Soñaba con ser docente de segunda enseñanza y viajar por el mundo. Sabía que para superar la condición de pobreza de la familia era fundamental que todos estudiaran y siempre se lo decía a sus hermanas y hermanos, a los mayores y a los menores: “si no se superan, Guatemala no va a cambiar”, Salomón Estrada.
Por Luis Ovalle
En mayo de 1984 el proyecto contrainsurgente daba pasos agigantados para consolidar su estrategia. En lo político, los partidos se encontraban en plena campaña electoral para elegir a quienes integrarían la Asamblea Nacional Constituyente; las elecciones serían dos meses después. Era la imagen, nacional e internacional, del cambio hacia la democracia, el regreso a la institucionalidad; pero, al mismo tiempo, en lo militar, la maquinaría de muerte de la inteligencia del ejército recorría cada palmo de las ciudades del país, principalmente de la capital, para acabar con la guerrilla urbana. Mayo cobró la vida a decenas de militantes revolucionarios.
El Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), una de las principales organizaciones de trabajadores del país, anunció desde finales de abril, que no desfilarían el 1 de mayo “Día del Trabajo”, debido a la ola de represión. Varios líderes habían sido secuestrados y asesinados. El gobierno, en cambio, anunciaba actividades gratuitas, en el estadio nacional, entonces conocido como “Mateo Flores”, en ocasión de esta efeméride, afirmaba: “el gobierno del general Mejía Víctores respeta la libertad sindical”.
Para el CNUS, sin embargo, era evidente que se registraba una ola de violencia contra el sector laboral, con el objetivo de “destruir a las organizaciones sindicales”. Denunciaba el secuestro del secretario general de la Industria Centroamericana de Vidrio, CAVISA, unos meses antes, así como el asesinato de Santiago López Aguilar, asesor laboral, luego de haber sido secuestrado. (El Gráfico, 1 mayo de 1984).
Pero, además, como una maléfica intención, se concretaba un intenso operativo en contra de militantes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). El 15 de mayo sería un día de “cacería” para las fuerzas castrenses. Varios revolucionarios fueron capturados. Nunca más se supo de ellos.
“El olor fuerte de su sudor, el último recuerdo de mi hermano”
Félix se levantaba todos los días a las 6:00 de la mañana y salía a correr, del barrio La Reformita, donde vivía, al Aeropuerto “La Aurora”. Iba y regresaba (unos ocho kilómetros ida y vuelta), se bañaba y se cambiaba. Su mamá preparaba algo para que comiera, podía ser un plato de frijoles, una tortilla con queso, o tal vez un huevo, si la economía familiar lo permitía. Luego salía a sus actividades laborales, pero también clandestinas.
Ese día, Félix Estrada Mejía regresó de su recorrido matutino. Se bañó, se cambió, pero su mamá no regresaba de la tienda. Tomó su playera empapada de sudor y la lanzó a la cara de Salomón, su hermano menor, que aún dormía. Éste se molestó y luego de reclamarle se cubrió la cara y se volteó. Félix sonrió y le dijo: Le decís a mi mamá que ya no la pude esperar. Me tengo que ir.
A Salomón se le iluminan los ojos al recordar aquel día. Aquel fatídico 15 de mayo. Nunca me tiraba su ropa mojada, pero ese día lo hizo. Sentí el olor fuerte de su sudor y eso me molestó. “¿Quién iba a decir que ese sería el último recuerdo de mi hermano? ¿Cómo iba a saber que sería el último que lo vería vivo?”.
“Sí, yo fui el último que lo vio. Se puso un pantalón de vestir, color gris. Los zapatos de gamuza, que tanto le gustaban. Una camisa blanca, tipo polo, con una parte roja a la izquierda del pecho y una azul a la derecha, así como la chumpa beige, que en ocasiones yo le tomaba prestada”, señala Salomón.
Su niñez y toma de conciencia
Félix Estrada Mejía nació el 17 de septiembre de 1958. En mayo, cuando se registró su desaparición forzada, tenía 25 años. Debido a las condiciones económicas de su familia empezó la educación primaria a los nueve años, a la misma edad que se vio en la necesidad de trabajar como panadero, oficio que en aquellos años implicaba mucho sacrifico y fuerza física: entraba a las 6:00 de la tarde y salía al otro día, a las 6:00 de la mañana. Lo primero que hacía era recibir la leña y jatearla; luego encendía el horno y preparaba los bolillos. Al regresar a su casa solo dormía un par de horas.
Antes de cumplir doce años pasó a trabajar en la albañilería. Fue en este trabajo que tuvo su primer contacto con la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), al participar en la construcción del edificio de Rectoría.
Su conciencia de obrero la fue desarrollando de forma simultánea, en su trabajo, donde sufrió en carne propia la explotación, pero también en la escuela, con su maestro de primaria, quien para entonces ya militaba en el PGT. A Félix le gustaba dibujar. Le encantaba el claroscuro a lápiz y esa fue la forma como el maestro se acercó más a él. Luego le fue dando documentos, para que leyera, sobre la alianza obrero campesina.
Pero, además, su papá fue líder sindical y aunque no activó totalmente, sí participó en algunas actividades, en las que de alguna manera involucró a Félix. Preparaban pegamento con yuquía (engrudo) y salían por las noches a pegar propaganda.
Desde muy niño le gustó la lectura. Llevaba libros y folletos a la casa, con lo que empezó a hacer su biblioteca. “Mi mamá se dio cuenta que le gustaba leer, por lo que le compraba manojos de candelas, para que leyera por las noches”, recuerda su hermano.

Era un niño diferente que asumió responsabilidades de adulto, pero que además tenía una visión de futuro. Soñaba con ser docente de segunda enseñanza y viajar por el mundo. Sabía que para superar la condición de pobreza de la familia era fundamental que todos estudiaran y siempre se lo decía a sus hermanas y hermanos, a los mayores y a los menores: “si no se superan, Guatemala no va a cambiar”.
Félix era el tercero de seis hermanos: cuatro hombres y dos mujeres, pero era él quien hacía las compras de la casa. Con su dinero llevaba a su mamá a los mercados de La Terminal o del Guarda; a sus hermanos los motivaba a jugar pelota en los campos del Cejusa y por las noches, a jugar Luisa, damas o ajedrez. A veces, ya casi a media noche, los invitaba a todos a descansar. Era jovial y tenía muy buena relación con toda su familia, aunque no era meloso.
Le gustaba celebrar los cumpleaños y pedía a su mamá que preparara un caldo de pollo. Era el almuerzo de celebración. El compraba la comida, pero además su mamá hacía las tortillas. Para Navidad, en cambio, el platillo especial era una carne asada. Organizaba todo; hacía las compras y disfrutaban en familia. A la media noche, donde quiera que estuviera, corría a su casa para compartir el abrazo, aunque después se volviera a ir.
Sus estudios básicos y diversificado los hizo en la Escuela Normal Central para Varones, donde rápidamente asumió liderazgo. Era un agitador nato y si no había una tarima, para tomar la palabra, se subía a las puertas, desde donde coreaba las consignas y llamaba a la juventud a tomar una posición beligerante.

Un pequeño radio Philips, para escuchar noticias
La condición de clase de Félix lo llevó a alejarse del consumismo lo más que pudo, aunque sí le gustaban los zapatos de gamuza Hush Puppies, comprarse un pantalón original Levi’s y las camisas tipo Polo. En esos años trabajó como guardián en un edificio de oficinas que estaba en la 12 calle y 3ª avenida de la zona 1. En ocasiones lo acompañaba Salomón, quien recuerda que caminaban desde la 18 hasta la 12 calle, por toda la sexta avenida. De noche, desde el edificio que cuidaba, se veían los grandes anuncios luminosos de reconocidos almacenes de la época: Micerinos, La Lectura, Wrangler.
Más que como un gusto, como una necesidad, el joven revolucionario se compró un pequeño radio de transistores, marca Philips, donde escuchaba los noticieros: El Independiente, de Radio Nuevo Mundo; Guatemala Flash, de Radio Fabulosa. Y ponía a sus hermanos a escuchar los combativos editoriales de valientes periodistas, que también fueron blanco de la represión, secuestrados y asesinados. “Escuchen, nos decía, entérense de lo que pasa en Guatemala”, rememora Salomón.
Pero también le gustaba oír música, la radio Ciros, principalmente, que tenía programación durante toda la noche. Le gustaba un poco de música en inglés, pero más en español.
Tiempo después, del PGT le regalaron una radiocasetera que tuvo que reparar y consiguió música de protesta y trova: Silvio Rodríguez, los Guaraguao, los Mejía Godoy, Víctor Jara, Mercedes Sosa. Esa música lo marcó en su pensamiento revolucionario.
Los hechos sociales que lo cambiaron
A sus 19 años, en 1977, vivió acontecimientos que modificaron la situación política y social del país. La represión selectiva se intensificó ese año. A finales de julio fueron asesinados Aníbal Leonel Caballeros, vicepresidente de la Asociación de Estudiantes del Instituto “Rafael Aqueche” y Robin García, dirigente de la Universidad de San Carlos de Guatemala, lo que motivó intensas jornadas de lucha por parte del estudiantado de secundaria, aglutinado en la Coordinadora de Estudiantes de Educación Media (CEEM) y en la USAC, pero también de todo el movimiento popular guatemalteco.
En noviembre de ese año, con orientación del partido, abastecieron a los mineros de San Idelfonso Ixtahuacán, Huehuetenango, en la caminata realizada durante nueve días hasta la ciudad capital. Los obreros demandaban sus derechos, entre ellos, constituirse en sindicato. Félix apoyó en la entrega de alimentos cuando ingresaron por la Calzada Roosevelt.
En octubre de 1978, cuando fue asesinado Oliverio Castañeda de León, secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), también estuvo ahí. Félix llegó llorando a su casa. “Hoy estoy muy triste por la pérdida de Oliverio”, dijo. Puso sus velas y siguió metido en ese tremendo golpe que había recibido el movimiento estudiantil.
En los años siguientes cambió su personalidad. Se volvió más serio, más maduro. Más cuidadoso con sus actividades revolucionarias, pero nunca perdió la solidaridad, mucho menos el amor a su familia.

A principios de mayo de 1984 le dijo a su mamá que quería celebrar el Día de la Madre y de paso, el cumpleaños de Salomón. “Mi cumpleaños es el 19 de mayo, pero quería aprovechar”, recuerda Salomón. Era el tradicional caldo de pollo. Desde ese 10 de mayo estuvo todos los días en la casa.
Su mamá también tenía sus rutinas diarias. Se levantaba temprano, barría la entrada y regaba las flores. Hasta entonces iba a la tienda. Ese 15 de mayo se atrasó y fue un poco después a hacer sus compras. Cuando Félix regresó de su rutina deportiva, se bañó y se cambió. Ella no había regresado, por lo que le pidió a Salomón que le dijera que había tenido que irse.
“Ese dolor lo llevó siempre mi mamá”. Le dolió mucho no haber podido prepararle algo de comida ese último día. Salomón se fue a estudiar como todos los días, pero al regresar se sentía un ambiente diferente, extraño, recuerda. A eso de las 7:00 de la noche, su mamá ya presentía algo: “Mirá, mijo, a Félix le pasó algo”, le dijo. Las 8:00, las 9:00, las 10:00, las 11:00 de la noche; 16, 17, 18 de mayo y ella seguía esperando.
Se llevaba a Salomón a caminar por la avenida Bolívar; entraban a los bares. Tenía la esperanza de encontrarlo bebiendo. Le habría dolido menos. Pero nada. Con el tiempo iba a las paradas del Guarda, de la Avenida Bolívar. En ese tiempo eran lugares muy concurridos. Había transporte las 24 horas hacia las colonias más populares y combativas del área: Guajitos, Eureka, Nimajuyú.
Félix tuvo la oportunidad de viajar a otros países, como lo había soñado, enviado por el PGT. Fue a Cuba y a Rusia. En este último país adquirió un reloj Bulova, muy elegante, pero después le falló la cuerda. Unos días antes, Salomón se lo mostró a un amigo que arreglaba todo. “Qué bonito reloj, a ver”, le dijo. Un rato después se lo devolvió “Ahí está esa tu babosada, ya camina”. El 14 de mayo, por la noche, Salomón se lo enseñó a Félix: “Mirá” y este, contento se lo arrebató y se lo puso. Al día siguiente también lo llevaba puesto.
Su desaparición física y su legado
Mi hermano murió por amor a la vida, no la suya, sino la de todos y todas. No escatimó esfuerzos en su lucha. Conocía el costo, sabía que estaba cayendo, como miles de estudiantes, profesionales, obreros, campesinos, amas de casa. Félix, a pesar de la pobreza y de sus responsabilidades a temprana edad, tuvo una bonita niñez. Jugó futbol en la calle con pelotas hechizas, plásticas, practicó natación, subraya Salomón.
Haberlo visto por última vez me hizo adquirir un compromiso de lucha por su dignidad. Las nuevas generaciones deben saber quiénes fueron estos jóvenes y por qué derramaron su sangre.