Por: Oswaldo Franco
Adriana Portillo-Bartow ha luchado por más de 35 años para esclarecer la desaparición de sus hijas, su papá y su esposa, una cuñada y su hermanita. La desaparición ocurrió el 11 de septiembre de 1981, en manos del ejército de Guatemala, tuvimos la oportunidad de platicar con Adriana, para que nos contara como vivió esos acontecimientos, pero antes queremos presentarles la historia de quien después de tanto tiempo busca justicia y guarda la esperanza de encontrar a sus hijas y familiares.
Nació en el Hospital Roosevelt ubicado en la ciudad capital de Guatemala el 22 de abril de 1953, es hija de Adrián Portillo Alcántara y Gloria Hernández de Portillo. Actualmente tiene 63 años y reside en Chicago, Estados Unidos. Está casada con Jeff Bartow, a quien conoció en Texas, mientras recibía clases de inglés “lo que pasa es que mi maestra me dejaba tareas y yo hacía ensayos y escritos acerca de Guatemala, de los derechos humanos y del marxismo. Sin que yo supiera, le hacían llegar los documentos a Jeff, y un día llegó a la clase y preguntó si alguien quería hablar de marxismo, entonces levanté la mano y allí comenzó todo”. Tuvo cuatro hijas en su primer matrimonio en Guatemala, las dos más grandes desaparecieron durante el conflicto armado interno, las otras dos también viven en Chicago, una de ellas tiene dos hijas.
Ella trabajó para Amnistía Internacional, y cuidando a niños con VIH y adicciones a las drogas. Además fue directora de un programa en una cooperativa de jóvenes que tenían problemas legales o eran perseguidos en Estados Unidos.
Entrevista
Oswaldo: Hablemos un poco de su papá y su familia ¿el nació en El Salvador?
Adriana: Mi papá nació en El Salvador, quedó huérfano a los 8 años por lo que se crió en las calles. Siempre fue pobre y vendía fruta congelada o helados para sobrevivir. Aprendió a leer a los 18 años, se dedicó a educarse, siempre fue autodidacta. Se involucró en política no partidista, siempre fue un revolucionario. A los 23 años trabajó en el Banco Inmobiliario de El Salvador, era el encargado del aire acondicionado y la parte eléctrica del lugar. Hubo un corto circuito o algo parecido que interrumpió las operaciones del banco no sé por cuánto tiempo y por esta razón tuvo que huir de El Salvador. Viajó por muchos lugares, Panamá, México y Estados Unidos.
Cuando logró regresar a El Salvador, tuvo que cambiar de identidad y llamarse Roberto García Gómez para no ser descubierto. Aunque más adelante logró recuperar su nombre Adrián Portillo Alcántara. El le llevaba 24 años a mi mamá, se conocieron, vivieron juntos y luego de esto se casaron.
Por sus actividades políticas salió nuevamente de El Salvador, pero en esta ocasión fue a través de la embajada mexicana, y se situó en Guatemala. Mi papá no tenía educación formal, entonces en Guatemala para ganarse la vida, se convirtió en vendedor ambulante y viajaba al interior del país vendiendo fotografías pintadas a mano. Se convirtió en un vendedor profesional. Cuando yo tenía 8 años, él consiguió trabajo en la Previsora, una aseguradora, y se fue a Escuintla a ser gerente de una sucursal. En Escuintla vivimos 5 años, luego él consiguió trabajo en Funerales Galloso, por lo que fue transferido a Jutiapa a abrir una sucursal en ese lugar. Allí llegué yo de 12 años, por eso yo siempre digo que soy de Jutiapa y allí terminé de crecer, me casé y allí tuve a mis hijas.
Es interesante saber cómo él de no tener nada llegó a tener mucho dinero, sin embargo cuando mi mamá se enfermó de cáncer el vendió todo para poder salvarla, sin embargo 4 años después de ser diagnosticada falleció.
Luego de esto mi papá se regresó a Guatemala, vivió en Mixco y luego se fue a El Salvador nuevamente. Cuando regresó a Guatemala, ya venía casado otra vez. En Jutiapa nació mi hermanita, Almita. En este momento fue que se involucró en el movimiento revolucionario, junto a mis hermanos.
Oswaldo: ¿cómo era su relación con el?
Adriana: Yo era la niña de sus ojos, (esboza una sonrisa), yo crecí muy apegada a mi papá, ya que decían que yo era la que más se parecía a él. Al contrario de la relación que tenía con mi mamá ya que ella venía de una familia importante de El Salvador.
Mi mamá era una persona religiosa, aunque cuando la recuerdo, ella era una mujer que todavía estuvo buscando algo más, sus aspiraciones eran distintas. Perteneció a diferentes iglesias, mientras mi papá era ateo. De él aprendí que no existía Dios, y a pesar de mi corta edad, recuerdo que teníamos conversaciones muy profundas. Yo soy lo que soy en gran medida, gracias a mi papá.
Actualmente, de los hijos e hijas sobrevivientes yo soy la única que sigue activa políticamente. Mis hermanos son muy conscientes, aunque yo me imagino que ellos nunca pudieron superar lo que ocurrió en nuestra familia.
Yo en Chicago tuve la oportunidad de ser tratada por psicólogos y psiquiatras, que me ayudaron a aprender a vivir con lo ocurrido, y no creo que ellos hayan tenido esa oportunidad, sin embargo hay uno que vive en Philadephia que trabaja con los desposeídos de este país.
Oswaldo: ¿Cómo se involucró (Don Adrián) en la militancia sindicalista?
Adriana: En el Salvador él ya pertenecía a la organización sindical. Cuando regresó de El Salvador después del terremoto fue cuando él se involucró en el Movimiento Revolucionario Clandestino. Mi familia, de hecho, perteneció a la Organización del Pueblo en Armas –ORPA-, buscábamos una Guatemala con justicia, con equidad, donde todos tuvieran acceso a la educación, salud, trabajo, vivienda. Una Guatemala donde se respetaran y se implementaran los derechos humanos.
Cuando mi papá llegó a Jutiapa, mi ex esposo, uno de mis hermanos y yo ya estábamos involucrados en el movimiento revolucionario. Cuando mi mamá murió y mi papá quedó solo con sus hijos varones, todos estaban desolados, ya que mi mamá era el eje de todo; mis hermanos se volcaron al alcohol y las drogas y sufrieron mucho.
Oswaldo: Usted tuvo 7 hermanos ¿Cómo era su relación con ellos?
Adriana: Yo traté de tener una relación cercana a mis hermanos, ya que entendía por qué se habían perdido. Ellos trabajaron como albañiles, siendo niños y adolescentes, para así ganar dinero y ayudar a mi papá. Recuerdo que ellos llegaban a Jutiapa a quedarse conmigo, nunca los discriminé por tener problemas de drogas o alcohol siempre hubo una cercanía con ellos.
Carlos mi hermano menor tuvo problemas con el alcohol y drogas, cuando él era niño tuvo un amigo muy querido que era abogado. Recuerdo que ese amigo lo encontró en un bar, completamente borracho y me dijo que se iba a llevar a Calin (como le decían cariñosamente) a Guatemala “lo quiero rescatar.” No tengo entendido si lo metieron a un centro de rehabilitación o el hecho de involucrarlo al movimiento revolucionario, logró que cambiara, pero en 6 meses él fue seguridad de Gaspar Ilom, comandante de la ORPA y así murió en Vista Hermosa, protegiendo a Gaspar Ilom, para que él pudiera salir con vida.
Oswaldo: Su papá enviudó y luego contrajo matrimonio con Rosa Muñoz, ¿le dio gusto que su papá rehiciera su vida?
Adriana: Al principio no me caía bien Rosy. En primer lugar porque era muchísimo más joven que mi papá, a mí me molestó eso. Me era muy difícil creer que una mujer tan joven amara a mi papá y no me gustaba para nada. Pero una vez que yo visité a mi papá en la capital, ya con Almita, recuerdo que mi papá nos compró una botella de vino y nos la dio para que platicáramos (Con Rosa). Y ella me confesó que le dolía mucho el desprecio, que ella no era una mujer aprovechada, que mi papá no tenía dinero, que ella era huérfana de madre y que encontró en él, el amor que ella siempre necesitó. Lo amaba y lo respetaba y quería que nosotros estuviéramos seguros que ella estaba con mi papá por amor.
Oswaldo: ¿Cuántos hijos tuvo tuvo usted?
Adriana: Tuve 4 hijas, todas de mi primer matrimonio.
Oswaldo: ¿cómo eran sus hijas? hablemos de la mayor de Chagüita.
Adriana: Físicamente era de piel clara, ojos verdes, pelo castaño claro, delgada. Ella salió a la familia de mi mamá. Su personalidad era muy callada y tímida, tenía sentido del humor. Era muy cercana con Glenda porque solo se llevaban un año de diferencia y la gente pensaba que eran gemelas. Le encantaba la canción Chiquitita de Abba, era frágil emocionalmente.
Adoraba a su abuela, ya que ella fue la primera niña que nació en la familia en 25 años. Por sus características físicas, la gente me decía que no era mi hija. Ya que ella no tenía rasgos indígenas.
Oswaldo: ¿Y Glenda?
Adriana: Era igual que el resto de mis hijas de descendencia afroguatemalteca, pues heredó de la familia de mi ex esposo. Morena, de pelo colocho, ojos café, era grande y fornida. Era muy extrovertida. Le encantaba y bailaba el Noa noa de Juan Gabriel. Era muy curiosa.
Oswaldo: ¿alguna vez le compartieron que querían ser al crecer?
Adriana: Éramos muy pobres y realmente no hablamos de un futuro para ellas, nuestras aspiraciones eran que sacaran primaria, secundaria y luego de eso pensar quizá en otra cosa. Pero no recuerdo hablar con ellas de sus sueños, porque todo era pobreza. Vivíamos para ese día.
Oswaldo: ¿Ellas cómo eran en los estudios?
Adriana: Chagüita tuvo que repetir cuarto grado, me imagino que por su timidez. Glenda era muy buena estudiante, ambas estaban en cuarto grado cuando desaparecieron.
Oswaldo: ¿qué hacían para divertirse, con que jugaban?
Adriana: Como éramos pobres no podíamos comprar bicicleta, patines o algún juego. Y aunque hubiésemos tenido no me gustaría el comprarle muñecas, no quería que aprendieran a ser amas de casa, ni mamaás, sino que se desenvolvieran.
Había un grupo de al menos 10 niños con los que jugaban en las calles. Se colgaban de los árboles, jugaban en los ríos, bajaban mangos a pedradas, pasaban mucho tiempo con su abuela. Algo que me da mucha risa es que ellas sin conocer a la persona, si veían una caravana por un entierro, ellas se iban hasta el cementerio y al regresar pasaban compartiendo y comiendo con los familiares de los difuntos y luego pues ya llegaban a la casa.
Oswaldo: Usted tuvo otras dos nenas más pequeñas, ¿le preguntan por sus hermanas?
Adriana: Al principio sí, pero les tuve que inventar, para ellas y para mí, que ellas se habían ido a México a vivir con su abuelo, y cuando me preguntaban si teníamos fotos, les decía que sí, pero que eran un tesoro y no las podíamos ver. Fue hasta que nos fuimos a Texas, cuando había muchos medios de comunicación y personas esperándonos, que yo pude aceptar lo que había pasado y que mis nenas se enteraron de la verdad, lo que fue un golpe muy duro para ellas.
Oswaldo: ¿qué es lo que más recuerda de las pequeñas?
Adriana: Que eran muy unidas a pesar de ser tan diferentes. Las educamos para ser personas muy conscientes y que conocieran la realidad del país.
Oswaldo: Entiendo que la última vez que vio a sus hijas fue en Jutiapa el 10 de septiembre de 1981. ¿Cómo recuerda ese momento?
Adriana: Triste, no sé cómo explicarlo, obviamente no sabía que es lo que iba a pasar, pero fue muy rápido, mi papá tocando la bocina para que ellas se apuraran y yo pues me despedí de lejos, un medio abrazo y se fueron. Recuerdo que las vestía igual, llevaban unos vestiditos blancos con flores rojas. Tenían tirantes y les llegaban hasta las rodillas. Zapatos color café y calcetas blancas, es el último recuerdo que tengo de ellas, salieron corriendo y ya no las volví a ver.
Conozca más sobre la historia
https://prensacomunitaria.org/adriana-portillo-y-la-desaparicion-forzada-de-su-familia-segunda-parte1/