Por: Jorge Santos
“El destacamento militar está en La Perla, Santa María Nebaj. El 4 de noviembre entraron a Saxibán. Ese día murieron mi mamá, mis seis hermanos, dos de mis sobrinos y mis dos cuñados. Por el Ejército perdí a 11 familiares. Mis sobrinos estaban muy pequeños. Ellos no le habían hecho nada a nadie”. Este es el testimonio de Tomás Chávez Brito durante el juicio por Genocidio y Deberes Contra la Humanidad realizado en el 2013 contra Efraín Ríos Montt. Este hecho junto a miles otros que dan cuenta del horror implementado a través de la política contrainsurgente por el ejército, hacen que en el país existan sobrevivientes que durante tres décadas han luchado por justicia y verdad con el objetivo de que dichos actos no vuelvan a ocurrir jamás.
Y es que con la captura de 18 militares en situación de retiro, acusados de los delitos de desaparición forzada y deberes contra la humanidad, el debate y discusión sobre el papel de las familias y víctimas del Conflicto Armado Interno absurdamente ha vuelto a revivir. Refiero lo absurdo del debate en la medida que el tema central no es la polarización de una sociedad dividida por otros factores, tales como la exclusión, la pobreza, la desigualdad y el racismo y no por la inagotable y digna lucha de las y los sobrevivientes por dignificar la vida de aquellos y aquellas que fueron víctimas del terror de Estado a través de que se les haga justicia.
Durante esta semana he conocido o he vuelto a encontrarme con estos y estas sobrevivientes, tales como Aura Elena Farfán o Blanca Contreras de la Asociación de Familiares Detenidos Desparecidos de Guatemala –Famdegua- o a Emma Theissen de Molina, Lucrecia y María Eugenia Molina Theissen quienes desde hace tres décadas buscan a quienes sufrieron por parte de las fuerzas de seguridad del Estado guatemalteco la desaparición forzada.
La lucha de estas dignas mujeres y hombres, se suman a las de miles de voces que claman por el aparecimiento de sus seres queridos, a quienes un día fueron arrebatados del seno familiar, social y comunitario que hoy les extraña. Son los hijos e hijas que con sus rostros en mantas, carteles, banderas nos recuerdan que ahí están presentes en nuestras luchas, pero que también les quisiéramos ahí a nuestro lado, demandando y exigiendo vida digna para todos y todas.
Tan sólo justicia, verdad y recuperación de la memoria histórica exigen las y los sobrevivientes de la violencia, el terror e ignominia que produjo la deshumanización de un grupo, que haciendo uso de la institucionalidad del Estado planificó, desarrolló y ejecutó la más cruel e inhumana de las políticas en el país. Son estos y estas sobrevivientes ejemplos vivos de lucha y dignidad que sin lugar a dudas serán nuestro referente para la construcción de otra Guatemala.
Fuente: La Hora