Este es el relato de las emociones de las mujeres valientes que pusieron el cuerpo, la voz y su memoria en la sala de tribunales un 10 de mayo de 2013, cuando el país entero, el mundo y sobre todo las mujeres que clamaban justicia, escucharon la histórica sentencia por genocidio.
Por Quimy De León
Eran las tres de la tarde cuando entré a la sala de vistas de la Corte Suprema de Justicia. Estaba llenísima de gente, eran cientos de personas, ni siquiera puedo decir cuántas. Había luchadoras sociales de toda la vida, también jóvenes, muchas de ellas provenientes de diferentes puntos del país; había presencia de comunicadores sociales, periodistas tanto nacionales como prensa extranjera; también hubo familiares de militares que vociferaban mensajes de odio. Había tanta tensión que hasta se podía oler y tocar.
Al entrar en la sala, me encontré con amigas, con quienes nos hemos acompañado y coincidido en esta lucha que es la vida y es de toda la vida; entonces me sentí más tranquila, segura de que todo esto es mucho más fácil si caminamos juntas.
Las mujeres y hombres del pueblo Ixil, con su presencia nos regalaron la posibilidad de entender cómo se teje delicadamente y con paciencia el rojo con verde, blanco, rojo, azul, morado y amarillo que es la fuerza de la memoria llena de voces, silencios, dolor, lágrimas, insomnios, sueños, convicción, paciencia y dignidad que no olvidaremos jamás.
Había mucho calor, la tierra acababa de temblar y las nubes grises que cubrían el Palacio de Justicia y la torre de tribunales anunciaban que pronto vendría algo más que lluvia. La tierra estaba lista para recibirla y nosotras también.
Eran muchas expectativas de lo que ocurriría, nerviosismo, ansias y esperanzas. Aunque deseábamos y sabíamos que se haría justicia, también había temores y dudas; hay un dicho que siempre repetimos, que en Guatemala se han visto muertos acarreando bultos, es decir que puede pasar cualquier cosa. Y es que, como es común, circulaban muchos rumores acerca de que la defensa de los dos militares juzgados, interrumpirían y evitarían que se dictara sentencia, que moverían su poder, que aparecerían con un papel que lo arruinaría
Cantar en la sala “aquí no lloró nadie, aquí solo queremos ser humanos…” fue como una pomada que lavaba las lagrimas que poco a poco nos permitirán descansar, detenernos un poco para seguir y tomar más fuerzas.
Reafirmar que hubo Genocidio es un reconocimiento de dignidad para quienes entregaron su vida y para quienes la dedican a dignificarles. No era alegría lo que sentía, era tristeza, dolor, eran recuerdos, era un poco de tranquilidad, era un poco de justicia.
Pero también rabia de saber que en este mismo momento se continua justificando el uso de la violencia estatal para imponer el modelo económico que acumula riqueza; y que para hacerlo pareciera que no están dudando en repetir los mismos actos que hace treinta y un años.
Hoy en mi país hay miles de personas amenazadas por la presencia patriarcal, autoritaria y violenta de empresas y ejército; decenas de personas presas y perseguidas políticas, existe represión y militarización Hablo de los hechos ocurridos el 9 de mayo en Barillas y San Mateo Ixtatán, el estado de sitio en cuatro municipios del país, las comunidades desplazadas como la del Centro Campesino en Petén y decenas de personas asesinadas como Daniel Pedro por decidirse a defender la vida, el agua y el territorio, que amenazan empresas nacionales y trasnacionales con el apoyo del gobierno.
Todos ellos acostumbrados a manejar el país, las leyes y a la población, principalmente a las mujeres y a los pueblos indígenas, con impunidad y por la fuerza.
Desataron una campaña de terror, chantaje, manipulación y criminalización misógina y racista, hacia las mujeres como la Jueza Jazmín Barrios, las valientes mujeres ixiles que denunciaron las atrocidades cometidas en su contra como la violencia sexual, las feministas, defensoras de derechos humanos y de los pueblos indígenas, mujeres indígenas, mujeres de izquierdas, periodistas de Guatemala y de otros países -estas últimas señaladas de financiar y promover el juicio por genocidio.
Por los testimonios de las mujeres ixiles y peritas que analizaron los crímenes en contra de ellas y otras miles que no pudieron expresarse en este juicio, quedó clara la amenaza que han significado las mujeres para quienes han ostentado el poder y la intención de someternos hasta el exterminio.
Una mujer que piensa y habla siempre ha sido una amenaza. En este caso la sienten desde sus estructuras de poder más profundas, por lo tanto este juicio podemos considerarlo también un avance en la lucha contra el patriarcado.
Creo que inicia una etapa en nuestras luchas en donde debemos reflexionar la historia y la memoria también desde la perspectiva feminista, evidenciar los crímenes de odio desde los cotidianos hasta los estructurales y garantizar que no queden impunes, nunca más.