Las trojes son antiguos graneros que conservan algunos abuelos de San Juan Comalapa para el resguardo de la cosecha de maíz y las semillas nativas destinadas a la siembra del siguiente ciclo agrícola. Con esta práctica, buscan mantener viva la agricultura, como un acto de respeto y agradecimiento hacia la tierra.
Por Joel Solano
Durante generaciones, los abuelos han sido los cuidadores de las semillas nativas, principalmente las del maíz, un grano que es la base de la alimentación de los pueblos.
Sin embargo, en la actualidad son pocos quienes aún preservan las trojes, esos antiguos graneros donde se almacenaban las mazorcas de maíz. Este sistema, utilizado para proteger las semillas destinadas a la siembra del siguiente ciclo agrícola se está perdiendo en la vorágine de los tiempos modernos.
La creación de trojes surgió como una necesidad de los abuelos, impulsada por el deseo de agradecer por las cosechas obtenidas durante el año. Para ello, era fundamental contar con un espacio seguro donde salvaguardar el alimento, asegurando así la continuidad de la siembra y, con ello, la supervivencia de las comunidades.
El abuelo Santiago Sarech, del pueblo Kaqchikel de la cabecera municipal de San Juan Comalapa, Chimaltenango, y agricultor con 80 años de edad, nos relata que antes de construir un troje era esencial arrodillarse ante el dueño del universo para pedir permiso. Este acto representaba una forma de respeto y agradecimiento que los abuelos mantenían con devoción.
Además, como parte del ritual se sacrificaba un gallo criollo, dejando su cabeza sobre el maíz con la intención de asegurar la abundancia de granos en la troje. “Algunos también colocaban una piedra en el centro del troje para que siempre hubiera abundancia, tal como lo hacía mi padre, Simeón Sarech”, recuerda Santiago.
Antes, las trojes eran elaborados de caña que dejaba la milpa seca, otros utilizaban palos rollizos que iban a buscar a los bosques para realizarlas, y quienes tenían dinero mandaban a construir estructuras con un carpintero. Y así asegurar el resguardo del maíz.
Santiago Sarech explica cómo se realizaba la selección de semillas de maíz en tiempos pasados. “Antes, la elección de las mejores semillas se hacía en el campo, donde la mayoría secaba sus cosechas en el monte. Desde ahí, seleccionaban cuidadosamente las semillas que garantizarían una cosecha próspera. Hoy en día, la selección se ha trasladado a los hogares, donde el maíz se seca y se guarda con esmero hasta que llega el tiempo de la siembra”, relata.
El proceso comienza con la selección de las semillas, un acto sagrado que incluye la bendición ante el nawal Q’anil. Esta bendición busca asegurar la abundancia y sanidad de la milpa. Los agricultores que se preparan para sembrar el maíz sagrado deben iniciar un proceso de purificación 40 días antes, eligiendo con cuidado ciertos alimentos y bebidas, y practicando la abstención sexual.
El día de la siembra, se enciende una veladora y se quema incienso al centro del terreno, simbolizando el ombligo del área de cultivo. En cada mata, se colocan cinco granos de maíz, representando los cuatro cosmos, los cuatro elementos de la vida, y el quinto grano, que simboliza el centro, donde se equilibra y coordina la energía.
Era fundamental, explicó el abuelo Santiago, que “al desgranar el maíz para la semilla no se retirara toda la mazorca. Se debía dejar una parte en la parte superior, ya que los granos de arriba son más pequeños y se seleccionan los granos grandes para asegurar que la planta sea más fuerte. Los granos pequeños que quedan son más débiles. Además, el xilote de la mazorca no se quemaba”.
El abuelo también dijo que no se quemaba porque tenía un secreto sobre el motivo, razón por la cual los ancestros llevaban el xilote de nuevo al campo para que se descompusiera naturalmente en el suelo.
Asimismo, compartió una tradición relacionada con la siembra, “cuando se iba a plantar el maíz, se llevaba un plátano grande y se colocaba sobre las semillas. Este gesto se hacía para que las mazorcas crecieran grandes. Al finalizar la siembra, el plátano se compartía entre los compañeros, especialmente si se contaba con la ayuda de un asistente en la tarea”.
A sus 80 años, el abuelo Sarech, nos cuenta de sus dos trojes, construidas en 1969, donde resguarda las mazorcas de maíz. Tenían la capacidad para almacenar unos 80 costales de mazorca cada uno, han sido testigos de 55 años de tradición. Él aún conserva estos espacios para proteger el maíz y sus semillas, conocidas como Ija’tz en el idioma Kaqchikel.
Los colores de maíz que cultiva el abuelo Santiago son una muestra de la riqueza cultural y agrícola de su comunidad: Saqijäl (maíz blanco), Q’anajäl (maíz amarillo), Raxwach (maíz negro) y Kaqajäl (maíz rojo).
Durante muchos años, los abuelos han utilizado estos métodos tradicionales para el resguardo del maíz, pero con el paso del tiempo, muchos han dejado de hacerlo debido a la falta de espacio en las casas. Sin embargo, aquellos que todavía viven y recuerdan estas costumbres, continúan utilizando estos métodos heredados para cuidar el alimento que sustenta a sus pueblos.
Este texto se realizó en el marco de la Sala de Creación comunitaria y medioambiental, un ejercicio periodístico colectivo organizado con un grupo de periodistas de territorios de Prensa Comunitaria, bajo la coordinación de Francisco Simón.