Por: Sergio Valdés Pedroni*
Quiero precisar que Asturias no apartó su vida de la escritura y voy de la obra a la vida y de la vida a la obra. Una vida no explica una obra; en algo la ilumina, en algo la oscurece.
Para mí, la subjetividad, tanto en la creación como en la crítica de ésta, ejerce imperio eminentísimo. La subjetividad y el canto son una sola exactitud que me ha conducido a tormentas de la imaginación y de la memoria, a dudas y certidumbres. Y por la fuerza que engendran el canto y lo subjetivo, el poeta alienta en una Edad de Oro más lúcida y más alta que los mitos y, sin embargo, sigo creyendo que el proceso de la creación es cósmicamente misterioso.
El timbre peculiar de Asturias nace de París y de Chichicastenango y de la infancia en el barrio de la Parroquia en la capital de Guatemala, en su hogar, en la tienda de granos, en las historias de los arrieros. Fue sibarita, glotón, bebedor y de muchacho o adulto nunca durmió solo. Estuvo ahíto de hechicerías y de anécdotas y encerraba tanto arrabal y biblioteca que a él lo observé tanto como a sus novelas.
Me encanta en Hombres de maíz, tiempo sin historia, nebuloso y lunar, que todo ocurra en lo primigenio de un mundo sórdido y al propio tiempo que realiza al indio, lo surrealiza, exhibe su metafísica, su orgullo y su herida grandeza. Me encanta que no haya prédica, sociologismo, comentario patriótico, histórico, es neto, sin huella de ensayo, en lo mejor alejado del pensamiento racional de Occidente. No hay compromiso inmediato, ejemplaridad, didactismo y otros lastres mortales que han devastado a las novelas del género. Juzgo sobresaliente que ni los personajes ni los espacios son reales. Sus indios no existen sino en su novela.
No vivimos propiamente el dilema de dos culturas: la hegemónica ha casi despedazado la gran cultura indígena, y son las “ruinas” de la cultura indígena que puestas al día por los indígenas revolucionarios y por la propia cultura dominante, la que obliga a la creación de una cultura que, por todas las razones históricas y geográficas, se irá paulatinamente mestizando.
Nuestro nacionalismo o si se quiere nuestra identidad es estar abiertos a toda cultura, la cual no se opone al sentimiento inalienable de formar parte de un pueblo con su historia y sus guijarros, con nuestra propia infancia bajo un cielo donde por primera vez contemplamos las estrellas y el rostro de una niña en los cuales adivinamos confusamente la eternidad.
*(Luis Cardoza y Aragón. Miguel Ángel Asturias, casi novela. México: Ediciones Era, 1991. Páginas 17, 22, 27, 60, 114, 145)
**Escultura grandilocuente: Manolo Gallardo