La flor de muerto, conocida como Parutz’ en el idioma Kaqchikel, es una tradición transmitida de generación en generación para la familia Cun Cúmez en San Juan Comalapa, Chimaltenango. Para esta familia, cultivar la flor no es solo un negocio, sino una manera de preservar una práctica ancestral que conecta a la población con sus raíces y recuerdos.
El Parutz’ simboliza la vida y la muerte, honrando la memoria de los seres queridos a través de un colorido homenaje natural. Así, lo que comenzó como una pequeña tradición familiar ha cobrado gran importancia en todo el municipio, permitiendo que la historia y los valores de esta familia se mantengan vivos cada año.
Por Joel Solano y Nathalie Quan
Fotos de Joel Solano
Cada año, a medida que el mes de octubre avanza y el aire se vuelve más fresco en San Juan Comalapa, Chimaltenango, los campos de la familia Cun Cúmez se llenan de tonos vibrantes, un recordatorio vivo de la tradición ancestral que, de generación en generación, ha florecido en este municipio Kaqchikel. Es el Parutz’, la flor de muerto, y en estos días, sus tonos naranja y amarillo transforman el paisaje, recordando a todos aquellos que ya no están.
La historia de este cultivo y su renacimiento en la familia Cun Cúmez comenzó hace unos 40 años, cuando Lolo Cúmez, un hombre comprometido con las tradiciones de su pueblo, decidió devolver al Parutz’ su lugar en las ceremonias del Día de Todos los Santos y Difuntos, que se conmemora cada 1 y 2 de noviembre.
“Mi suegro siempre decía que la flor de muerto era una parte vital de nuestra cultura, algo que nos conectaba con nuestros ancestros”, relata Marvin Cun, actual heredero de esta misión y esposo de una de las hijas de Lolo. “Para él, era más que un cultivo; era recordar a los que ya no están”, agregó.
Marvin Cun de 39 años siguió el legado de su suegro, quien murió hace ocho años.
Las historias que se cuentan entre la familia y los vecinos de San Juan Comalapa hablan de los tiempos en que el Parutz’ decoraba altares y tumbas en cada hogar. Con el paso de los años, esta flor dejó de cultivarse, mientras las familias comenzaron a buscar otras maneras de honrar a sus seres queridos. Lolo, consciente de que una parte de la historia de su municipio se estaba perdiendo, comenzó a sembrar unos cuantos surcos, lo suficiente para volver a sentir esa conexión con los ancestros. “Solo sembraba unos cuantos, al principio, cuatro surcos para él eran más que suficientes”, cuenta Marvin.
La respuesta del pueblo maya Kaqchikel de San Juan Comalapa fue inmediata y emotiva. Familias enteras acudían a comprar el Parutz’ y decoraban sus altares con orgullo. Así, la demanda fue creciendo y con ella el compromiso de Lolo, quien cada año aumentaba el número de surcos hasta convertirlo en una cuerda completa. En aquellos días, relata Marvin, “el municipio entero volvía a recordar el valor de esta tradición”. El esfuerzo de Lolo había rescatado algo que estaba a punto de desaparecer.
Expansión y tradición: de San Juan Comalapa a Patzún
La expansión de los cultivos de Parutz’ no se limitó a San Juan Comalapa. Con el tiempo, la flor comenzó a llegar también al municipio vecino de Patzún, donde los habitantes no tenían acceso a esta variedad de flor. Ahora, cada año, la familia Cun Cúmez lleva cerca de 100 manojos a Patzún, ayudando a que esta tradición se mantenga viva también en ese municipio. “Es una alegría ver que hasta en otros lugares valoran esta flor”, dice Marvin.
Hoy en día, el cultivo ha crecido tanto que esta familia se ha convertido en proveedor principal de esta flor. Cada 30 y 31 de octubre, montan puntos de venta en lugares como la Escuela Mariano Arellano y la Municipalidad de San Juan Comalapa, lugares donde se forman largas filas de familias ansiosas por llevar su manojo de flor de muerto. “Este año, tenemos pedidos de todo el municipio. A veces, la gente nos dice que no es solo por la flor, sino por lo que representa. Es como llevar un pedacito de la tradición a casa”.
La cuidadosa preparación de los suelos y el ciclo del Parutz’
El proceso de cultivar Parutz’ es una labor que requiere paciencia y precisión, algo que Marvin Cun y su familia entienden como un ritual en sí mismo. La preparación de la tierra comienza en abril, mucho antes de que las lluvias lleguen. Con esmero, los miembros de la familia se dividen las tareas: primero, pican la tierra para aflojarla y asegurar que el agua penetre bien cuando llegue la temporada de lluvias. Después, aplican abono orgánico, una mezcla de nutrientes cuidadosamente seleccionada que ayudará a que la flor crezca fuerte.
“Es casi como una ceremonia”, explica Cun, mientras describe cómo el suelo debe estar “listo para recibir la vida”. Una vez que la tierra está preparada, la dejan descansar bajo el sol, permitiendo que la tierra se oxigene y absorba la energía necesaria para el cultivo. En los meses previos, Marvin Cun prepara una “pilonera” donde germina los brotes de Parutz’ esperando que las primeras lluvias caigan para trasladar los plantones al campo.
Cuando finalmente llega mayo y las lluvias comienzan a mojar la tierra, Marvin y su equipo llevan los pilones a la cuerda y los siembran uno por uno. Es un proceso que requiere habilidad, pues cada pilón debe colocarse a la distancia justa para que las flores puedan crecer con espacio suficiente. “Es como ver nacer algo nuevo cada año”, dice Marvin. Durante seis meses, las plantas se cuidan con dedicación, regándolas y abriendo espacio entre ellas para que puedan respirar y desarrollarse.
Costos y ganancias: la economía de una tradición
El cultivo de Parutz’ no es un negocio de grandes márgenes. Con cada manojo vendido entre Q8 y Q15, dependiendo del tamaño, las ganancias son modestas. Sin embargo, Marvin y su familia lo ven más como una actividad cultural que como una fuente principal de ingresos. “Lo que ganamos nos ayuda a cubrir los gastos de la familia, pero el propósito siempre ha sido preservar el legado de mi suegro”, cuenta Marvin.
La venta de la flor también permite que la familia ofrezca trabajo temporal a vecinos que ayudan en la cosecha. “Para nosotros, es importante compartir esta oportunidad con otros, aunque sea algo pequeño”, dice. Los jóvenes que participan en la cosecha aprenden sobre la tradición y, al mismo tiempo, obtienen un ingreso adicional, lo que hace que la actividad tenga un impacto en la población.
El clima: aliado y enemigo
El clima es un factor determinante en el éxito de la cosecha. Este año, los cultivos de la familia Cun Cúmez enfrentaron condiciones difíciles: primero, un calor extremo y una sequía prolongada durante los meses de enero a mayo afectaron el desarrollo temprano de las flores, y luego, cuando las lluvias finalmente llegaron, lo hicieron en exceso. “La lluvia es una bendición, pero en los últimos días ha sido demasiada, y algunas flores han comenzado a pudrirse”, comenta Marvin con una mezcla de resignación y gratitud.
A pesar de las dificultades, la familia se mantiene optimista. “No podemos quejarnos de la lluvia; después de todo, es lo que pedimos a Dios en mayo y junio, y lo que nos da es siempre una bendición”, añade Marvin. Para ellos, el hecho de que el Parutz’ haya sobrevivido frente a esta crisis climática es una prueba de que la tradición debe continuar.
Un legado vivo que atraviesa generaciones
Más allá de la actividad económica y de los desafíos, Marvin Cun tiene claro que el verdadero valor de esta tradición radica en su poder para conectar generaciones. Con sus hijos, aún pequeños, participa en la cosecha cada año, asegurándose de que ellos también comprendan el valor de lo que están sembrando. “Les muestro lo que mi suegro me enseñó, para que ellos sepan que esta flor no es solo una planta. Es un vínculo con nuestros ancestros y con nuestra cultura”, agregó.
Los días previos al 1 y 2 de noviembre, la familia Cun Cúmez dedica horas intensas a la cosecha y venta del Parutz’ asegurando que cada familia en San Juan Comalapa y más allá pueda llevar un pedacito de esta tradición a sus hogares. Para Marvin, ver a los jóvenes acercarse cada año y comprar su manojo de flor de muerto es una señal de que el legado no se perderá. “Es importante inculcar estos valores a los hijos e hijas, que ellos comprendan lo que significa para nosotros como pueblo Kaqchikel”, concluyó.