Los fondos de la “cooperación” y la crisis de solidaridad, una reflexión necesaria

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Créditos: Alfonso Porres – Luciérnaga
Tiempo de lectura: 2 minutos

Por Alfonso Porres – Luciérnaga

Hace algunos días platicábamos sobre la crisis de los fondos de cooperación que en décadas anteriores permitió el desarrollo de varias iniciativas, en el campos social, cultural, económico y de derechos humanos. Con estos fondos se ayudó a la sobrevivencia de un número importante de sectores sociales comprometidos, tanto en su cotidianidad y sobrevivencia.

Con la actual la falta de fondos, una serie de iniciativas, proyectos y organizaciones dejaron de funcionar de la noche a la mañana. Todo ello debido a que hicieron de los fondos de la cooperación el eje de su sobrevivencia.

Quienes han logrado sobrevivir, han entrado en un sin número de competencias por el acceso a financiamientos. Cuando había fondos la falta de coordinaciones entre instituciones se daba por protagonismos y celos de proyecto, ahora en buena medida son en función de la pura y llana sobrevivencia. Esto ha generado todo tipo de actitudes, desde la ejecución excelente de los proyectos, hasta la descalificación de la “supuesta competencias”, así como sobornos de todo tipo, económicos y políticos con funcionarios que toman decisiones en relación a este aspecto.

Lo que antes era un cabildeo se ha convertido en proceso de negociación, en algunos casos bastante cuestionables, ya que se asumen agendas que no necesariamente eran las originales, sino se asumen temas para las que hay fondos. En algunos casos la cooperación ha priorizado financiar instituciones más estables como las iglesias, municipalidades, universidades privadas e incluso el Estado con toda su cuestionable corrupción.

Sin embargo, el problema no es ocasionado en su totalidad por los fondos de la cooperación y la crisis del sistema, hay gran responsabilidad de quienes no supimos desarrollar una estrategia económica alternativa e innovadora, que hiciera sostenible los proyectos y que supliera no solo los fondos de la cooperación si no además su agenda política, algunas abiertamente relacionados a lo que llaman apoyo a la responsabilidad social empresarial.

Nunca se pensó en la posibilidad coordinada de producir bienes y servicios que hicieran rentable los procesos desde las organizaciones, las pocas propuestas que surgieron fueron desde iniciativas puntuales, reproduciendo los criterios del sistema, que es entrar en competencia con las empresas existentes. O bien son pequeñas islas sin incidencia social necesaria.

La mayoría de las organizaciones no contemplamos la posibilidad de encontrar procesos económicos paralelos o alternativos, que cubrieran todos los ámbitos del trabajo social y político, aún cuando quizá se tuvo la posibilidad de hacerlo. Ya que hay trabajo que puede ser sostenible desde las comunidades, pero se descuidó enormemente la posibilidad de un mercado paralelo con criterios de una economía ética, que permitiera no solo la posibilidad de la sostenibilidad si no el crecimiento de nuevos paradigmas de intercambio y consumo. Formas de relacionamiento basadas en la equidad, el respeto al medio ambiente y el consumo responsable. Aunque hay iniciativas invaluables.

Las crisis en ese sentido podrían ser positivas, pues nos obligan a repensar los procesos y a establecer nuevos acuerdos. Es necesario retomar la solidaridad que ha movido gran cantidad de nuestra relaciones y acciones. Deberíamos de pensarnos desde otra lógica y ver cuanto podríamos aportar desde nuestros respectivos nichos y pensar nuevas formas de economía ética y de relacionamiento.

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