Por Prensa Comunitaria
“Ha” significa agua en el idioma Q’eqchi’. Los ríos son, en la cosmovisión maya, las venas de la tierra, el agua es la sangre. Como la sangre, cuando el agua sigue su cauce lleva vida a la tierra; cuando sale de él, la sangre es violencia, muerte.
Entre Tormentas es un ejercicio periodístico que mira más allá de la emergencia y se adentra en lo que la lluvia dejó en algunas de las comunidades más afectadas de Guatemala tras el paso de las tormentas Eta y Iota a finales de 2020.
Las dos tormentas dejaron casi 1.8 millones de damnificados, 61 muertos y un centenar de desaparecidos, 92 mil viviendas y 447 escuelas afectadas. También 6 mil millones de quetzales en pérdidas económicas, según la CONRED. Esta historia, sin embargo, se cuenta mucho más allá de las cifras.
A través de tres reportajes, Prensa Comunitaria explora la vulnerabilidad que habita desde tiempos inmemoriales en comunidades de Petén, Quiché y Alta Verapaz, donde las tormentas trajeron agua en forma de lluvias, cauces desbordados y ríos subterráneos que buscaron camino hacia la superficie y lo inundaron todo.
Estas tres historias son, en realidad, la misma que Guatemala y Centroamérica llevan viviendo desde siempre. La última vez en que la lluvia se había ensañado así con la tierra y sus habitantes fue en 1998, cuando el huracán Mitch dejó destrucción económica y miedo a su paso. Desde entonces, las lluvias habían causado derrumbes e inundaciones menores en estos lugares; el miedo había sido soportable. Hasta Eta y Iota.
No es esta una historia sobre un desastre natural. Es, más bien, la crónica sobre cómo el abandono del Estado guatemalteco, la marginación histórica de las comunidades originarias, la pobreza, la economía extractiva y el racismo estructural en Guatemala han creado las condiciones para que tormentas como Eta y Iota, como Mitch o como las que vengan en camino tengan más capacidad de destrucción.
Los periodistas de Prensa Comunitaria viajaron hasta Pico de Oro, en una esquina de Petén cercada por un río hinchado con las aguas de las tormentas y por hectáreas interminables de palma africana. Tikindustrias, la compañía que es dueña de las tierras y los cultivos aledaños, no permite a los habitantes de Pico de Oro moverse más allá de los límites del pueblo, con lo que su única comunicación con el mundo es por el río, lo cual en tiempos de tormenta puede ser letal.
También visitaron Trapichitos, un pueblo sembrado en las montañas que ha sido hogar de los Mayas Ixiles desde hace siglos. Ahí, Jacinto de Paz Solís, un principal Ixil de 62 años, y otros, contaron cómo vivieron el miedo que les provocaba cada bramido de la tierra causado por el exceso de lluvia; un miedo similar al que les provocó el fuego que caía del cielo en la década de los 80, cuando el ejército guatemalteco arrasó estas tierras con sus bombas y sus helicópteros.
Y a Campur, el poblado de Alta Verapaz, que estuvo inundado durante tres meses. Aquí, el agua salió del suelo: años de cambios en la geografía cercana por la acción de las 21 centrales hidroeléctricas que hay en el departamento, la acción misma de la población en una tierra asentada sobre ríos subterráneos y el agua interminable de Eta y Iota hicieron que las corrientes internas buscaran salida del subsuelo y anegaran lo que encontraron frente a ellas en la superficie.
Las respuestas del Estado guatemalteco fueron casi siempre las mismas: negligencia, ineficacia, desdén. Y fueron casi siempre el instinto de supervivencia de las comunidades y algunos de sus líderes, la mano de quienes desde esos lugares migraron hacia Estados Unidos y atendieron las llamadas de ayuda, incluso, la solidaridad de vecinos mexicanos en el caso de Pico de Oro los que hicieron posible que estas personas salieran de la emergencia que provocaron las tormentas. Eta y Iota dejaron en estos lugares, como en otros de Guatemala, cosechas perdidas, casas destruidas y poblaciones albergadas. Todo en medio de la pandemia. Prensa Comunitaria viajó de nuevo a algunos poblados hace unas pocas semanas, coincidiendo con la llegada de las nuevas lluvias. Las cosas mejoraron un poco, pero la vulnerabilidad sigue ahí, intacta. Y el agua vuelve a caer.