Entrevista realizada por: Oswaldo Franco.
El 11 de septiembre de 1981 fue secuestrada y desaparecida la familia de Antonio Portillo por el ejército de Guatemala. Rosaura Margarita de 10 años y Glenda Corina de 9 años, su papá Adrián Portillo Alcántara de 70 años, su esposa Rosa Elena Muñoz Latín, una cuñada Edilsa Álvarez Morales de 18 años una cuñada y su hermanita Alma Argentina de un año y medio. Hasta la fecha no se sabe nada del paradero de toda esta familia.
En una entrevista realizada en el 2016, Antonio narra los antecedentes, pormenores y consecuencias de este hecho. La represión durante la guerra, la desaparición forzada especialmente de la niñez son problemas que como sociedad nos afectan a todos, su vida también ha quedado marcada por aquellos hechos.
La familia Portillo no ha parado de buscar justicia, en especial su hermana Adriana, que ha hecho todo por encontrarlos y por llevar a los responsables materiales e intelectuales ante los tribunales guatemaltecos.
¿Cuál es su nombre?
Ángel Antonio Portillo Hernández, nací en la ciudad Capital el 7 mayo de 1954. En una casa cerca de la Calzada Roosevelt. Tengo 4 hijos, 1 mujer y 3 hombres. Hermano de Adriana Portillo, hijo de Antonio Portillo Alcántara, quien fuera detenido y desaparecido por las fuerzas armadas el 11 de septiembre de 1981. Actualmente resido en Winnipeg, Canadá, en donde vivo una vida tranquila. Tengo título universitario en Trabajo Social, actualmente trabajo manejando buses para la municipalidad e intérprete de español a inglés y viceversa.
He tenido varios trabajos, como dicen en Guatemala “siete oficios 14 necesidades”. Cuándo vivíamos en Guatemala prácticamente vivía en las calles, o rebotaba a veces en la casa de mi papá o a veces donde Adriana. Cuando mi mamá murió, ellos vivían en El Gallito, zona 3, y yo estaba con Adriana, y ese día llegó un telegrama de mi papá diciendo que ya mi mamá estaba enferma. Yo viví en Guatemala, pero me fui a El Salvador a buscar a mi papá.
A raíz del Terremoto del 76, la casa donde vivíamos quedó destruida, mi papá decidió ir a El Salvador a vivir. Yo en ese entonces trabajaba en una feria ambulante, él me dijo que se iba a ir la última vez que lo ví. No sólo por la situación económica de ese momento, sino porque el dictador de turno, Kjell Eugenio Laugerud García, empezó a utilizar ese caos para eliminar enemigos políticos. Por esa razón fue que mi papá se fué y le fue muy bien en El Salvador, y yo pues lo fui a buscar.
Tras los acontecimientos que afectaron a mi familia en 1981 yo viví en el exilio en México por un año y medio y luego en Estados Unidos, pero allí nos querían deportar. Estuve en Santuario, un movimiento religioso para proteger a los refugiados e imigrantes. Nos mandaron a Canadá, y como ellos estaban sabidos de los problemas que había en Centro América, tenían una política migratoria de puerta abierta para refugiados centroamericanos, vivo acá desde el 29 mayo del 85.
Cuénteme de su papá, ¿qué es lo que más recuerda de él?
Lo recuerdo todo, mi papá era un hombre extraordinario que creció valiéndose por sí mismo. Tuvo varios oficios: fue carnicero, lustrador, mesero, vendedor. Tuvo que hacer de todo para sobrevivir, él era de Santa Ana El Salvador, al quedar huérfano se fue a San Salvador a buscar a sus hermanas. Se casó y tuvo dos hijas, se divorció, luego conoció a mi madre y lo demás es historia. Él era un hombre servicial, preocupado por los demás, nunca recuerdo haberlo visto con actitudes de egoísmo. Todo el mundo lo quería y lo conocía.
Era un hombre muy inteligente, autodidacta, muy político, completamente antimperialista, porque vivió en México y en Estados Unidos. Creció y se desarrolló pensando en las necesidades de nuestros pueblos. Mi papá nos crío siempre hablando de la necesidad de que nosotros fuésemos socialmente conscientes. Éramos amigos de medio mundo, porque nos educó a no discriminar. Él era muy gracioso, contaba chistes, nunca lo vi triste. A pesar de las circunstancias en las que vivía, era muy optimista.
¿Cómo era su relación con él?
A instancias de él, yo lo veía como un amigo. Él me decía “el padre impone autoridad, dicta criterios, pero el amigo acompaña y escucha”. Salíamos a pasear, nos echábamos los tragos. Era mi mejor amigo, un hombre al que le podía confiar cualquier cosa, y en quien encontraba consejos.
Y con su mamá ¿cómo era su relación?
Mi mamá murió cuando yo tenía 17 años, no tuve la dicha de tenerla por mucho tiempo. Pero ella era el centro de nuestro hogar. Pero los tres varones que vivíamos con ella, nos quedamos como barcos a la deriva. Mis recuerdos son muy buenos, la recuerdo con mucho cariño y eso que murió en el 72.
¿Cómo fue su juventud?
Yo tenía 12 años cuando empecé a tomar, y mi papá, a pesar que me daba toque de queda, me dejaba entrar a la hora que yo llegara. Es un misterio que no me puedo explicar, yo creo que yo venía predispuesto al alcoholismo. Yo soy mitad indígena y siento que los indígenas vienen predispuestos a la adicción, tenía 12 años, saliendo de sexto primaria y fui a una fiesta con unos amigos y me dieron un traguito y me gustó, no tanto el sabor, sino los efectos. Lo mismo pasó con otros estupefacientes, pero cuando mi madre murió, fue un golpe tan fuerte para mí, que dejé de hacer todo eso. Tras la muerte de mi mamá, me rebelé y me fui a vivir a la calle. No me explico que pasó, mis papás siempre me dieron buen ejemplo. Carlos, el hermano que murió era igual que yo y Germán también.
¿Cómo era la relación que tenía con sus hermanos?
Con Adriana, desde muy pequeños nos defendíamos mutuamente, siempre me dio su apoyo en las buenas y en las malas. Yo fui el primer varón de la familia. Con Gloria tuvimos algunas dificultades, porque ella se hizo evangélica y conmigo teníamos batallas campales, porque ella me quería salvar desde su punto de vista religioso, por eso chocábamos muy duro. Carlos era un gran amigo, quería mucho al Chino y me dolió tanto que lo hayan matado. Byron, Germán, Manuel y Erick que son los que siguen, no tuvimos tan buena relación, quizás por la diferencia de edades o por la muerte de mi madre.
Mi papá quedó muy tocado y se metió en otra relación con una mujer que no nos quería y le costaba mucho el cuidar a sus hijos, me tocaba a mi ser la autoridad, y al no tener experiencia, hacía lo que podía, y pues les caían sus coscorrones y cosas así. Con el paso del tiempo con Byron, nos hemos hecho muy amigos. A Germán, le pedí perdón por los daños que le pude haber hecho de niño. Con Manuel y con Erick, no somos enemigos, hablamos de vez en cuando y es una comunicación muy amena y muy amigable. Somos 6 los que quedamos, Gloria murió en un accidente de tránsito en 1982 y Carlos que murió en combate.
¿Su familia perteneció a organizaciones guerrilleras?
Sí, mi papá y mi hermano. Carlos se incorporó y yo sólo lo vi una vez más tras estar en la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). Mi papá, que nos inculcó toda la vida una sensibilidad social. Carlos fue el primero, supongo él le contó a mi papá, y como él tenía tanta experiencia por participar en el movimiento revolucionario en El Salvador, y al hablar con mi papá, todos confiábamos en él y sabíamos que había sido un luchador, a él le salía por los poros esa conciencia revolucionaria.
¿Cuál cree que fue el mayor error de las organizaciones?
Yo creo que hubo un infiltre, dos tipos que llegaron hasta arriba. Acabo de terminar de leer “Somos Jóvenes Rebeldes” de Pablo Monsanto. Yo me preguntaba, ¿qué no aprendieron nada de esa primera experiencia? Exactamente lo mismo hicieron en ambos años. El costo fue más elevado, muchos más muertos. Sabiendo que el ejército guatemalteco es una bestia que destruye todo a su paso, hicieron lo mismo. Se ubicaron en la montaña y llamaron la atención del ejército. Los excomandantes obviamente sacaran sus conclusiones y sus análisis son individuales (en relación al libro “El trueno en la ciudad” de Mario Payeras). La historia nos contará más adelante cómo sucedió realmente, se cometieron gravísimos errores: la relajación de las medidas de seguridad, contingencia. Es fácil decir que se hacía mucha bulla y que los vecinos se dieron cuenta. No han mencionado que el ejército trabajaba de cerca con Israel, y que ellos saben cómo controlar la población. Yo he leído que el apoyo israelí fue tal, que le dieron la inteligencia al ejército de Guatemala para detectar el alto consumo de agua de una casa comparada con otra que no estaba metida en nada, de esta manera podían sospechar de que lugares podían ser casas de seguridad. Aparte de los asesores que venían de Estados Unidos, los chilenos de Pinochet, Argentina también apoyaba, así ¿quién puede ganar una guerra?.
Al estar su familia relacionada con la guerrilla, ¿recibió usted en algún momento amenazas?
Una vez, una amenaza muy directa. Tras el secuestro de la familia, yo conseguí un empleo como vendedor de libros. Un día estaba en la terminal de autobuses de Jutiapa, me dio hambre y me senté a comer. De repente se me acercó un excompañero de clases de la Escuela Federal de Jutiapa. Me vio, me saludó, se sentó a la par mía y me preguntó por mi papá y por el Chino (Carlos mi hermano), la leyenda era que mi papá se había ido a Panamá y que Carlos vivía en México. Le dije eso, pero él me dijo, “¿Sabes qué? dejémonos de mierdas, nosotros sabemos que todos ustedes son comunistas y a todos los vamos a matar”. Sacó la escuadra, la montó y me dio 5 minutos para que me fuera. En ese mismo momento, fui a la casa hablé con mi mujer, y al día siguiente con 28 quetzales en la bolsa, 3 niños y mi esposa embarazada nos fuimos a México. Haciendo retrospectiva, yo en el exilio siempre he pensado que ese tipo me salvó la vida. Si él no me hubiese advertido, todos estaríamos muertos. Quizás me salvó la vida por alguna simpatía que tenía conmigo o con mi papá.
¿Conoció a Chaguita y a Glenda?
Eran niñas muy dulces, de carácter diferente. Yo quiero a mis sobrinas como mis propias hijas, ya que pasó un tiempo en que vivimos juntos. Eran patojitas preciosas, muy cariñosas. Muy alegres, se oía la bulla cuando se levantaban, era algo muy bello. Glenda y Chaguita ya conversaban conmigo, contaban cosas de su escuela, eran muy apegadas con Brenda y Ury, mis hijos. Eran muy bonitas y gentiles.
¿Cómo era su relación con Rosa?
Ella era mucho más pequeña que mi papá, yo era más grande que ella. Pero como siempre fui amigo con mi papá, cuando él nos presentó a Rosa. Yo a mi papá le consentía todo, él podía hacer lo que quisiera y yo siempre lo apoyé. Lo único que le pedía a Rosa era que respetara la memoria de mi madre.
Usted no se encontraba en Jutiapa días antes de los acontecimientos. ¿En dónde se encontraba?
Yo estaba con mi papá ese día y conmigo nos fuimos de regreso a la capital. Yo dormí en la casa de él esa noche. Pero no recuerdo el viaje, tal vez como mecanismo de defensa he bloqueado algunos recuerdos. Pero ese día dormí en la casa de mi papá, me quedé leyendo esa noche en la casa de mi papá..
¿Cómo fue la mañana del 11 de septiembre de 1981?
Nos levantamos, me dijo que iba a hacer unos mandados, y me pidió que lo acompañara. No recuerdo a dónde primero, pero luego nos fuimos a Producciones Artísticas Internacionales, la empresa donde él trabajaba, el dueño era Salvador García Gómez, viejo amigo de mi papá. Yo había trabajado allí hace muchos años y conocí a bastantes vendedores. Cuando entramos a la oficina, había un grupo de vendedores que estaba platicando al final del patio a la orilla de un jardín. Mi papá entró a la oficina y yo me quedé con ellos.
Si mucho habían pasado 5 minutos, cuando entraron dos tipos, el primero de ellos piel clara, nariz afilada, pelo ondulado y bigote de entre 30 -35 años. Llevaba una chumpa de cuero, una camisa café y un pantalón de lona, en la mano derecha una pistola. En la puerta se quedó otro de entre 20-25 años, era mulato, pelo afro, con un sueter y pantalón de lona y tenía un galil con el cual nos apuntó. El tipo que entró, se metió a la oficina y yo alcancé a medio oír la conversación, cuando le preguntó por el hombre que lo acompañaba, y mi papá le respondió “ése era mi hijo Antonio, se quedó en la Terminal”, entonces le dijo “bueno, vamos”, y mi papá me salvó la vida, porque ni me volteó a ver. Cuando salieron me acerqué a la puerta y vi una camioneta blanca, 4×4 sin placas y en las ventanas se miraban las boquillas de las armas que llevaban.
En el momento no pensé que era secuestro, creí que algo había pasado, pero cuando yo desperté estaba bajándome del bus en la Calzada Roosevelt. Fui a la casa donde mi papá vivía, ni a media cuadra había llegado cuando vi que estaba todo el operativo militar. Cuando pasé enfrente de la casa salió Corco, el perro de mi papá, yo seguí caminando, y ninguno de ellos se me acercó a pedirme mis documentos, fui a la tienda, compré un agua y le pregunté al muchacho de la tienda que estaba pasando, y me dijo que el ejército y la policía cayó allí y se llevaron a unas mujeres pegando gritos.
Después de eso sólo recuerdo que desperté en la casa de mi jefe, no sabía si mi esposa, Adriana o alguien más había caído ahí. Pusimos las noticias, el Noticiero Aquí el Mundo, y dieron la noticia de la caída de esa casa de seguridad, obviamente dijeron que no habían encontrado a nadie, que sabían que era un reducto guerrillero pero que no vivía nadie en esa casa. No recuerdo hasta que Adriana, mi esposa y mis dos hijos llegaron a la casa de mi jefe. Y después sólo que estábamos en Jutiapa. Recuerdo muy poco que pasó en los siguientes dos años, esos años que vivimos como clandestinos. La magnitud de ese hecho causa un trauma tan grande del que cuesta recuperarse. Nunca recibí terapia de un psicólogo o de nadie, porque a estas alturas no creo que sea beneficioso para mí el recordar todos esos hechos.
¿Era en efecto una casa de seguridad?
Sí, era una casa de seguridad de la ORPA, mi papá era el responsable. Aparentemente allí llegaban muchachos que llegaban o iban a la montaña. Los materiales para hacer bombas no los ví, mi papá no me dijo que habían armas o algo. Yo solo recuerdo que habían libros y esa noche que me quedé, leí un libro de Gabriel García Márquez.
¿Cómo fue su vida después los acontecimientos?
Esos dos años y medio antes de salir, fue en extremo duro de sobrepasar, esa zozobra, desesperanza temor, de morir, o que mataran a mis hijos o esposa, hermana. No sé, si me toca me toca, pero siempre fui enemigo de que le hicieran algo a los niños. Cuando salimos los primeros cinco años de exilio fueron durísimos, tener que enfrentarse a aprender otro idioma, costumbres, sobrevivir en otro clima, en un país racista, es algo durísimo. Incluso cuando vine a Canadá, a mí hacía tanta falta la marimba, los chuchitos, los tamales, todas esas cosas. Pero un día mi jefe, yo trabajaba en una organización sin fines de lucro, mi jefe era un vietnamita. Un día me dio un libro “Los niños de la noche” de Salman Rushdie, y principalmente el capítulo Casas Imaginarias, y él llevaba mucho tiempo sin ir a la India, tenía una foto de la casa donde él vivía y un día estando en la India se le ocurrió poner la foto de su casa con la casa actual y se dio cuenta que él ha cambiado y la India ha cambiado, y para mí fue un mazazo fue darme cuenta que yo he cambiado y que Guatemala ha cambiado y a partir de ese momento, fue más fácil llevar el exilio y me acostumbré a la realidad.
¿Ha apoyado a Adriana tratando de esclarecer los hechos?
La manera más clara es prestarle apoyo emocional, siempre estoy aquí para ella y lo sabe. Platicamos varias veces en el año. Todos los varones no seguimos políticamente activos, aparte de darle el apoyo que siempre le he dado, fui una vez a Guatemala a dar mi ADN. Puro apoyo moral a Adriana. Siempre he estado aquí para ella y lo estaré hasta el último aliento.