Una oportunidad para conocer la historia a través del caso Molina Theissen.

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Créditos: Juan Calles.
Tiempo de lectura: 4 minutos

Texto y fotografías: Juan Calles

Desde que soy consciente de mi entorno, la sociedad guatemalteca ha estado fragmentada, enfrentada; de algún modo encontramos la forma de estar en desacuerdo y odiarnos los unos a los otros, porque no pensamos igual, porque no vestimos igual, porque no profesamos la misma religión, porque el equipo de futbol, cualquier razón es buena para insultarnos, para odiarnos, para acuchillarnos. Somos una sociedad que se acuchilla sistemáticamente.

En parte, esa forma de organización social responde a la estrategia contrainsurgente implementada por el ejército y sectores conservadores, económicos y religiosos. Cualquier persona conoce de los sistemas de espionaje de Estrada Cabrera, de Jorge Ubico, que utilizaban para controlar y vigilar a los ciudadanos y ciudadanas. En 1954, luego de la contrarrevolución, se utilizaron figuras como comisionados militares, entre otras para controlar y castigar, ello sumado a la proliferación de iglesias neopentecostales que promueven la anomía.

Una sociedad fragmentada no se puede organizar, no es solidaria, no siente empatía, es incapaz de responder a un sistema, a un gobierno que funciona únicamente para enriquecer a algunos sectores, que han hecho de esta forma de organización social su modus vivendi.

Los casos penales contra militares por delitos de lesa humanidad plantean una oportunidad para que por medio de la verdad y la justicia podamos encontrarnos como sociedad aceptando nuestros errores, reconociendo los excesos durante la guerra, haciendo justicia, reparando a las víctimas, y finalmente reconciliarnos con nuestra historia y avanzar hacia una organización social para el bienestar común. La sala de audiencias: nuestra sociedad in vitro

Durante las audiencias por el caso Molina Theissen se hacen presentes familiares de los militares acusados, acompañantes de las querellantes, organizaciones de Derechos Humanos, internacionales, agentes de seguridad, guardias del sistema penitenciario, pobladores, periodistas (incluidas personas que fingen ser comunicadores para fotografiar a quienes asisten a las audiencias), entre otros, lo que sucede dentro de esa sala de audiencias de pocos metros de longitud es un claro ejemplo de nuestro comportamiento como sociedad.

Benedicto Lucas y su esposa María Elena Winter, insultan y amenazan a pobladores que llegan a observar las audiencias, les acusan de vividores, la señora Winter incluso ha intentado arrebatar las cámaras fotográficas de las manos de periodistas. Mientras se desarrolla la audiencia, las hijas de los militares acusados en voz baja llaman putas malditas a las mujeres de organizaciones de Derechos Humanos, otra señora hace comentarios mordaces sobre la apariencia de periodistas y pobladores. Mientras tanto los y las agredidas guardan silencio, por miedo, por recato, porque no se atreven a enfrentar a sus agresores.

Los abogados que ejercen la defensa de los militares, se comportan de forma altanera y abusiva, se sienten con la capacidad y el poder de hacerlo, su actitud denota alevosía y violencia, gesticulan al hablar, levantan la voz, y dejan entrever su “hombría” mientras interrogan a quienes han prestado declaración hasta la fecha. Cuando se dirigen al juez que está a cargo del tribunal, Pablo Xitumul, repiten constantemente “con todo respeto” sin embargo, su actitud dice todo lo contrario.

Por el contrario, los abogados querellantes y del Ministerio Público (MP), lucen tímidos y nerviosos, hablan en voz baja, no levantan la mirada de los documentos que utilizan al dirigirse a los jueces o a quienes interrogan durante su declaración. Estamos acostumbrados al grito y al regaño, estamos permanentemente intimidados, quienes ejercen la violencia al hablar, al relacionarse con sus pares lo saben y aprovechan la situación para alcanzar sus objetivos, así ha funcionado nuestra sociedad, así se han permitido los abusos, así se ha construido nuestra historia.

Testimonios y declaraciones que abren brecha

Hasta hoy, han declarado: los acusados Benedicto Lucas García y Francisco Luis Gordillo, las señora Emma Theissen Álvarez, María Eugenia y Ana Lucrecia Molina Thissen, el psicólogo Carlos Martín Berestain, el resto de acusados se abstuvo de declarar.

Durante las declaraciones se ha evidenciado, por un lado la entereza de las mujeres de la familia Molina Theissen, por el otro la incongruencia de una cúpula militar que se jacta de la derrota de la guerrilla y de ser “muy hombres” en su vida militar; una cúpula que tiene el vergonzoso prestigio de ser la más violenta y sanguinaria de toda Latinoamérica.

Por su parte Gordillo hizo una rememoración de su vida en el campo, de sus orígenes humildes en Jacaltenango, y de su vida militar, cuando los abogados querellantes le hicieron preguntas sobre los hechos que se juzgan, declaró estar confundido y dijo de forma apesadumbrada “mi mente se confunde” sus manos arrugadas de anciano tocaron su cabeza, esas mismas manos que en los ochenta somataba mesas y ordenaba a un ejército que realizara masacres contra población desarmada, que asesinara niños y mujeres. Causó lastima y el juez le ordenó regresar a su lugar, en una pequeña e incómoda celda junto a sus compañeros acusados.

Lucas García, se vendió como un ser dadivoso y bueno, inclusive se atrevió a autonombrarse héroe nacional,  entre aburridas anécdotas que no venían al caso, ofreció una imagen de abuelo bueno, que regala tierras y compra medicina a los enfermos de la comunidad, como lo suelen hacer los capos de la droga en cualquier lugar del mundo.  Mientras lo escuchaba declarar, recordaba las viejas imágenes de una cinta VHS en donde se le ve bajar de un helicóptero dando órdenes y mostrándose como el mandamás de un Ejército sanguinario.

Una madre señala al secuestrador de su hijo

Por otro lado, las mujeres de la familia Molina Theissen, han dado lecciones de entereza y verdad, no intentan imponer sus palabras y su voz, no intentan gesticular y gritar, hablan pausadas y serenas, con paso firme buscando la justicia.

Un momento intenso se vivió cuando le preguntaron a doña Emma Theissen Álvarez si podía reconocer a quienes secuestraron a su hijo de 14 años, la señora Theissen afirmó que en la sala se encontraba uno de ellos. El Juez Xitimul dijo que la señora Theissen podía pararse y señalar a esa persona, entonces ella se encaminó hacia los acusados y buscando esa inolvidable y temible cara, lo encontró sentado con las manos entre las piernas y lo señaló “ese que está sentado al final de la banca, con menos pelo pero él fue” dijo señalando frente a frente a Hugo Ramiro Zaldaña Rojas, ex miembro de la temible G2, la inteligencia militar.

Durante el tercer día de audiencia se presentaron a declarar las hermanas María Eugenia y Ana Lucrecia Molina Theissen, durante su declaración narraron como se enteraron de la captura, violación y tortura, de su hermana entonces adolescente y de cómo su hermano Marco Antonio de catorce años fue secuestrado y desaparecido por el ejército de Guatemala.

El camino en la búsqueda de la justicia es doloroso, pero no se puede detener, el juicio por el caso Molina Theissen no es uno más, como otros juicios históricos contra los abusos del ejército de Guatemala, es una oportunidad para encontrar la forma de reconciliarnos como sociedad, luego de aceptar la verdad y alcanzar la justicia, se podrá construir una sociedad diferente, una sociedad solidaria y no enfrentada.

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