tiempo y espacio, maltrato, abuso, vejaciones y daños continuos contra las mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, violadores y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas.
Por otro lado, Julia Monárrez Fragoso (2009)[15] ha hecho hincapié en la relación que existe entre el feminicidio, la condición económica de las víctimas y la explotación de las mujeres con el fin de obtener el control sobre sus cuerpos. En el sentido de esta misma autora, el feminicidio opera según la relación inequitativa entre los géneros, la estructura de poder y el control y dominación que tienen los hombres sobre las niñas y mujeres para que ellos dispongan el momento de su muerte.
Para Rita Laura Segato (2011),[16] los «`femigenocidios´ revisten una sistematicidad y un carácter repetitivo resultantes de normas compartidas dentro de la facción armada que los perpetra, que los diferencia de los crímenes que ocurren en contextos interpersonales o de motivaciones subjetivas y de orden privado, como en el caso de los seriales» (2011: 5). Según esta misma autora, los «femigenocidios» se acercan al perfil de los genocidios o crímenes de lesa humanidad ya que tienen un carácter genérico, impersonal y sistemático y se caracterizan porque el número de victimarios es menor que el número de víctimas. En ese sentido, los «femigenocidios» pueden ser juzgados a nivel de la jurisprudencia internacional por su carácter sistemático y porque sería imposible elevar a un tribunal de fuero internacional crímenes unitarios en donde el número de perpetradores se igualara al número de víctimas. En resumen, para Segato (2011), el «femigenocidio» es un crimen genérico, sistemático, impersonal y removido de la intimidad de los agresores.
Por último, a nivel jurídico, las prácticas de guerra que se dan durante los conflictos internos se conocen como crímenes de guerra o lesa humanidad. En ese sentido, durante la época del conflicto armado en Guatemala, los agentes de estado infringieron prácticas violentas, como la esclavitud sexual, el trabajo doméstico forzado y la violación sexual, contra las mujeres indígenas. A pesar de que en el juicio del “Caso Sepur Zarco” no se acusó a los imputados por feminicidio, dado que los hecho graves de la acusación son por violaciones y violación de los derechos humanos y crímenes de deberes contra la humanidad y los hechos imputables estuvieron más relacionados con otras figuras jurídicas relacionadas con las violaciones como crímenes de guerra, consideramos que, en la medida en que afectan a las mujeres y que, Guatemala posee una ley avanzada sobre feminicidio, es importante puntualizar este concepto para poder distinguirlo de otros crímenes de deberes contra la humanidad.
La violencia sexual hacia las mujeres indígenas como arma de dominación
Necesitamos comprender cómo la violencia sexual hacia las mujeres en periodos de guerra o bélicos se convierte en un arma para dominar y conquistar pueblos enteros. En primer lugar, tenemos que remarcar las prácticas dominantes extendidas entre los varones que ocupan posiciones de poder (económico, político, militar, paramiliar, etc.) durante los conflictos armados. Una de las prácticas recurrentes que encontramos en distintas épocas y contextos, y que se acentúan aún más en las sociedades contemporáneas, lo que Rubin (1986) llama “tráfico de mujeres” en donde éstas se convierten en “mercancías” que se cambian por favores, que circulan entre los varones quienes tienen el “derecho de propiedad” y quienes por tanto se consideran legítimos para vender, comprar e intercambiar los cuerpos de las mujeres.
En los conflictos armados, una de las características de la opresión femenina es la “agresividad y tendencia al dominio innato en los hombres” así como “el exterminio del sexo delincuente o bien un programa eugenésico para modificar ese carácter” (Rubin, 1986: 2). Además, Gayle Rubin (1986) arguye que históricamente “las mujeres” han sido “objeto de transacción como esclavas, siervas y prostitutas, pero también simplemente como mujeres” (ibídem, 1986: 24). Esto quiere decir que técnicas de muerte como el “tráfico de mujeres” se utilizan en los conflictos armados con al menos dos modos de operatividad: el exterminio total o la limpieza étnica. En relación a estas formas patriarcales, la dominación se da de maneras heterogéneas y utiliza diversos métodos de dominación y jerarquización.
Para Rita Segato (2006), en los conflictos armados, la violación sexual es recurrentemente utilizada como forma de dominación. Tal como explica Segato:
la sanción sobre el cuerpo de la mujer es un lugar privilegiado para significar el dominio y la potencia cohesiva de una colectividad, y prácticas de larguísima duración histórica confirman esta función de la capacidad normativa (y hasta predadora) sobre el cuerpo femenino como índice de la unión y fuerza de una sociedad (2006: 6)
Las agresiones sexuales en casi todas las guerras se utilizan como símbolo de poder y de dominación contra quienes se consideran los enemigos. Por su parte, Aída Hernández (2002) en su trabajo antropológico sobre “¿Guerra fratricida o estrategia etnocida? El caso de las mujeres frente a la violencia política en Chiapas”, argumenta que “desde una ideología patriarcal, que sigue considerando a las mujeres como objetos sexuales y como depositarias del honor familiar, la violación, la tortura sexual y las mutilaciones corporales son un ataque a todos los hombres del grupo enemigo” (Hernández, 2002: 20).
Los testimonios de las mujeres que han denunciado los abusos sexuales y las terribles torturas que sufrieron durante el periodo bélico de la historia guatemalteca, en los años ochenta, son una verdad innegable; la literatura científico social que se ha escrito al respecto está llena de prácticas violentas cuyo efecto es mantener a las mujeres en “su lugar”. En la investigación “Tejidos que lleva el alma: memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado”, (Fulchirone, Amandine, et. al. 2010), la violación es analizada como un arma de guerra, como una política contra quienes se consideran “insurgentes” cuando se establecen normativas específicas dentro de los ejércitos para ejecutarlas y es un instrumento de poder elegido por los mandos para dominar a los enemigos a través de la humillación y el desprecio público. Según afirman las investigadoras del libro mencionado:
A través del uso del cuerpo de las mujeres, se busca humillar a los hombres del bando enemigo y demostrar el poder sobre el mismo. El ejército utilizó la violación sexual como arma de guerra porque culturalmente se conoce el impacto humillante y desmoralizador que tiene la misma sobre los hombres y los grupos sociales a los que pertenecen las mujeres, así como las rupturas del tejido social y comunitario que desencadena. Fue una estrategia pensada y diseñada para ganar la guerra (Fulchirone et. al,. 2010: 152).
Pero, ¿por qué se repite esta violencia masiva contra las mujeres indígenas embarazadas, contra sus fetos, mutilaciones corporales y de cadáveres en distintas guerras? Según Hernández (2002) existe una “ideología compartida por un amplio sector de la población de que las mujeres somos por excelencia fuentes de vida nos convierte a la vez en un importante objetivo de guerra” (2002: 34).
Nos inclinamos por la propuesta de Hernández (2002) y de Fulchirone et. al. ( 2012), sobre el caso de Sepur Zarco, quienes consideran que, durante el conflicto armado, la violación sexual de las mujeres llegó a su nivel máximo y que se produjo especialmente en espacios militarizados como los destacamentos militares. Además, estas formas de violencia y de violación se convierten en un arma racista en contra de la población indígena en general y especialmente contra las mujeres indígenas. Este tipo intersección de violencia sexual implica que las mujeres sean agredidas no solo por “ser mujeres”, sino por el hecho de “ser mujeres” y, además, indígenas, con el objetivo de exterminar al grupo parcial o totalmente.
Su origen étnico, sus rasgos fenotípicos producen odio o rechazo en los victimarios que ejercen dobles y triples violencias, por ser mujeres, por ser indígenas y por ser subversivas, pero el daño no solo es físico, sino también cultural y territorial. Las mujeres indígenas son continuadoras de sus pueblos. Con la violación sexual se intenta destruir al grupo, ya que se considera que la mujer difícilmente puede concebir hijos a partir de la práctica de guerra por lo que esto constituye un mensaje etnocida sexual. Esto sería una especie de inscripción feminicida sobre el cuerpo de las mujeres cuyo mensaje está dirigido a los varones de la comunidad.
En particular, la utilización sistemática de métodos anticonceptivos graba en la memoria y en el cuerpo de las mujeres el mensaje impositivo de “no reproducción del grupo”. Los hombres que ejercen poder militar se apropian de los cuerpos de las mujeres indígenas simultáneamente como objetos de violencia sexual y como símbolos de una lucha por el control del territorio contra sus enemigos hombres. Si pueden demostrar la ineficacia de los “insurgentes” para proteger a sus mujeres, controlar su sexualidad y sus capacidades reproductivas.
La violación sexual hacia las mujeres indígenas reproduce las lógicas del sistema de racismo estructural, cuyo imaginario las ubica en la escala inferior de la jerarquía humana por ser mujeres, indígenas y pobres. A juicio de Hernández ( 2002), las técnicas que se eligen para lesionar los cuerpos es debido a que en ellas se encuentra la fuente de la vida y de la reproducción y porque en ellas está el prejuicio que dice quién puede y debe ser afectado por esas torturas para el control social.
Coincidimos con el peritaje de Paloma Soria de que, las violaciones no constituyeron hechos aislados sino un ataque sistemático a las mujeres por un amplio número de soldados, pues fueron violaciones múltiples, masivas y generalmente públicas, lo que comprueba la protocolización y práctica sistemática de la violación como parte de una estrategia planificada del genocidio (Sentencia 2013 197 y ss.).
En ese sentido, no son casualidad las mutilaciones corporales a mujeres indígenas embarazadas en las políticas contrainsurgentes durante el conflicto armado en Guatemala, ni las violaciones sistemáticas hacia las mismas (Duyos, Sofía en Ruiz Trejo, 2011). Esto significa un claro mensaje no solo contra los embriones y futuros niños de las comunidades a quienes se les está impidiendo que nazcan o que aborten, sino al pueblo maya en su conjunto. Cuando las mujeres son violadas y mutiladas brutal y masivamente, no se trata de violaciones sexuales aisladas sino de un protocolo establecido desde la cúpula militar con la idea de exterminar no solo a las mujeres dadoras de vida, sino al grupo entero (ibídem). Como opina Paz y Paz la violación sexual se convirtió en una forma de tortura que se aplicó a las mujeres con el fin de humillarlas y de amedrentar al conjunto de las comunidades. [17]
Otra forma de establecer las violaciones como arma de guerra contra las mujeres es someterlas al trabajo doméstico forzado, que generalmente va acompañado de esclavitud sexual de las niñas y mujeres (Ruiz Trejo y Martínez Bermejo, 2016). Estas prácticas constituyen una forma de sumisión y control sobre las mujeres que son obligadas a aportar sus relaciones de producción-reproducción (Ruiz Trejo, 2016a). Si esto se da en condiciones de secuestro forzado y masivo, el trabajo doméstico forzado y la esclavitud sexual de las mujeres indígenas no solamente repercute en el ámbito individual de sus vidas, sino que afecta la vida social de toda la comunidad, ya que se la está desposeyendo de la fuerza de trabajo indispensable para la reproducción de la vida (Ruiz Trejo, 2016b).
Al hilo de éstas reflexiones, consideramos que el trabajo doméstico forzado, la violación sexual, la esclavitud sexual y el “tráfico de mujeres” constituyen crímenes de guerra que deben ser juzgados, ya que aunque los modos de operar no lleven a la destrucción, asesinato o exterminio total de los grupos, se trata de una nueva manera de accionar la guerra con menores costes para los ejércitos pero que busca el mismo fin: la eliminación del bando contrario y el sojuzgamiento del “enemigo interno” a través de las mujeres (Ruiz Trejo, 2016a). El trabajo doméstico forzado, la violación y la esclavitud sexual no asesina directamente a las mujeres o al grupo “insurgente” pero si los elimina a través de una política de “higienización” y “limpieza étnica” y de una supresión de su cultura que no implica costes para los ejércitos pero si la eliminación del “enemigo” con fines muchas veces eugenésicos o de crear un estado de terror en la población (Ruiz Trejo, 2016 a, b, c).
La violación sexual sistemática de las mujeres mayas q’eqchi’ en el destacamento de Sepur Zarco y fincas aledañas[18]
Analizaremos el caso de esta violencia sexual, en el marco del conflicto bélico que se dio en Guatemala en los años ochenta y que agudizó e hizo visible los asesinatos misóginos con saña y crueldad que históricamente se han producido, desde la época colonial hasta la actualidad, en este país centroamericano. Específicamente queremos abordar los hechos acaecidos durante los años ochenta en el caso «Sepur Zarco», municipio de El Estor, departamento de Izabal, en donde las mujeres q’eqchi’ vivieron condiciones de violencia que podrían ser consideradas como crímenes de guerra, crímenes de deberes contra la humanidad y feminicidio.
En el caso de la violación sistemática y generalizada de las mujeres de los departamentos entre Izabal y Alta Verapaz, entre Panzós y El Estor y en especial de las aldeas de la Esperanza, San Marcos, Pom Baac y concretamente en las haciendas de, San Miguel, Las Tinajas Pataxté, Chapí, Chenibal, cuyos propietarios colaboraron activamente en la represión, las torturas y abusos sexuales y con otras violaciones masivas, indiscriminadas y públicas, delante de sus familiares o miembros de sus comunidades, fue una práctica común y sistemática del ejército y de los comisionados militares de la zona, cuya finalidad fue causar terror a la población y generar un estado permanente de impotencia, vulnerabilidad y pérdida de control sobre la vida de las mujeres y la de sus descendientes.
Coincidimos con los informes del ECAP, que el proceso de deshumanización y despojo de la condición humana de la política contrainsurgente en Guatemala y durante la guerra, especialmente en el periodo en el año 1982 hasta 1990, estuvo directamente relacionada con las mujeres, a través de la tortura, violación sistemática, esclavitud sexual y perdida de la dignidad[19].
La deshumanización de las mujeres y su violación sistemática hasta dejarlas agotadas o muertas, no fue un simple accidente de la guerra o un hecho aislado, sino que fue una práctica cotidiana y sistemática de la política contrainsurgente, destinada a deshumanizar al otro y convertirle en cosa o animal, generando un sentimiento de impotencia y de vulnerabilidad, además de miedo y fragilidad. Es por ello que en muchos testimonios de las mujeres, utilizan imágenes de animales para evocar ese sentimiento de fragilidad frente a su depredador. “Era como si fuéramos un grupo de pollitos que se llevaron a su madre. Todos nos quedamos amontonados llorando, eso fue lo que nos sucedió”[20].
Otro testimonio expresa esa misma sensación de vulnerabilidad y deshumanización:
Hacían todo lo que querían con nosotros, parecíamos unos animales, unos perros, ya no teníamos respeto, no les importábamos en nada, es como si mataran a un animal sin importancia, si querían lo enterraban o lo tiraban al monte, eso es lo que les hicieron a las personas[21].
De los 15 casos referidos, en las denuncias presentadas ante el Ministerio Publico, por las mujeres que fueron víctimas de violación y de esclavitud sexual y por testigos presenciales de otras violaciones sexuales, en diferentes aldeas y caseríos en el límite departamental entre Pazós y El Estor, en las comunidades q’eqchi’ de La Esperanza, Semococh y en Sepur Zarco, encontramos rasgos comunes que permiten pensar que fue una práctica sistemática y generalizada destinada a producir vejaciones y humillaciones a las mujeres indígenas de dicha comunidad étnica y generar temor en el resto de la población colindante, así como desarticular a las comunidades indígenas y tratar de borrarles sus identidad étnico-cultural.
Las mujeres que lograron huir del destacamento no corrieron mejor suerte. Uno de los testigos relata cómo tuvieron que irse a la montaña y cómo fue perdiendo a todos sus hijos por falta de comida y de agua o a causa de la persecución del ejército.
Doña Rosario Xo lo relata de la siguiente manera:
Si fue primero mi hijo de 4 años el solo se hinchó, porque yo no tenía nada de comida que darle, o medicina porque no teníamos nada en la montaña yo trataba de darle alguna raíz pero él no me lo aceptaba se hinchó y así fue como el murió; la segunda que muere es mi hija igual ella a veces me pedía de que comer y digamos no había nada, y a veces me decía vamos mamá a la casa ahorita hay pollos que comer en la mesa, y de igual manera ella solo se hinchó y así fue como murió mi hija; mi tercer bebe así fue como murió también yo recuerdo que lo llevaba en la espalda, el ejército nos estaba persiguiendo, yo lo llevaba en la espalda pero igual no podía darle nada porque no tenía nada que darle de comer, y pues lo que hice fue dejarlo así, fue muy doloroso porque yo no puede enterrarlo, lo deje en una hojas, realmente fue muy doloroso por que no fue una muerte o un entierro como debería de ser[22].
En el testimonio de Doña Rosario Xo o Doña Rosa Tiu y de otras mujeres que testificaron durante el juicio, se demuestra con claridad los efectos tan perniciosos que sufrieron éstas mujeres en sus vidas y en su cultura. Como describe la antropóloga maya, Irma Alicia Velásquez Nimatuj, en su peritaje sobre “la destrucción cultural de Sepur Zarco”, después de realizar 15 historias de vida sobre estas mujeres identifica que se produjeron, en todas ellas, dos pérdidas inseparables, la pérdida humana y la pérdida cultural, en la primera incluye, no solo a los seres queridos y familiares, sino los daños físicos y psíquicos que sufrieron después de las violaciones y las pérdidas culturales, incluyen no solo sus enseres materiales, sino su espiritualidad y su cultura. Esta perita señala claramente la responsabilidad del estado en éstos hechos debido a que “no se puede entender la saña de estas violaciones, si no se comprende el marco de un estado que ha operado y reproducido un racismo estructural e histórico, en donde las mujeres ocupan el último lugar de la pirámide social y de la estructura racial”.[23]
¿Cuáles son esos rasgos comunes que nos permiten pensar que existió un patrón con pautas establecidas que se deducen de los testimonios de las mujeres y hombres que declararon en el caso del destacamento militar de Sepur Zarco y haciendas aledañas?
En primer lugar, todas ellas vivían en aldeas o caserío, alejadas de la cabecera departamental y cercanas a las haciendas y destacamentos de la región en lugares en donde ya se habían producido masacres colectivas anteriores como la de Panzós, Chisec y demás aldeas o caseríos cercanos a destacamentos o asentamientos militares, en donde los soldados patrulleros y comisionados y mandos medios, necesitaban utilizar a las mujeres para intercambios sexuales y servicio doméstico a su vez, como monedas de uso, de cambio y de deshecho[24].
Una vez producida la captura y desaparición de sus maridos por parte del ejército y de los comisionadoss, éstos retornaban a las casas a apoderarse de las mujeres, abusando de ellas y trasladándolas al destacamento militar previamente a incendiar sus casas y cosechas[25], con el fin de que no volvieran a ocupar esas tierras .
Casi todas las mujeres capturadas y llevadas a las haciendas y posteriormente al destacamento de Sepur Zarco, eran indígenas q’eqchi’, viudas o con sus maridos desaparecidos. Rondaban, en ese tiempo, una edad entre los 20 y 25 años con hijas menores, “eran a las mujeres jóvenes y niñas a las que violaban”, y en la actualidad tienen entre 50 y 55 años. A casi a todas ellas les habían asesinado o desaparecido sus maridos entre 1982 y 1983 y casi todas ellas fueron conducidas al Destacamento de Sepur Zarco en donde las violaban “una y otra vez”, hasta que caían desmayadas y adoloridas de las piernas y de las caderas y con hemorragias continúas.
La violación casi siempre se producía delante de sus seres queridos, hijos pequeños, familiares y casi siempre delante de los otros soldados que hacían “cola esperando su turno” . Generalmente, la violación sexual iba acompañada de malos tratos, como ponerles la pistola en la sien, atarlas con lazos, tirarlas al suelo y abriles las piernas o pegarles y darles patadas mientras las violaban y casi siempre acompañada de insultos y comparación con animales como “chuchos”, “coches”, “vacas” o personas mal olientes.
La presencia de otros soldados o de otras mujeres de la aldea o caseríos vecinos y familiares, era una de las prácticas más traumáticas de vejación, humillación y pérdida de dignidad, frente a ellas mismas, y a sus familias, que contemplaban aterradas el abuso, tortura y violación, sin poder hacer nada[26]. La cúpula militar, los comisionados y los soldados, militares mantuvieron el control total de las mujeres que estaban siendo violadas, además de obligarles, después de haber sido utilizadas como monedas de canje, para lavar y preparar la comida para la tropa[27].
En cuanto al contexto socio-político, se deduce que la principal razón por la cual se construye allí un destacamento militar, en colindancia con varias haciendas de familias de la oligarquía, Milla, Safí, Maegli y del ex alcalde de Pazós, fue debido a la petición de tierras de varias comunidades de la región al INTA, Instituto Agrario de Transformación de Tierras; cuestión que debió despertar, el estupor y enojo de los terratenientes que aprovecharon la situación de “estado de guerra” y de la política de contrainsurgencia, para apoyar a los militares de la región de Mariscos y el Estor en la construcción de un destacamento cercano a sus fincas, con el fin de controlar dicha región y vigilar y castigar aquellos líderes que habían osado formar un comité para solicitar tierras al gobierno[28].
Don Domingo Cuc expresa las razones por las cuales fueron detenidos en su testimonio y manifiesta el odio que sentían por ellos:
Cuando empezamos a tramitar la tierra, nos dimos cuenta de que no estaba ocupada y nos pusimos a trabajar la tierra, y después de todo eso nos dijeron de que si tenía dueño y por eso fue que nos odiaron mucho, porque nosotros empezamos a trabajar en esa tierra que no estaba ocupado por nadie[29].
Por lo que se deduce de las declaraciones testimoniales de los testigos, los primeros en ser arrestados y desplazados a las fincas cercanas y llevados finalmente al destacamento de Sepur Zarco, en donde finalmente fueron asesinados, los líderes que presuntamente estaban involucrados en la petición de tierras y que fueron denunciados por los hacendados, capataces o los comisionados militares de la región.
Posteriormente, fueron arrestados, maniatados llevados a las fincas mencionadas San Miguel, Petashte, Chapín, Las Tinajas, en donde fueron interrogados y torturados y luego llevados al destacamento de Sepur Zarco, en donde permanecieron prisioneros. A juzgar por las exhumaciones posteriores o por la declaración de los /las testigos, algunos fueron asesinados, después de varios días o meses de tortura.
Según el artículo de Hernández (2005), Sepur Zarco se constituyó en un destacamento militar, en donde las viudas de los hombres asesinados funcionaron como botín de guerra como servicio doméstico sin pago alguno y como recreo de los militares.[30]
Muchas mujeres, una semana después de la fiesta patronal de 1982, dicen, llegaron al destacamento de las Tinajas para buscar a sus esposos detenidos. Y a todas, relatan, les negaron el acceso, la posibilidad de una última comunicación con sus esposos, fue allí en donde las violaron. A juicio de una de ellas, “Fue dentro de mi casa. Frente a mis hijas pequeñas”……. “Me pusieron el arma en el pecho, una pistola en la boca, y abusaron de mí”.[31]
El destino que corrieron las mujeres de los supuestos guerrilleros, a los que nunca se les acusó de pertenecer a la guerrilla, sino de haber bajado de la montaña o haber proporcionado alimento a la guerrilla, era aparentemente su único crimen y su única acusación. La suerte que corrieron sus viudas, fue bastante peor que la de sus maridos, porque éstas sirvieron como botín de guerra y fueron sometidas a violaciones sistemáticas, a todo tipo de abusos sexuales, además de servir de “recreo sexual” de los soldados y esclavitud doméstica en el destacamento, por periodos de tiempo que oscilaban entre seis meses hasta ocho años, organizándolas en turnos de explotación.
Prueba de la intencionalidad y de la protocolización de estas violaciones sistemáticas a las mujeres es este testimonio en el que la testigo cuenta como las inyectaban para que no quedaran embarazadas. Los soldados les decían abiertamente que “el gobierno las manda a violarlas”, utilizando sus cuerpos como botín de guerra.
Si bajo hemorragia, pero ellos me dieron medicina, ellos cargaban medicina, si ellos nos daban inyecciones como yo no sabía leer no pude darme cuenta de que inyecciones nos estaban poniendo, ellos lo que querían era que no quedáramos embarazadas, nos decían el gobierno nos mandó para que nosotros las violáramos, y nos decían están en nuestras manos y yo no podía hacer nada porque ellos tenían mucha fuerza.
El caso de éstas mujeres viudas fue el más sistemático y ejemplarizante, porque aparte de violarlas y, en algunos casos dejarlas embarazadas, violaron a sus hijas o les asesinaron brutalmente a sus bebes, con el único fin de darle una lección al resto de mujeres de las comunidades vecinas y como mecanismo de disciplinamiento y control social, además de ser una forma de expresión de la dominación, poder y control de los hombres hacia las mujeres con el ánimo de sojuzgar y humillar no solo a las mujeres, sino a sus esposos, familias o miembros de la comunidad. Las viudas se convirtieron en un botín de guerra y sus cuerpos mancillados/ ultrajados en una demostración de poder y control sobre el conjunto de la familia y de la población indígena.
Como indica la CEH, Comisión de Esclarecimiento Histórico, en su informe sobre la violencia de mujeres y niñas. “El 99% de las víctimas fueron mujeres y niñas indígenas menores de edad… las mujeres fueron víctimas de todas las formas de violación de los derechos humanos, pero además sufrieron formas específicas de violencia de género… En el caso de las mujeres mayas se sumó, a la violencia armada, la violencia de género y la discriminación étnica… La violencia sexual fue una práctica generalizada y sistemática realizada por agentes del Estado en el marco dela estrategia contrainsurgente, llegando a constituirse en una verdadera arma de terror y en grave vulneración de los derechos humanos y del derechos internacional humanitario. (CEH, 1999)[32]
Como opina Diez y el Consorcio de Actoras de Cambio, el recurso de la violencia sexual durante el conflicto armado se produjo por cuatro motivos: eliminar física y moralmente a mujeres consideradas como enemigo interno o peligrosidad social; castigar física y moralmente a mujeres consideradas como seres queridos del enemigo interno y castigar, a través de ellas a los hombres considerados como enemigo interno y nosotras consideramos que además, tenía como finalidad hacia las mujeres, producir vergüenza en sus cuerpos y culpa[33]. En el caso de Sepur Zarco, esta motivación aparece muy clara en casi todas las declaraciones testimoniales en calidad de anticipo de prueba.
Otro rasgo común a destacar en estas declaraciones de prueba, es el empleo sistemático de la tortura física y psicológica tanto en hombres, como en mujeres y pareciera ser parte de un protocolo común empleado por el ejército en otros casos de las mujeres Ixiles y Achíes. Resulta evidente en casi todos los casos que relatan los testigos, en donde primero, se produce una captura ilegal, casi siempre en el lugar de trabajo de las víctimas, después se les traslada a las fincas cercanas al destacamento, San Miguel, las Tinajas Pataxte. Posteriormente se pasa a su detención, encierro en calabozos e inicio de diversas formas de tortura, maltrato, insultos y una vez que se llevaban a los esposos, empezaban las violaciones sexuales a las mujeres y sus hijas. Después el traslado al destacamento de Sepur Zarco, para ser objeto de servicio sexual y esclavitud doméstica con reiterados abusos sexuales a las mujeres, dentro del destacamento o cuando éstas iban al rio a lavar la ropa de la tropa, en donde frecuentemente eran abusadas por más de cinco soldados, a juzgar por los testimonios de varias de las mujeres[34].
El testimonio de Rosa Tiul, también resulta muy elocuente, una vez que capturan y se llevan a su esposo a la hacienda de las Tinajas, volvieron después a buscar a sus hijos y a ella. Cada vez que pasaban por su casa la agarraban y la violaban delante de sus hijos y además la trataban como un animal, lo cual prueba la deshumanización y vejación de la que fue objeto:
yo recuerdo cada vez que regresaban de la montaña… cada vez que regresaban pasaban por la noche y me agarraban por la fuerza, por eso mismo contar esto ante el señor juez es muy doloroso, después de lo que iba pasando ellos se fueron e hicieron un destacamento en la comunidad y después empezaron a ordenar que teníamos que ir a lavarles la ropa, hacerles la comida, y empezamos hacer eso a servirles de alguna manera, siempre había mucho miedo ellos seguían abusando sexualmente de nosotras, había mucho miedo si también nos oponíamos o decíamos que no queríamos hacerlo nos podían matar, nos amenazaban con quitarnos la vida, por eso es muy doloroso decirlo, cuando una vez yo me arme de valor pues cansada de que estuvieran abusando de mí y me fui a quejar con el teniente, y entonces los reunió y dijo: tal vez lo que tú los acostumbraste así, me trataron como un animal yo me daba cuenta que me trataban así porque yo estaba sola ya no estaba mi esposo, aparte de eso nos seguían al río porque ellos nos mandaban a lavar la ropa, y ahí también abusaban de mí en el río cuando yo iba a lavarles la ropa, después de esto así fui obligada de servirles en el destacamento por 6 meses hacerles la comida y a lavarles la ropa”[35].
Otro hecho relevante que resulta de uno de los supuestos más claros de crímenes de Guerra o de deberes contra la humanidad, es el desplazamiento forzado de la población sobreviviente. En casi todos los casos de mujeres y niños, con el fin de poder escapar de la violencia y sobrevivir, causando, no solo, un daño irreparable a la familia y a la comunidad que quedó desierta y la mayor parte de las casas incendiadas, sino que, en esa diáspora a la montaña murieron casi todos los niños/as que fueron obligados a desplazarse de sus comunidades. En casi todos los relatos se evidencia como estos niños murieron de hambre y frio. En ocasiones, no tuvieron que ser abandonados por sus padres, para no ser descubiertos en la montaña; en casi ninguno de los testimonios, las mujeres pudieron enterrar a sus seres queridos, a sus hijos, produciendo un sentimiento de culpa que les acompaña el resto de sus vidas.
El testimonio de Doña Rosario Xo:
Antes de irnos a la montaña mis hijos estaban bien, mis hijos en la montaña empezaron a padecer, no teníamos nada ni azúcar, ni había maíz para hacerles tortillas, empezaron a enfermarse y así empezaron a morirse… Recuerdo una vez que llevaba a mi hijo en la espalda y lo soldados empezaron a corrernos, pero él se estaba muriendo ente mis brazos y, cuando él se murió, yo no alcance a enterrarlo y lo tuve que dejar bajo un palo, fue muy dolorosa la forma como murieron mis hijos…. Yo dejé tres hijos míos en la montaña[36]
Uno de los efectos más graves, de todo el dolor sufrido por las violaciones, desplazamientos o torturas de esos testimonios, que se trenzan con dolor y desánimo, es el hecho que se desprende de los daños físicos y psicológicos producidos especialmente en las mujeres, y que, hasta la fecha aún tienen las secuelas de ello.
Varias de ellas se refieren a ese periodo como una etapa que “marcó su vida”, “que destrozó su matrimonio y su familia” y que “cambió mi vida para siempre”. Una frase que se repite en éstos y otros testimonios de las mujeres Achís e Ixiles, es que ellas no tenían culpa de nada y que no entienden por qué les hicieron ese daño y es “muy doloroso recordar lo que viví”. Las secuelas físicas de éstos abusos permanecen en sus cuerpos y en sus mentes, hemorragias, abortos, “susto”, miedo incontrolable, depresión tristeza, daños irreparables en sus cuerpos y en sus mentes. Permanentemente se expresan comentarios manifestando el dolor que sienten al recordar los hechos, como la siguiente testigo, Margarita Chub.
Si voy a decir para eso estoy acá me duele mucho lo que me paso, por ser mujer me pasó todo eso yo tenía 22 años cuando me paso eso, si cuando a mí me paso eso, la gente como me odiaba como me maltrataban porque me decían que los soldados te violan a cada rato y que yo lledia mucho[37].
Uno de los testimonios más elocuentes es el de doña Catalina Caal Rax, que relata ese periodo de su vida como algo doloroso e inexplicable[38].
Me dejaron sin nada, es muy doloroso lo que viví, a mí me duele mucho recordar todo eso………. Salí de mi casa y fui a la montaña, yo pensé que ahí mis hijos se iban a salvar, pero que paso que ahí mis hijos se murieron de hambre, yo llevé mis hijos haya y ahí se murieron 4, una de mis hijas lleve a la montaña ella estaba embaraza y ahí la mataron la hicieron pedazos con machete que culpa tenían cuando los mataron, eso fue lo que hicieron los militares nos persiguieron debajo de la montaña ellos no sé que querían nosotros no teníamos nada, estuve 6 años en la montaña y ahí mataron a mis hijos, cuando los soldados nos perseguían en la montaña yo y mi hija pero en ese momento mis manos y mis pies estaban llenos de espinas yo no podía caminar por la gracia de dios yo estoy acá, ahí sufrí mucho con mis hijos, es verdad lo que estoy diciendo por que sufrí demasiado no lo estoy inventando porque fue de verdad lo que yo viví, nos dejaron sin nada quemaron mi casa todo lo que yo tenía y también mi siembra, señores y señoras yo les estoy diciendo la verdad no lo estoy inventando y es una gran tristeza todo lo que yo viví[39].
En casi todas las declaraciones de los testigos se evidencia el directo involucramiento de los comisionados y de los propietarios de las fincas porque en muchas ocasiones ellas trabajaban para “su patrón” y fue en las fincas donde fueron apresados y torturados sus esposos y ellas fueron violadas. El testimonio de Felisa Cuc es representativo de la tortura y de la implicación de los terratenientes.
Pregunta del fiscal: ¿Cómo encontraron a su esposo, recuerda donde que los vio? … me duele mucho recordarlo porque ellas nos dijo mi pobre papa no parece persona parece animal maltratado, y ella fue la que me contó que pudo ver que él estaba lleno de sangre ya le habían metido alambre en la nariz, y en los oídos a mi esposo, dice que el cómo sufrió, me duele bastante “. Eso fue lo que me conto mi hija[40].
Pregunta: Recuerda en qué lugar lo tenían?…. En esa hacienda lo tenían, fue bien doloroso lo que le hicieron, fueron los soldados porque estaban en esa hacienda de San Miguel[41].
Estos patrones que se repiten de forma casi idéntica en todos los testimonios unos con mayor dramatismo y otros con mayor sufrimiento y silencio, nos indican claramente la intencionalidad clara del ejército de acabar con un pueblo y como las violaciones fueron una forma de generar humillación, degradación del ser humano y estigmatización por ser indígena y mujer. El trato cruel y brutal con los recién nacidos o de las mujeres embarazadas, hasta que terminaban abortando o muriendo desangradas prueba también el deseo de exterminar físicamente a una etnia. Las prácticas específicas realizadas contra las mujeres fueron también de increíble violencia: la extracción del feto en mujeres embarazadas aún con vida y el amputamiento de sus pechos; la violación sexual, incluso colectiva, a mujeres indígenas (89 %), de las cuales un 35 % eran menores de 18 años y la recurrencia a dejar marcas de la violación en los cadáveres, como objetos en las vaginas o estacas en los vientres[42].
Según la investigación del Consorcio Actoras de Cambio, las cifras evidencian que la violencia sexual se inscribió dentro de la ideología racista dominante, que se expresó en la destrucción del pueblo maya […] Las formas masivas, públicas, sistemáticas y generalizadas de ejecutar la violencia sexual, planificada y ordenada por los altos mandos militares, fueron los patrones de violencia sexual contra mujeres de origen maya […] obedece a que eran consideradas seres inferiores por ser mujeres e indígenas […]. Las atrocidades cometidas contra las mujeres expresaban misoginia, odio racial u odio de clase.[43]
Algunos de estos testimonios, nos permiten comprobar cómo en las formas de violencia, tortura, aniquilación en contra de las mujeres, niños e indígenas, hubo una planificación y una estrategia previa desde el alto mando, una intencionalidad diseñada desde la cúpula militar destinada a exterminar físicamente a un pueblo y a su descendencia. Esto generó un genocidio contra la población civil de origen maya, especialmente, población civil no combatiente[44].
Sin lugar a dudas esta violencia sexista y etnicista cargada de odio y racismo, puede catalogarse como etnocidio y limpieza étnica contra la población maya por el hecho de pertenecer a una etnia diferente, considerada como inferior y cosificada para facilitar su exterminio[45].
Uno de los elementos que más llaman la atención en todos estos testimonios, que y desde luego se refleja plenamente en el Plan Sofía, es la cosificación del otro o su animalización; el considerar a los Otros como cosas o como objetos. El hecho de que en todos los documentos del Plan Sofía se considere a las víctimas no como personas o como indígenas o sujetos, evidentemente en ningún caso como víctimas, es una forma de cosificarlos o de objetivarlos y quitarles su humanidad[46].
Qué duda cabe que esta violencia generalizada de carácter sexista, etnicista e infanticida, no ha sido castigada y los verdugos y ejecutores de dichos actos de etnocidio, infanticidio y feminicidio siguen en las calles impunemente y muchas víctimas se cruzan con ellos en sus aldeas y pueblos, como lo expresan muchos testimonio.
Todos estos datos nos hacen coincidir con los planteamientos de Sanford, Fundación Rigoberta Menchú, CALDH, García, Actoras para el Cambio, Paz y Paz, ECAP, Falla y Brett, sobre la responsabilidad del Estado guatemalteco, del ejército y de las elites de poder, especialmente de miembros de las redes familiares de la oligarquía que contribuyeron activamente en la tortura, desaparición, asesinato y abuso sexual de la población maya q’eqchi’ en esa región; así también diseñaron y ejecutaron una estrategia de guerra contrainsurgente y de crímenes de lesa humanidad contra la población maya a lo largo de la década de los ochenta[47].
Trenzando la tristeza y el dolor “me duele mucho recordar”: Los efectos psicosociales de las mujeres violadas durante el conflicto armado guatemalteco en el destacamento de Sepur Zarco.
Ya han sido suficientemente estudiados los efectos de la violencia en las mujeres, tras un conflicto bélico y el trauma de las mujeres después de una limpieza étnica en otros países como Ruanda, Armenia o Kosovo. No obstante, son escasos los trabajos, desde el punto de vista de la psicología y de las ciencias de la salud, sobre los perniciosos efectos psicosociales que produjeron estos hechos en las mujeres guatemaltecas. Tal vez los estudios más relevantes hayan sido los de Carlos Paredes, ECAP, Linda Green, Beatriz Manz o el del Consorcio Actoras de Cambio: la lucha de las Mujeres por la Justicia, Paz y Paz. Sin embargo queda mucho por hacer en este terreno y muchas heridas y cicatrices que curar[48].
En casi todos los trabajos mencionados y por los testimonios recogidos a todas las mujeres sobrevivientes y afectadas por la violencia y la violación sexual, resulta evidente que su sexualidad ha quedado truncada o congelada y que casi ninguna de ellas quiere volver a tener relaciones sexuales posteriores y muchas de ellas han decidido no tener pareja. La agresión física se ha visto reflejada en sus cuerpos y en sus almas y casi todas ellas manifiestan un dolor profundo en diferentes partes de su cuerpo, jaquecas, dolores de corazón, nauseas, gastritis, lo que ellas llaman “susto”, nervios y una profunda tristeza y desgano.
De los 15 testimonios recabados, casi todas ellas eran viudas. Muchas de ellas expresan su alivio de no tener que estar nunca más con un hombre y otras dan “gracias al cielo” de que sus maridos no vivieran para no sentirse “avergonzadas” por todo lo que pasaron; algunas de ellas fueron estigmatizadas y marginadas de su comunidad por lo que les había pasado; algunas quedaron embarazadas y dieron gracias al cielo cuando perdieron el niño y después nunca más pudieron quedar embarazadas porque “por lo que me pasó quede mal, no pude tener hijos y me quedé soltera”[49]. Relatamos uno de los testimonios de denuncia que pone de manifiesto los efectos psicosociales y las huellas del dolor en su cuerpo y en su alma:
Yo quedé con el cuerpo muy dolorido, sobre todo en las piernas, la espalda y el estómago por los abusos que recibí. Como al mes de haber salido del destacamento me di cuenta de que estaba embarazada, pero al poco tiempo sufrí el aborto. Cuando encontré pareja, tuve problemas, porque mi cuerpo no quedó bien, cada vez que lograba embarazarme venía el aborto, por eso mi pareja se enojó conmigo y me abandonó. Ahora estoy muy sola porque no pude tener hijos[50].
Parafraseando a Paredes (2006), los testimonios de estas mujeres se refieren a huellas del dolor en todo el cuerpo, “Están enfermos de dolor”… “Este tipo de dolor es producto del recuerdo de lo vivido, de la marca que se lleva en el cuerpo y en el alma” y transita entre la depresión y la desgana por vivir y el recuerdo permanente del familiar muerto y de la violación”[51]. A juicio de Paredes, en las mujeres se produce una sensación permanente de vulnerabilidad, de soledad y vacío.
Uno de los testimonios lo expresa de la siguiente manera “Yo personalmente siento mucho todo lo que me sucedió sobre esta tierra. Pero a veces siento en mi corazón y en mi alma que ya no puedo más, y que hay momentos en que voy a desvanecer[52].
Esa sensación de querer desvanecerse, de querer desaparecer para dejar de sufrir y de recordar, esa sensación de no tener fuerzas para seguir viviendo, es otra de las manifestaciones más comunes en todas estas mujeres que denuncian al Ministerio Público y dan su testimonio. Después de 34 años de silencio y de agonía, se atreven a dar su testimonio, como un forma de expresar su rabia, dolor y como un medio de sanación y de petición de justicia. Es por ello que resulta tan importante para todas ellas, manifestar en público y sin miedo, todo lo que pasaron para que se haga justicia. Los comités de víctimas, el GAM, el colectivo de mujeres violadas Mayas q’eqchi’, la asociación del bufete jurídico popular ABJP, revindican el derecho a contar sus testimonios y denunciar la violencia sexual para que se haga justicia y puedan vivir en paz consigo mismas, con su comunidad y con sus familiares muertos o desaparecidos. Ese derecho puede empezar a formar parte de su sanación.
Análisis del genocidio y feminicidio en Guatemala
Del análisis histórico estructural sobre la génesis, la etimología, la reproducción y vigencia del racismo, el genocidio y el feminicidio en Guatemala y de sus diferentes lógicas, prácticas sociales y manifestaciones, así como de los principales actores (élites de poder, ejército, terratenientes, comisionados, mayas, ladinos, etc.), podemos deducir varios aspectos sobre la violencia y violación sexual en contra de las mujeres del Municipio de Izabal, destacamento de Sepur Zarco y fincas aledañas.
* Los espacios sobre las que se construyó y reprodujo el racismo en Guatemala, desde la Colonia hasta nuestros días permanece incólume y no parece que haya habido ningún indicio de que los estereotipos y prejuicios que lo sustentan se hayan desactivado. Por lo contrario, la emergencia de los mayas como movimiento social y político y la guerra contrainsurgente agudizó el racismo hasta llevarlo hasta su máxima expresión como fue el genocidio y el feminicidio.
* Las bases sobre las que se montó esta estrategia de guerra y terror en contra de las poblaciones indígenas no fue casual. Posee evidentes elementos históricos en los que se evidencia que el racismo es un componente histórico-estructural que es clave para entender la magnitud de estas masacres colectivas y feminicidio en contra de las mujeres indígenas.
- * No puede dejar de evidenciarse el papel que jugó el Estado racista y sus aparatos represivos e ideológicos de estado durante la contienda ni la colaboración de ciertos sectores de la oligarquía. Esto puede verse en el caso del destacamento de Sepur Zarco y haciendas aledañas. así se considera que estos casos de crímenes de deberes contra la humanidad, deben de ser juzgados, sentenciados y castigados y además debe de darse una reparación moral y material a las víctimas.
* El ejército guatemalteco y su cúpula militar conocían estas prácticas sexuales aberrantes y estas violaciones masivas; no solo lo consintieron sino que lo planificaron y lo fomentaron para mantener involucrada a la tropa, para que sirviera de ejemplo a otras mujeres y comunidades mayas y para someterlas a un permanente estado de tortura, vejación, humillación y deshumanización. De allí que podamos inferir de la intencionalidad del genocidio o de los crímenes de lesa humanidad.
* El Estado guatemalteco, los altos y medios mandos así como los comisionados, la tropa, Kaibiles y los patrulleros, cometieron delitos de lesa humanidad y de esclavitud sexual porque aplicaron medidas destinadas a impedir los nacimientos de niños del grupo Maya q’eqchí’; así también por la violación sistemática a las mujeres mayas, por someterlas a esclavitud sexual y por el desplazamiento forzado de varias comunidades y por asesinar a sus seres queridos durante el desplazamiento.
* El Estado racista buscó causar lesiones graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo Maya q’eqchi’.Especialmente a sus mujeres viudas porque aplicó prácticas de extrema crueldad para provocar terror en la población, porque utilizó a las mujeres como una de las principales armas de tortura, violaciones y humillaciones públicas, como medidas ejemplarizantes y porque exacerbó las reacciones más primarias entre los soldados, patrulleros, comisionados y mandos medios tales como el racismo, el sexismo, actos de violencia sexual e incluso el canibalismo, para degradar y humillar a la población Maya q’eqchi’, particularmente a las mujeres. De este modo el estado buscaba la desintegración de la comunidad y aniquilar su identidad y su sentido de pertenencia.
* El estado Guatemalteco es responsable de los efectos psicosociales y de los traumas con las que estas mujeres han tenido que vivir durante más de 40 años, en los que han padecido graves enfermedades físicas y psicológicas. En algunos casos han provocado la infertilidad, depresión, problemas gástricos, “susto” en muchas de ellas y sobre todo “mucho dolor al recordarlo”, además de las humillación, culpa y vergüenza a la que fueron sometidas.
* Los actos de crueldad y brutalidad aplicado por el estado, la cúpula militar, los comisionados y terratenientes en contra de las comunidades indígenas aledañas al destacamento de Sepur Zarco y haciendas cercanas, no fueron actos aislados de violencia o excesos cometidos por la tropa; sino que obedecieron a un patrón de conducta, que se repitió en casi todos los casos, de violencia sexual y esclavitud sexual de las mujeres y que respondió a una política contrainsurgente que se diseñó, planificó y ejecutó desde el Alto Mando militar, estando involucrados todos los cuerpos intermedios y patrulleros con el fin de destruir a una comunidad étnica.
* La implicación directa de los comisionados y de los terratenientes de la región tanto en la construcción del destacamento como en las tareas de detención, tortura y violación de las mujeres va más allá de una simple colaboración material, en los testimonios de casi todos los testigos está claro su involucramiento directo en todas estas tareas y violaciones de derechos y crímenes de deberes contra la humanidad.
* Por último, queremos dejar patente que la violación sexual sistemática, durante el conflicto armado fue utilizada como una estrategia de terror, como una de las formas más agudas de sojuzgar a las mujeres y a sus familias, utilizando el cuerpo de las mujeres y de las niñas para provocar un etnocidio en contra de la población maya q’eqchi’.
Por todo ello, coincidimos con el informe de la CEH, de la REHMI, ECAP. Actoras del Cambio y de muchos otras investigaciones recientes y compartimos las sentencias nacionales e internacionales, como la Audiencia de España y la del Tribunal de Alto Riesgo en el caso de la Sentencia por Genocidio en contra el general Ríos Montt, así como y de la Embajada de España en Guatemala que señalan, que el Estado y su cúpula militar y las elites de poder, aplicaron una política de crímenes de lesa humanidad. Esto en contra de determinadas comunidades mayas, porque fueron catalogados como enemigo interno y en el caso de las mujeres como elementos desechables.
La Sentencia de Sepur Zarco, en varios de los peritajes de Nimatuj, Casaus y Soria que la sentencia da valor probatorio, establece que , “ la violencia sexual que enfrentaron las mujeres q’eqchi’, deSepur Zarco no puede ser entendido si no se comprende dentro del marco de un estado que ha ejercido y reproducido un racismo estructural e histórico y que ha sido fundamental en la construcción del país y ha operado para controlar y explotar a loso pueblos indígenas”[1][2][53]
Conclusión final
No cabe duda que en todos los casos de violencia y violación sexual de mujeres y niñas en las fincas de San Miguel, Petachte, Las Tinajas, Chapín y finalmente en el destacamento de Sepur Zarco, se llevó a cabo un protocolo establecido y planificado desde las instituciones y los agentes represivos del estado, con el apoyo de los terratenientes de la región y con la directa participación de los comisionados militares. Estas formas de actuar se hicieron con la intencionalidad de infligir daño o destruir el tejido social, las familias y las comunidades del grupo étnico q’eqchi’, produciendo en la población afectada cinco elementos que son clásicos en los crímenes de guerra o de crímenes de deberes contra la humanidad: asesinatos y violaciones masivas de mujeres, ancianos y niños, destrucción de viviendas y símbolos religiosos y culturales, cementerios clandestinos o fosas comunes, desplazamiento de la población de sus comunidades de origen, despersonalización y deshumanización de las víctimas, declaración de enemigo público y planificación minuciosa y sistemática de planes de violencia y violación sistemática. Todo esto utilizando los cuerpos de las mujeres como arma de guerra.
Sin duda buena parte de esos elementos se cumplen en el caso de Sepur Zarco y, más específicamente, en el caso de las 15 mujeres q’eqchi’ y de sus maridos, cuyo único crimen fue pertenecer a un comité por la tierra, por trabajar en las haciendas aledañas o simplemente por vivir cerca de dichas fincas o destacamentos.
Finalizamos este artículo con algunas unas frases de mujeres que padecieron estas violaciones y que declararon en el juicio con el fin de que se hiciera justicia. Carmen Xol Ical terminó su testimonio afirmando:
Yo quiero exponer cuanto dolor padecí, porque no aguanto siento que se me puede detener el corazón, y agradecerle mucho y pedirle disculpas por que es real lo que yo viví, no es un invento, fue bien doloroso lo que yo viví, el que hayan destruido mi matrimonio me separaron y me marcó la vida, y yo no puedo describir cada uno del dolor que yo viví, pero ahorita mismo yo logre decir esto porque es algo real y yo agradezco muchísimo que me hayan escuchado.[54]
Y la frase final de las mujeres de Sepur Zarco diciendo:
Nos levantamos, caminamos y fuimos a buscar justicia”
Notas:
[1] Universidad Autónoma de Madrid.
[2] Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México, adscrita al Programa Universitario de Estudios de Género.
[3] La Sentencia dictada por la jueza Jazmín Barrios tuvo lugar en la ciudad de Guatemala, el 26 de febrero del 2016, Sentencia de Sepur Zarco por delitos contra deberes de la humanidad en sus formas de violencia sexual y tratos humillantes y degradantes y desaparición forzosa. Sentencia C-0176-2012-00021. Esta jueza ha sido ha sido sometida a una fuerte presión y quien ha sufrido innumerables amenazas de muerte a su familia y a ella. Ver: Ruiz Trejo, M. (2013).
[4] Ver: Casasús M. (2016) “Peritaje sobre el racismo y violación sexual de las mujeres como arma de guerra en el destacamento militar de Sepur Zarco”, en, Sentencia de Sepur Zarco por delitos contra deberes de la humanidad en sus formas de violencia sexual y tratos humillantes y degradantes y desaparición forzosa. 2016
[5] Comisión de Esclarecimiento Histórico, (1999) Guatemala, Memoria del silencio, vol. III, Guatemala: UNOPS, 1999. CEH, 1999, p.32
[6] Comisión de Esclarecimiento Histórico, CEH, 1999, Tomo III, p. 32.
[7] Emma Chirix, “Subjetividad y racismo: la mirada de los otros y sus efectos”, IDEI, Los desafíos de la diversidad, nº 18, año 11, noviembre, 2004, pp. 19-31.
[8] A nuestro juicio, es en el Estado y sus aparatos represivos, donde el genocidio opera como la máxima expresión del racismo, porque constituye un elemento intrínseco y forma parte de uno de sus ejes vertebradores utilizados por las elites de poder. “El Estado territorial soberano reclama, como parte integrante de su soberanía el derecho a cometer genocidios o participar en matanzas genocidas que estén bajo su dominio”.
[9] Ver Macleod, Morna en Ruiz Trejo, 2014.
[10] Marta Casasús Arzú, Guatemala el genocidio máxima expresión del racismo en Guatemala, FyG editores,
[11] Algunos artículos de Marisa Ruiz Trejo han abordado estas problemáticas ampliamente.
[12] Caputi, Jane y Russell, Diana (1990/1992).
[13] Radford, Jill and Diana E. H. Russell: Femicide: The Politics of Woman Killing. New York: Twayne Publishers.
[14]Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, Capítulo V, Art. 21
[15] Monárrez Fragoso, Julia Estela (2009). Peritaje sobre Feminicidio Sexual Sistémico en Ciudad Juárez. Caso 12.498 “González y otras vs México” Campo Algodonero presentado ante la corte interamericana de Derechos Humanos. Santiago de Chile.
[16] Segato, Rita Laura. “Femigenocidio y feminicidio: una propuesta de tipificación.” Revista Herramienta 16 (2012): 49.
[17] Paz Bayley O.A,(2015), “ Violencia sexual, memoria y conflicto armado en Guatemala”, tesis doctoral de la Universidad Benemérita de Puebla.
[18] Hacemos esta mención a fincas aledañas por la indudable responsabilidad y complicidad que tuvieron los terratenientes de la zona en estos crímenes y por la colaboración estrecha que prestaron a los militares y al proyecto contrainsurgente.
[19] Carlos Paredes, (Ed), (2006) Te llevaste mis palabras, efectos psicosociales de la violencia política en comunidades del Pueblo q’eqchi’, Guatemala, Unión Europea, ECAP, p. 35.
[20] Carlos Paredes, Te llevaste mis palabras… op.cit., p.35.
[21] Carlos Paredes, Te llevaste mis palabras… op.cit., p.38.
[22] Declaración de Prueba anticipada de Doña Catalina Xo.
[23] Peritaje de Irma Alicia Nimatuj, “La destrucción cultural de Sepur Zarco” Sentencia de Juicio de Seper Zarco, 26 de febrero,2016, p.101 y sigs.
[24] El caso de Sepur Zarco no fue el único en la región, se produjeron otros atropellos y violaciones en otros destacamentos, en otras regiones como Panzós y Alta Verapaz. Guatemala: Esclavitud sexual en destacamento militares, en, El Periódico, 24 12,2012
[25] Concentración o reubicación que nos recuerda mucho a los campos de concentración nazis o a los pueblos de indios del periodo colonial.
[26] Una de las cosas que más acusan las mujeres víctimas de la violación no es el daño infringido en ellas y en sus cuerpos , sino la vergüenza y deshonra que pasaron al ver a sus padres o maridos presenciar esos hechos tan dolorosos como vergonzantes. Algunas incluso se alegran de que hubieran matado a su marido para que no hubiera presenciado esa violación.
[27] Casi todos los testimonios de Declaración de la Prueba confirman esta situación y señalan con nombres y apellidos, no solo a los militares de rango del destacamento si no los nombres de los comisionados y de los terratenientes que participaban activamente en las tareas de detención, desplazamiento tortura de los campesinos.
[28] Recordemos que en esa región a parte del valor de las tierras estaba ubicada la Franja Transversal del Norte, en cuyo subsuelo había yacimientos de minerales y petróleo y que fueron compradas a muy bajo precio por miembros de la oligarquía y por militares durante la década de los 70 y 80.
[29] Testimonios de Declaración, Don Domingo Cuc, 28-09-2012
[30] Oswaldo Hernández, “Sepur Zarco: “El recreo de los soldados”, en Plaza Publica, 1 de octubre, 2005.
[31] Oswaldo Hernández, “Sepur Zarco: “El recreo de los soldados”, op. cit.
[32] CEH y ECAP, La tortura en Guatemala: Prácticas del pasado y tendencias actuales, Guatemala, ed. UE,ECAP e Instituto de Estudios Forense4s,,2012
[33] Consorcio Actoras de Cambio, Consorcio Actoras de Cambio: La lucha de las mujeres por la justicia. Rompiendo el silencio. Justicia para las mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado en Guatemala. Guatemala: ECAP, UNAMG y F&G editores, 2006. y Marta Casaus, “Violación sexual de las mujeres mayas: Un caso de violencias desbordadas”, en Santiago Bastos y Manuela Camus (ed.), Dinosaurio Reload, Guatemala, Flacso, 2012.
[34] Declaración Testimonial de de Matilde Sub, 24-09-2012, “si primero se llevaron a mi esposo y después me violaron”…. eran cuatro soldados, “ abusaron también de mi suegra y de mi cuñada, a ellas las violaron también”
[35] Declaración Testimonial ante el Ministerio Público, de Rosa Tiul, 25-09-2012.
[36] Declaración de Rosario XO, 24-09-2012
[37]Declaración testimonio Margarita Chub, 26-10-2012. En éste testimonio aparte de mostrar el dolor de recordar los hechos y la violación sistemática se expresa signos de desprecio y racismo al decirle a la víctima que la violaban por “lledia”, en Guatemala el verbo de oler es sinónimo de lleder”
[38] Declaración testimonial de Doña Catalina Caal Rax, 24/09/2012
[39] Declaración de Prueba Anticipada de Catalina Caal Rax, 24-09-2012
[40] Declaración de prueba anticipada de Felisa Cuc, 26-09-2012.
[41] Declaración de Prueba Anticipada de Felisa Cuc, 26-09-2012. La hacienda San Miguel era propiedad de los Milla y ella reconoce a varios miembros de la familia durante el apresamiento y tortura de su esposo e identifica como el terrateniente Arturo Milla que iba vestido de soldado.
[42] CEH, Comisión de Esclarecimiento…, Tomo III, p.32.
[43] Consorcio Actoras de Cambio: La lucha de las mujeres por la justicia, Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales de Guatemala, Rompiendo el silencio. Justicia para las mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado en Guatemala, Guatemala: ECAP, UNAMG y F&G editores, 2006, pp. 16-17.
[44] Lo que más llama la atención en el caso del genocidio de Guatemala es la inmensa cantidad de violaciones a asesinatos perpetradas contra niños (18 por ciento), cuyo 43 por ciento correspondieron a ejecuciones arbitrarias, y que del total de las ejecuciones arbitrarias representaron el 20 por ciento. Solo en tres días en el Plan Sofía el militar, Mario Roberto Grajeda Toledo, reporta que durante los días 25,26 y 28 de julio de 1982 el ejército capturó a 91 niños, 73 niñas, 3 recién nacidos, 69 mujeres y 52 hombres, catalogados como FIL. Las formas de la ejecución de bebés, que fueron atravesados por palos, sus cuerpos quebrados vivos, estrelladas sus cabezas contra piedras o palos, ahorcados, quemados, golpeados contra el suelo. A esto se suma la cifra de los niños desaparecidos.
[45] Esta violencia se sigue expresando actualmente en el feminicidio llevado a cabo estos dos últimos años en Guatemala donde mueren más de dos mujeres al día y ya han sido asesinadas impunemente más de 500 mujeres, esta vez bajo la sospecha de que son prostitutas y mujeres de los miembros de las “maras”, sin que haya pruebas sobre ello. “Feminicidio en Guatemala”; en ABC dominical, Madrid, 11 al 17 de diciembre, 2005 y Sanford, Violencia y genocidio….
[46] Sobre este tema de la animalización del otro y de sus efectos en los casos de genocidio véase, D.J. Goldhagen, Peor que la guerra, eliminación masiva y continua agresión contra la humanidad, Madrid, Taurus, 2010
[47] Ricardo Falla, “Genocidio en Guatemala”, Tribunal Permanente de los Pueblos: Sesión Guatemala, Madrid: IEPALA Editores, 1984; Sanford, Violencia y genocidio…; CALDH, Genocidio, la máxima expresión del racismo, Guatemala: CALDH, 2004; Prudencio García, El genocidio de Guatemala, a la luz de la sociología militar, Madrid: SEPHA, 2005; Julieta Rostica, “Interpretaciones de la historia reciente y memoria colectiva. Guatemala y el proceso de democratización”, Daniel Feierstein (comp.), Terrorismo de Estado y Genocidio en América Latina, Buenos Aires: Prometeo, 2009.
[48] Otros trabajos colectivos realizados por hombres y mujeres mayas sobre este tema son los de OJ Káslik, Estamos Vivos, Recuperación de la memoria histórica de Rabinal (1944-1996). Guatemala: Museo Comunitario de Rabinal, 2003. op cit., Las mujeres Mayas de Kaqlá o los últimos trabajos de ECAP, Equipo de Estudios Comunitarios y de acción psicosocial, La tortura en Guatemala: Prácticas del pasado y tendencias actuales, , cap.VI,pp:177-186, Guatemala, FyG editores,2012.Linda Green, Fear as a way of life, Mayan widows in rural Guatemala, Columbia University Press, 1993.
[49] Testimonio y denuncia de JXA al Ministerio Publico, p.13.
[50] Denuncia Testimonio al Ministerio Público de PIR, p.14
[51] Carlos Paredes, Te llevaste mis palabras, (2006), op.cit., p.95
[52] Carlos Paredes, Te llevaste…. p.95.
[52] Ibid., p.98
[53] Peritaje de Irma Alicia Nimatuj, Sentencia de Juicio de Sepur Zarco, 26 de febrero,2016, p.102.
[54] Declaración de Prueba Anticipada de Carmen Xol Ical, 27-09-2012
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Fuente: Pacarina del Sur – http://www.pacarinadelsur.com/home/indoamerica/1436-procesos-de-justicia-y-reparacion-el-caso-sepur-zarco-por-violencia-sexual-violacion-y-esclavitud-domestica-en-guatemala-y-su-sentencia-paradigmatica-para-la-jurisprudencia-internacional – Prohibida su reproducción sin citar el origen.